El respeto de Dios hacia la voluntad de los seres humanos absteniéndose de forzar o impedir sus actuaciones mediante coerción o coacción, no significa que Él no pueda influir sobre nosotros con elegante sutileza mediante convicciones y persuasiones por las cuales reforzamos nuestras propios deseos para hacer algo que Dios también desea que hagamos, sin dejar de actuar en todos estos casos con nuestro propio movimiento, como sucedió con los israelitas que llevaban ofrendas para la elaboración del santuario en el desierto y todo lo relativo a él: “Todos los que deseaban, y que en su interior se sintieron movidos a hacerlo, llevaron una ofrenda al Señor para las obras en la Tienda de reunión, para todo su servicio, y para las vestiduras sagradas” (Éxodo 35:21). La expresión: “y que en su interior se sintieron movidos a hacerlo” puede ir más allá del deseo inicial que manifestaron para señalar así las convicciones y persuasiones en el mismo sentido que Dios ponía en sus corazones, como lo sugiere la paráfrasis que la Nueva Biblia Viva hace de este versículo: “Aquellos cuyo corazón fue tocado por el Espíritu de Dios volvieron con sus ofrendas de materiales para el santuario y su equipo, y para las vestiduras sagradas”, haciendo explícito lo que tal vez debería dejarse implícito para no eliminar la sutileza de Dios al dirigir nuestros actos a sus buenos propósitos. Porque la ausencia de coacción aquí está garantizada por la instrucción previa dada al respecto: “«Ordénales a los israelitas que me traigan una ofrenda. La deben presentar todos los que sientan deseos de traérmela” (Éxodo 25:2)
Coerción o persuasión
"La coerción y la coacción no van con el proceder de Dios que siempre actúa con nosotros mediante persuasión y convicción para movernos a la acción”
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