En línea con las apelaciones y ruegos de los profetas a Dios, David oraba ante todo recurriendo e invocando la fidelidad de Dios para con Su pueblo en virtud de Su elección y el pacto suscrito por Dios con ellos y no apoyado propiamente en el desempeño del pueblo, ni siquiera debido al hecho de que, ciertamente, David y los profetas siempre habrían podido exhibir una conducta y piedad superior a la del pueblo y si se quiere, íntegra y ejemplar, pero nunca impecable, como resulta obvio de la narración de la vida de David y podemos inferirlo también de aquellos profetas o personajes bíblicos que, como el profeta Daniel o el patriarca José, no se les señala de manera clara y explícita ninguna falta en el curso de su vida, silencio que no debe interpretarse como si no pecaran de un modo u otro como el resto de los mortales. Precisamente, son estas consideraciones las que dan pie a sus oraciones en estos términos: “No entregues a las fieras la vida de tu tórtola; no te olvides, ni ahora ni nunca, de la vida de tus pobres. Toma en cuenta tu pacto, pues hasta en los lugares más oscuros del país abunda la violencia” (Salmo 74:19-20). “Tu tórtola”, “tus pobres”, “tu pacto” y no nuestros particulares méritos o cumplimiento superior de la ley. Es pues presumible pensar que cuando el profeta Daniel se dirigía a Dios diciendo: “»‘Señor, tuya es la justicia y nuestra es la vergüenza…” (Daniel 9:7) se refería no solo a la vergüenza de la nación como un todo de la cual él estaba tomando la vocería, sino también a la vergüenza propia que a título individual él también experimentó en algún grado
No entregues la vida de Tu tórtola
"La apelación de David a Dios se apoya siempre mucho más en la fidelidad de Dios a Su pueblo que en los presuntos méritos o desempeño del pueblo”
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