El as bajo la manga

La soberanía de Dios no tiene que hacer despliegues avasalladores y ostentosos de poder, como podría hacerlo, para lograr imponerse. Más bien, la elegancia, sutileza y sabiduría divinas pueden cambiar el curso de los acontecimientos contra todo pronóstico, cuando Su causa parece irremediablemente perdida, mediante detalles o recursos inesperados, ocultos y decisivos de los que Dios se sirve, a semejanza del tahúr de quien se dice que guarda siempre un as bajo la manga, como en este caso: “Cuando Atalía, madre de Ocozías, vio que su hijo había muerto, tomó medidas para eliminar a toda la familia real de Judá. Pero Josaba, que era hija del rey y esposa del sacerdote Joyadá, raptó a Joás, hijo de Ocozías, cuando los príncipes estaban a punto de ser asesinados. Metiéndolo en un dormitorio con su nodriza, logró esconderlo de Atalía, de modo que no lo mataron. Hizo esto porque era la hermana de Ocozías” (2 Crónicas 22:10-11). El rango de maniobra y el respeto que Dios brinda a nuestro albedrío no puede frustrar nunca sus planes y propósitos de manera definitiva, sino que, por el contrario, en el momento justo Él interviene lo estrictamente necesario para “frustrar los planes de las naciones y desbaratar los designios de los pueblos” (Salmo 33:10), justificando lo dicho con humor por Franz Moreno al afirmar: “Dios es un tramposo, pero igual ganaría sin hacer trampa”, o como lo dirían hoy los físicos cuánticos alrededor de la famosa frase de Einstein en el sentido de que “Dios no juega a los dados”, para replicar: “Dios si juega a los dados, pero los dados están cargados”