El vocablo “mundo” tiene una gran carga de significado en el contexto bíblico y sus connotaciones tal vez más inmediatas lo asocian al término “mundano” que se ha utilizado tradicionalmente para pronunciar una tácita condenación sobre todo lo que tenga que ver con el mundo. De ahí que muchos cristianos traten infructuosa y equivocadamente de abandonar el mundo aislándose de él, siendo corregidos en su momento por el apóstol mediante las precisiones del caso: “Por carta ya les he dicho que no se relacionen con personas inmorales. Por supuesto, no me refería a la gente inmoral de este mundo, ni a los avaros, estafadores o idólatras. En tal caso, tendrían ustedes que salirse de este mundo. Pero en esta carta quiero aclararles que no deben relacionarse con nadie que, llamándose hermano, sea inmoral o avaro, idólatra, calumniador, borracho o estafador. Con tal persona ni siquiera deben juntarse para comer” (1 Corintios 5:9-11). Como quien dice, no se trata de sacar a la iglesia del mundo, sino al mundo de la iglesia. Se equivocan, entonces, los cristianos que se empeñan en este aislamiento, cual ermitaños modernos, enclaustrándose dentro de los muros de la iglesia, como una burbuja aislante y protectora, constituyendo lo que podría muy bien ser una especie de gueto eclesiástico segregado del mundo. Es debido a ello que teólogos como Bonhoeffer abogaron por un “cristianismo sin religión”, dando a entender con ello la posibilidad de un cristianismo secularizado que ya no pensaría ni actuaría únicamente en términos de lo religioso como algo apartado y sin relación con todos los demás aspectos de la vida humana, bajo la ilustrada convicción de que ser cristiano significa participar en la vida del mundo para servir a Dios en el mundo, y no sólo en algún santuario religioso y estéril o en el aislamiento y protección brindado por un grupo cristiano.
Esto no significa, por supuesto, que ser un creyente “del mundo” sea una licencia para un estilo de vida inmoral, laxo y permisivo. Examinar, pues, los diversos sentidos que la Biblia atribuye al vocablo “mundo” nos ayuda a establecer los términos en los que el cristiano debe permanecer en el mundo sin abandonarlo, sino más bien transformando para bien en su ámbito de influencia las condiciones imperantes en el mundo, pues, en realidad, como lo dijera María Zambrano: “El cristiano no ha de abandonar propiamente nada, pues al nacer en Cristo, al nacer por Cristo, arrastra y transforma su entera condición”. Por eso, si bien no puede negarse que en la Biblia “mundo” alude, en efecto, a un sistema de valores caracterizado por los principios de fuerza, orgullo, egoísmo, codicia, poder y placer sensual bajo el cual Satanás ha organizado a la humanidad incrédula en oposición a Dios, justificando la connotación negativa del término “mundano” que encontramos en especial en el evangelio de Juan en las contrastantes realidades enfrentadas que el Señor Jesús nos reveló: “ꟷUstedes son de aquí abajo ꟷcontinuó Jesúsꟷ; yo soy de allá arriba. Ustedes son de este mundo; yo no soy de este mundo” (Juan 8:23); “El juicio de este mundo ha llegado ya, y el príncipe de este mundo va a ser expulsado” (Juan 12:31); y que este apóstol recogió luego, puntualizándolas con más detalle en las igualmente inspiradas palabras de sus epístolas: “No amen al mundo ni nada de lo que hay en él. Si alguien ama al mundo, no tiene el amor del Padre. Porque nada de lo que hay en el mundo ꟷlos malos deseos del cuerpo, la codicia de los ojos y la arrogancia de la vidaꟷ proviene del Padre, sino del mundo. El mundo se acaba con sus malos deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:15-17); “Sabemos que somos hijos de Dios, y que el mundo entero está bajo el control del maligno” (1 Juan 5:19).
Pero los demás autores sagrados del Nuevo Testamento, como Santiago, también registraron apreciaciones similares: “¡Oh gente adúltera! ¿No saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Si alguien quiere ser amigo del mundo se vuelve enemigo de Dios” (Santiago 4:4). Con todo, en la Biblia el vocablo mundo también puede significar la buena creación de Dios, los cielos y la tierra, como dejó constancia en su momento el Señor Jesucristo en el evangelio de Juan: “»Padre, quiero que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy. Que vean mi gloria, la gloria que me has dado porque me amaste desde antes de la creación del mundo” (Juan 17:24); en las epístolas de Pablo: “Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de él…” (Efesios 1:4); o en las de Pedro igualmente: “Cristo, a quien Dios escogió antes de la creación del mundo, se ha manifestado en estos últimos tiempos en beneficio de ustedes” (1 Pedro 1:20). Pero, finalmente, mundo también puede referirse de manera muy favorable y por asociación a la humanidad que habita este mundo, amada por Dios y llamada por Él al evangelio, como reza en el conocido pasaje de Juan 3:16: “»Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”, confirmado también por el apóstol Pablo: “esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación” (2 Corintios 5:19). Visto así es perfectamente comprensible la paradójica afirmación del Señor en el sentido de que los creyentes “… no son del mundo…” a pesar de lo cual “… están todavía en el mundo,…” (Juan 17:16, 11), para salvar con la debida solvencia la responsabilidad que el Señor nos ha entregado: “Ustedes son la luz del mundo…[que no] se enciende… para cubrirla con un cajón…” (Mateo 5:14)
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