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Estudios bíblicos

El carácter único de Cristo

Vivimos en un mundo globalizado que promueve abiertamente el pluralismo, el multiculturalismo, el discurso a favor de la inclusión y la tolerancia sin criterio y los nuevos sincretismos o mezclas indiscriminadas de creencias que parten de la negación de que exista algún tipo de revelación veraz y, por lo mismo, única, absoluta y final en la historia, con validez universal. Por eso, como lo describe muy bien Visser’t Hooft parece que no tuviéramos más opción que: “… armonizar hasta donde sea posible todas las ideas y experiencias religiosas con el fin de crear una religión universal para la humanidad”. En este contexto, afirmar entonces que algo es único e irrepetible y con validez universal se juzga como arrogancia inaceptable y se ve como el reflejo de una actitud elitista y exclusivista de intolerable superioridad. Pero a despecho de los que así piensan y sin dejar de reconocer la necesidad de una armonía global, de una actitud respetuosa hacia las creencias de los demás y de que, ciertamente, la iglesia de Cristo ha mostrado en ocasiones censurables actitudes de arrogante superioridad; no podemos dejar de afirmar que, sea como fuere, la verdad es superior a la mentira. Y el hecho contundente es que el carácter único del Dios revelado en la Biblia y de sus actuaciones en la historia hablan por sí mismos a favor de su veracidad y legitimidad, tal como la iglesia lo ha creído y proclamado desde hace dos mil años. En efecto, el Señor nuestro Dios es el único Dios verdadero: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado” (Juan 17:3); “¡Grande y digno de alabanza es nuestro Dios, y más temible que todos los dioses! Los dioses de otras naciones son dioses falsos, pero Dios hizo los cielos. Lleno está su santuario de majestad y esplendor, de poder y belleza” (Salmo 96:4-6 TLA); Por eso: “»Yo soy el Señor; ¡ese es mi nombre! No entrego a otros mi gloria, ni mi alabanza a los ídolos” (Isaías 42:8). Él es, también, el único Todopoderoso: “Cuando Abram tenía noventa y nueve años, el Señor se le apareció y le dijo: ꟷYo soy el Dios Todopoderoso. Vive en mi presencia y sé intachable” (Génesis 17:1); justificando las palabras del salmista: “Bendito sea Dios el Señor, el Dios de Israel, el único que hace obras portentosas” (Salmo 72:18); “Al único que hace grandes maravillas; su gran amor perdura para siempre” (Salmo 136:4).

En virtud de esto el evangelio afirma: “Porque para Dios no hay nada imposible” (Lucas 1:37). Dios es, además, el único Soberano: “… Al único y bendito Soberano, Rey de reyes y Señor de señores” (1 Timoteo 6:15), a pesar de que muchos se resistan a reconocerlo, optando por vivir como si Él no existiera: “… son impíos que cambian en libertinaje la gracia de nuestro Dios y niegan a Jesucristo, nuestro único Soberano y Señor” (Judas 1:4). Dios es, igualmente, el único bueno: “… Solamente hay uno que es bueno…” (Mateo 19:17); “… Nadie es bueno sino solo Dios” (Marcos 10:18); puesto que: “Así está escrito: «No hay un solo justo, ni siquiera uno… Todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo!»… pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios” (Romanos 3:10, 12, 23). Asimismo, Jesucristo es el único Señor, nuestro Dios: “… no hay más que un solo Dios, el Padre, de quien todo procede y para el cual vivimos; y no hay más que un solo Señor, es decir, Jesucristo, por quien todo existe y por medio del cual vivimos” (1 Corintios 8:6), y de Quien puede decirse, por tanto: “Toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal en Cristo” (Colosenses 2:9). Y así pueda sonar redundante, Él es el único unigénito Hijo de Dios que se encarnó como hombre: “Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad… A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer” (Juan 1:14, 18); “Así manifestó Dios su amor entre nosotros: en que envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de él” (1 Juan 4:9). Como tal, Él es el único que murió una única vez por nuestros pecados: “también Cristo fue ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de muchos… Pero este sacerdote, después de ofrecer por los pecados un solo sacrificio para siempre, se sentó a la derecha de Dios” (Hebreos 9:28; 10:12); “Porque Cristo murió por los pecados una vez por todas, el justo por los injustos, a fin de llevarlos a ustedes a Dios” (1 Pedro 3:18).

Adicionalmente, Él es el único que ha resucitado, por lo pronto, de los muertos:  Pero lo cierto es que Cristo ha resucitado. Él es el primer fruto de la cosecha: ha sido el primero en resucitar… Y así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos tendrán vida. Pero cada uno en el orden que le corresponda: Cristo en primer lugar…” (1 Corintios 15:20, 22-23 DHH); como se lo ratificó al apóstol Juan en la revelación de Patmos: “… «No tengas miedo. Yo soy el Primero y el Último, y el que vive. Estuve muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno” (Apocalipsis 1:17-18). Y de manera culminante, Él es el único que ascendió al cielo: “Nadie ha subido jamás al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre” (Juan 3:13) “Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11); y el único que volverá a poner orden en este mundo: “… Este mismo Jesús, que ha sido llevado de entre ustedes al cielo, vendrá otra vez de la misma manera que lo han visto irse” (Hechos 1:11); “… Cristo fue ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, ya no para cargar con pecado alguno, sino para traer salvación a quienes lo esperan” (Hebreos 9:28). La iglesia es, por lo tanto, un pueblo único: “Ustedes pertenecen exclusivamente al Señor su Dios, y él los ha elegido para que sean su posesión única entre las demás naciones de la tierra” (Deuteronomio 14:2 NBV), que debe seguir sosteniendo y proclamando el carácter único de nuestro Dios y su consecuente validez universal, puesto que, como lo sostiene el ya citado Visser’t Hooft: “No hay universalidad alguna si no existe un evento único”. Así, pues, como lo ha venido afirmando el judaísmo desde el Antiguo Testamento y lo suscribe la Iglesia en el Nuevo: “Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor” (Deuteronomio 6:4).

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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