Habiendo señalado ya la proliferación de baales en Canaán, dioses falsos propios de algunos de los pueblos que la habitaban a la llegada de Israel y su consecuente conquista y establecimiento en ella; con ocasión del reinado de Acaz en Judá encontramos un episodio puntual y culminante en el que su influencia sobre el pueblo en general y sus reyes en particular fue nefasta: “Acaz tenía veinte años cuando comenzó a reinar; reinó en Jerusalén dieciséis años. Pero, a diferencia de su antepasado David, Acaz no hizo lo que agrada al Señor. Al contrario, siguió el mal ejemplo de los reyes de Israel. También hizo imágenes fundidas de los baales. Así mismo, quemó incienso en el valle de Ben Hinón y sacrificó en el fuego a sus hijos, según las repugnantes ceremonias de las naciones que el Señor había expulsado al paso de los israelitas” (2 Crónicas 28:1-3). Vemos aquí que la condenación de la Biblia sobre la idolatría no se basaba únicamente en la falsedad y el carácter de impostores que estos dioses ostentaban, sino también en las condenables prácticas licenciosas e incluso criminales por ellos promovidas y asociadas a su culto específico, como en este caso la abominable y repugnante práctica de sacrificar a sus hijos a estos dioses o baales, práctica que involucró en su momento también a otros reyes posteriores como Manasés, considerado por muchos como el peor de todos los reyes de Israel y Judá combinados y que marca, entonces, el punto más bajo, oscuro y sórdido al que los reyes y el pueblo que en general los seguía llegaron durante el periodo de la monarquía
El culto a los baales
“El culto a los baales fue un pecado recurrente en Israel y Judá que los condujo a sus peores y más escandalosas vilezas e infidelidades hacia Dios”
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