Habiendo ya establecido que las promesas de Dios contienen por lo general una bendición con la que Dios se compromete con Su pueblo y una condición que éste debe cumplir para obtener la bendición en cuestión, la bendición en sí misma está llamada a ser, pues, un estímulo y una motivación para el cumplimiento de la condición. Tal vez por eso, justo en vísperas de la entrada de Israel a la tierra prometida con sus nuevas esperanzas, posibilidades y desafíos, Moisés pronunció de manera más espontánea sobre algunas de las tribus bendiciones adicionales a las ya enumeradas “bendiciones de la obediencia” que Dios había ordenado expresamente con anterioridad, que tenían un carácter más litúrgico, solemne y formal y que fueron pronunciadas, por tanto, siguiendo las precisas instrucciones del caso por seis de las tribus desde el monte Gerizim, mientras las otras seis se ubicaron sobre el monte Ebal para pronunciar a su vez las “maldiciones de la desobediencia”. Así, Moisés consideró oportuno anunciar estas bendiciones específicas que tenían un carácter casi profético como su último acto público a favor de Israel en su condición de dirigente sobre la nación antes de su muerte: “Antes de su muerte, Moisés, hombre de Dios, bendijo así a los israelitas:” (Deuteronomio 33:1). Estas bendiciones eran, entonces, refuerzos positivos muy específicos para la obediencia de algunas de las tribus, que consideraban el llamado particular que Dios había hecho a cada una de ellas y su consecuente papel en el gran concierto del plan de Dios para Su pueblo
Bendición, estímulo y motivación
“Las bendiciones de Dios no se cumplen de manera automática al margen de nuestra respuesta, pero sí estimulan nuestra respuesta apropiada a ellas”
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