Shakespeare colocó en boca de su personaje Hamlet y su famoso monólogo la siguiente declaración que se ha hecho célebre: “La conciencia nos vuelve unos cobardes”. En efecto, dado que la vida misma se puede convertir en una carga demasiado pesada con todas sus responsabilidades y decisiones que la acompañan, escapismos tales como el suicidio son una opción que podemos llegar a considerar en los momentos difíciles en que nos sentimos abrumados por las adversidades. Sin embargo, la conciencia nos frena de optar por ello, debido, supuestamente ꟷen la perspectiva de Hamletꟷ a la cobardía que nos produciría el tomar una decisión tan drástica y definitiva que requeriría, entonces, de alguna clase de valentía para hacerlo. Pero en realidad, la conciencia rectamente entendida no nos impulsa a la cobardía, sino a la valentía que requiere por momentos la misma decisión de vivir, entendida como un acto de confianza fundamental en Dios a pesar de sus inherentes dificultades, junto con la toma de decisiones que la acompaña, en la convicción de que hacer lo correcto no es nunca fácil y requiere en muchos casos valentía. Si bien la Biblia es para el creyente la fuente primaria y principal del consejo de Dios, éste siempre viene mediado por nuestra propia conciencia, a la que la Biblia está llamada a iluminar mediante la comprensión que Dios nos brinda de ella por intermedio de su Espíritu en medio de nuestras reflexiones noctámbulas alrededor de ella. Por eso: “Bendeciré al Señor, que me aconseja; aun de noche me reprende mi conciencia” (Salmo 16:7)
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