¿Resistencia a la agenda del anticristo?
El movimiento antivacunas data de 150 años atrás y ha existido a la par con el avance y el perfeccionamiento de los procesos de vacunación que hacen a las vacunas cada vez más seguras, exitosas y confiables. Desde el punto de vista estadístico, el éxito de las vacunas en la erradicación de enfermedades anteriormente mortales es sencillamente abrumador, pero eso no significa que estén en absoluto desprovistas de riesgos. El movimiento antivacunas se enfoca en ellos y los magnifica cuando se concretan en algún desafortunado caso aislado y, a partir de estos pocos casos, divulga desinformación calumniosa y no comprobada alrededor de los eventuales efectos secundarios de las vacunas que se unen a la proverbial desconfianza de muchas personas hacia las ejecutorias gubernamentales, para generar paranoia alrededor de este asunto y alimentar así el movimiento antivacunas. Un movimiento que cuenta con acogida en amplios sectores evangélicos como los que, por ejemplo, brindaron y siguen brindando su apoyo al expresidente Donald Trump. Sectores que ven reforzada su desconfianza hacia aquellos gobernantes que, contrario a sus sesgadas y en gran medida equivocadas expectativas, implementan y promueven políticas públicas contrarias a sus posturas particulares alrededor de este tema, como las que se están planteando en el sentido de hacer de la vacuna contra el Covid-19 una medida obligatoria en varios países del Primer Mundo en los que, contando con la logística del caso y con dosis de sobra para vacunar sin dificultad a toda su población, no se está logrando esta meta debido a la reticencia de muchos de sus ciudadanos a acudir a vacunarse gratuitamente, como se les invita a hacerlo de muchas maneras.
La obligatoriedad de la vacuna, considerada por muchos como una intromisión indebida por parte del gobierno en el ámbito de las tan preciadas libertades individuales, así como la posibilidad de condicionar a la aceptación de la vacuna otras libertades como las de viajar e ingresar a cualquier otro país del mundo o la restricción en el acceso a ciertos lugares públicos en el mismo país de origen, despierta en los cristianos poco ilustrados e inclinados a las teorías de conspiración, suspicacias que giran alrededor de los temores a que, en el marco de estas iniciativas, se nos quiera imponer bajo engaño la “marca de la bestia” sobre la que advierte el libro del Apocalipsis en los versículos 16 y 17 del capítulo 13: “Además logró que a todos, grandes y pequeños, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiera una marca en la mano derecha o en la frente, de modo que nadie pudiera comprar ni vender, a menos que llevara la marca, que es el nombre de la bestia o el número de ese nombre”, requisito que formaría parte de la agenda de dominio por parte del anticristo sobre toda la humanidad en los últimos tiempos previos al regreso de Cristo. Pero estos temores son, por lo pronto, infundados por las siguientes numerosas razones que los disipan, en concordancia con la sensatez y con lo revelado en las Escrituras al respecto.
En primer lugar, debido a que las Escrituras nunca condenan a la ciencia ni los innegables avances logrados a su sombra, sino que, por el contrario, la promueven y la consideran una bendición de Dios, sin perjuicio de la actitud crítica y vigilante que los cristianos debemos ejercer, tanto hacia sus malas utilizaciones y aplicaciones, como a los efectos secundarios o, si se quiere, las contraindicaciones que puedan tener estas aplicaciones y la implementación de la tecnología en general en nuestras vidas cotidianas, en lo que ya muchos han dado en llamar, con justa razón, el lado oscuro de la ciencia. Y en este sentido, las vacunas pueden exhibir desde sus mismos orígenes, de manera manifiesta, un balance general muy favorable para salvar vidas y mejorar de un modo innegable las condiciones de salud de la humanidad actual, que no se puede refutar simplemente señalando los casos de excepción que, desde el punto de vista estadístico, no son significativos como argumento en contra de ellas.
En segundo lugar, la temida “marca de la bestia” requiere tecnologías que, aunque ya están disponibles y pueden, por tanto, ser utilizadas en teoría para los fines del caso; no se pueden, sin embargo, implementar en los procesos de vacunación, pues es un hecho cada vez más aceptado que la marca en cuestión se refiere a chips informáticos que pueden ser implantados debajo de la piel de las personas con toda la información personal relevante y que pueden ser leídos por dispositivos diseñados para este fin en terminales adaptadas a este propósito dentro del sistema económico, en la intención de disponer de la información relativa a todas las personas para gestionarla con propósitos de control, manipulación o represión por parte de las autoridades del caso y en la actualidad estamos muy lejos de poder diseñar y construir chips de este estilo de un tamaño tan pequeño que se puedan introducir en el cuerpo mediante jeringas con agujas hipodérmicas para ponerlos a circular por el torrente sanguíneo de los individuos, de tal manera que su información pudiera ser leída por medio de desconocidos mecanismos de los que nadie tiene noticia.
En tercer lugar, la marca de la bestia requiere, según la Biblia, condiciones sociopolíticas que no se dan en la actualidad y hacia las cuales todavía parece que hay un buen trecho por recorrer, como son un gobierno mundial centralizado y ejercido por un personaje muy carismático, que no sería otro que el profetizado anticristo, y no propiamente la actual soberanía nacional que las diversas naciones democráticas o no, ejercen en mayor o menor grado sobre sus propios pueblos y territorios, sin perjuicio de las presiones sutiles o abiertas, ya sea de carácter económico, político e incluso militar que al respecto ejercen las grandes potencias sobre el resto de naciones, con miras a la promoción de sus propios intereses nacionales e internacionales de hegemonía global, que no coinciden necesariamente entre sí, sino que en muchos casos las enfrentan las unas a las otras en el complejo entramado geopolítico que opera actualmente en el mundo y que no nos permite vislumbrar todavía, por lo menos en el corto plazo, el cambio que se requiere de estas condiciones imperantes.
Por último, el argumento más racional y comprensible para todos, esgrimido por los gobiernos para sustentar las medidas que harían de la vacuna contra el Covid-19 algo obligatorio; son las razones de salud pública que buscan evitar el colapso de los sistemas nacionales de salud por cuenta de la saturación de las unidades de cuidados intensivos disponibles, copadas por todos los contagiados de coronavirus que llegan a requerirlas en vista de la gravedad de sus síntomas, debido precisamente a que, pudiendo hacerlo, no se han vacunado para evitar así contraer la enfermedad o, por lo menos, lograr que, gracias a la vacuna, sus síntomas sean leves o manejables en casa, sin necesidad de acudir a la red hospitalaria, insuficiente para cubrir las demandas de una población numerosa y carente de la protección preventiva más probada y segura que las vacunas confieren a quienes acuden obediente y responsablemente a las convocatorias para recibirlas cuanto antes y contribuir a evitar estos temidos escenarios en que muchos lleguen a fallecer debido a la imposibilidad material de recibir toda la atención médica que podría y debería ofrecérseles.
Por todo lo anterior, ni las prevenciones de los cristianos en particular ni las de la población en general hacia las actuales campañas masivas de vacunación, tienen fundamento real ni concluyente y obedecen, más que a una resistencia consciente, responsable y documentada a la presunta agenda de gobierno del anticristo; a una ignorancia supersticiosa y paranoica que, además, es irresponsable en cuanto a las obligaciones que como cristianos y miembros de una comunidad solidaria, tenemos para con los demás en aras del bien común y del respeto a los derechos y a la dignidad humana de las poblaciones más vulnerables al virus, asuntos de los cuales también debemos dar cuenta a Dios en su momento.
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