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El dataísmo y la omnisciencia

¿La nueva religión de la humanidad?

El historiador y escritor israelí, Yuval Noah Harari es el autor de los best sellers Sapiens. De animales a dioses y Homo Deus (Hombre Dios) en los que, ceñido y siguiendo al pie de la letra el siempre discutible dogma evolucionista suscrito de manera casi religiosa por una mayoritaria parte de la comunidad científica moderna y un gran porcentaje de la humanidad actual, plantea un escenario inquietante con base en nuestro presente y de cara al futuro de la humanidad. Este escenario, con el que cierra su segundo libro Homo Deus es, en sus propias palabras: “La religión del dataísmo” cuyo fundamento doctrinal es que: “el universo consiste en flujo de datos, y que el valor de cualquier fenómeno o entidad está determinado por su contribución al procesamiento de datos”. Lo cierto es que, desde la óptica del evangelio, hay una gran dosis de verdad en esta afirmación, por cuanto una de las teorías científicas en que se apoya la apologética o defensa de la fe, es en la teoría de la información que plantea algo similar, al sostener que el componente fundamental de todo lo que existe no es ni la inasible energía ni la misteriosa materia, sino la información presente en mayor o menor grado en todo lo que existe, que establece los rangos más o menos rígidos con arreglo a los cuales deben funcionar y comportarse, desde las partículas elementales estudiadas por la física cuántica, hasta los grandes astros y cuerpos siderales de este vasto universo, incluyendo entre ellos a los organismos vivos de la tierra con el ser humano y las sociedades por él conformadas a la cabeza, sin perjuicio del libre albedrío ejercido por cada persona individual.

El dataísmo ve, entonces, la realidad como el resultado de la combinación de los algoritmos bioquímicos que procesarían esta información y regirían, entonces, el funcionamiento de la vida (sin hablar de los algoritmos de la física que gobernarían el funcionamiento de la materia) y los algoritmos informáticos producidos por la inteligencia humana, destinados a ilustrarnos para proceder a una mejor toma de decisiones. Todo se reduciría, pues, a la manera en que estos algoritmos gestionan y procesan la información procedente de cualquier fuente que la produzca o en la que esta información se encuentre, ya sea la naturaleza por medio de toda la gama de seres vivos que la conforman y que transmiten y reproducen cantidades masivas de compleja información a través del ADN, o la información producida por la inteligencia humana a través de la cultura en general, entendiendo por “cultura” la información producida por la actividad humana, que se añade a la que se encuentra ya presente en la naturaleza. Pero hasta aquí las similitudes entre la teoría de la información y la “religión del dataísmo”.

Porque las pretensiones del dataísmo son mucho más ambiciosas e inquietantes. Abogando por la libertad en el flujo de información a la que todos contribuimos de manera más o menos consciente y voluntaria ─pues “La nueva consigna dice: «Si experimentas algo, regístralo. Si registras algo, súbelo. Si subes algo, compártelo»”─, por medio de los diferentes y casi omnipresentes dispositivos electrónicos que conforman nuestro actual estilo de vida y alimentan continuamente este flujo de información, en especial a través de la red de internet, sacrificando incluso la privacidad de las personas ─puesto que, como lo dice Harari, en este contexto: “el mayor pecado es bloquear el flujo de datos”─; el dataísmo pretende entregar la gestión y el procesamiento de esta enorme y siempre creciente información, con miras a la toma de decisiones presuntamente adecuadas al bienestar de la humanidad, a la Inteligencia Artificial ─el siguiente escalón en la evolución que se concretaría en el llamado “internet de todas las cosas”─ que estaría en condiciones de procesarla mucho mejor que los seres humanos y tomar así decisiones mucho más racionales y mejor informadas. De hecho, Harari afirma que: “Este sistema cósmico de procesamiento de datos será como Dios”, constituyéndose, entonces, la Inteligencia Artificial en el “Gran Hermano” de 1984, la famosa novela distópica de George Orwell.

Dado que una visión de la realidad de este tipo, que crea un nuevo valor, como lo sería la libertad de información y termina haciendo de éste el valor supremo, al margen del ejercicio de la libertad humana que quedaría subordinada a aquel; conviene hacer aquí algunas precisiones críticas hacia estas aspiraciones desde la perspectiva cristiana. Precisiones emprendidas también por Noah Harari de manera afortunada, a modo de conclusión en el sentido de que: “es dudoso que la vida ciertamente pueda reducirse a flujo de datos… Es igualmente dudoso que la vida pueda reducirse a la mera toma de decisiones… [pues] Es incuestionable que las sensaciones, las emociones y los pensamientos desempeñan una función importante en la toma de decisiones”, preguntándose finalmente: “¿qué se perdería, si es que se perdería algo, al sustituir la inteligencia consciente con algoritmos superiores no conscientes?”. Pregunta a la cual, de llegar a verificarse en la realidad este hipotético escenario, el cristianismo debe responder puntualmente que se perdería o se vería reducido drásticamente, por una parte y de forma culpable, el ejercicio responsable del albedrío del que todos tendremos que dar cuenta a Dios, al cederlo y entregarlo en gran parte a entidades como las que conforman el entramado actual de la Inteligencia Artificial.

Y en segundo lugar y más importante aún, se usurparía el lugar central que en la cosmovisión cristiana siempre ha ocupado Dios como el Ser Omnisciente, lo suficientemente sabio para gestionar de la mejor manera toda la información que este universo contiene, con miras al cumplimiento de sus gloriosos propósitos al final de la historia humana, incluyendo, por supuesto, la concerniente a la totalidad de la humanidad vista en su conjunto, y que abarca, uno a uno y de manera exhaustiva, la información procedente de cada ser humano, con nombre propio y de manera individual, siempre sin perjuicio de nuestra capacidad de decisión y nuestro deber de responder por nuestros actos. De este modo la Inteligencia Artificial sería el nuevo ídolo erigido por la humanidad caída para tratar de sustituir al Dios personal, vivo y verdadero, de su horizonte vital, para no tener que rendirle cuentas, como lo establece la visión cristiana de la realidad apoyada en esclarecedoras porciones bíblicas como el salmo 139, entre otras: “Señor, tú me examinas, tú me conoces. Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto; aun a la distancia me lees el pensamiento. Mis trajines y descansos los conoces; todos mis caminos te son familiares. No me llega aún la palabra a la lengua cuando tú, Señor, ya la sabes toda. Tu protección me envuelve por completo; me cubres con la palma de tu mano. Conocimiento tan maravilloso rebasa mi comprensión; tan sublime es que no puedo entenderlo… Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre.¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien! Mis huesos no te fueron desconocidos cuando en lo más recóndito era yo formado, cuando en lo más profundo de la tierra era yo entretejido. Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos. ¡Cuán preciosos, oh Dios, me son tus pensamientos! ¡Cuán inmensa es la suma de ellos! Si me propusiera contarlos, sumarían más que los granos de arena. Y, si terminara de hacerlo, aún estaría a tu lado” (Salmo 139:1-6, 13-18).

Porque finalmente, la fuente y el compendio de toda la información del universo se encuentra en Dios Padre, por intermedio de Su Hijo, la segunda persona de la Trinidad, el Logos, el Verbo, la Palabra, la Lógica y la Razón divina que se halla presente en todo lo que existe y que se encarnó como hombre en Jesucristo, nuestro Señor. Él es Quien, mediante la sabia gestión de esta exorbitante y abrumadora información que supera de lejos a cualquier instancia humana (como Dios mismo se lo hizo saber al patriarca Job en los capítulos 38 al 42 del libro que lleva su nombre): “… sostiene todas las cosas con su palabra poderosa” (Hebreos 1:3) al punto que: “… en él vivimos, nos movemos y existimos’” (Hechos 17:28), puesto que: “Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir” (Juan 1:3). Convicciones que llevaron a Pablo a declarar también que: “El es anterior a todas las cosas, que por medio de él forman un todo coherente” (Colosenses 1:17), es decir que todo lo que existe, subsiste y adquiere en él su consistencia, su permanencia y su orden correspondiente, para continuar existiendo y propendiendo al fin más y mejor adaptado a su naturaleza, antes de la segunda venida del Señor para consumar nuestra redención. Por eso y mucho más, es mejor confiar en Él y dejar a su sabia y bondadosa omnisciencia y omnipotencia la gestión y procesamiento de toda la información de este mundo que nos sobrepasa de maneras insospechadas e inimaginables, limitándonos a salvar de la mejor manera nuestra responsabilidad al respecto, conforme a la información y el conocimiento del que sí disponemos de manera cierta.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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