Ningún ser humano puede esgrimir justicia delante de Dios en sentido absoluto, pues en estricto rigor: “No hay en la tierra nadie tan justo que haga el bien y nunca peque” (Eclesiastés 7:20), como la ratifica también el apóstol, citando el libro de los salmos “Así está escrito: «No hay un solo justo, ni siquiera uno” (Romanos 3:10), por lo cual, cuando apelamos a Dios y en lo que a Él respecta, lo que procede es clamar por misericordia y no por justicia, pues si pedimos justicia corremos el riesgo de que nos la conceda y no salgamos, por tanto, bien librados, pues si la justicia consiste en darle a cada cual lo que cada cual se merece, lo que merecemos es la muerte, pues: “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Sin embargo, en nuestro trato con nuestros semejantes sí podemos pedirle a Dios justicia, como lo hacía el rey David al sostener que: “¡El Señor juzgará a los pueblos!…” apelando a Él para pedirle enseguida: “… Júzgame, Señor, conforme a mi justicia; págame conforme a mi integridad. Dios justo que examinas la mente y el corazón, acaba con la maldad de los malvados y mantén firme al que es justo” (Salmo 7:8-9). Actuar con justicia con nuestros semejantes, dando a cada uno lo que le corresponde con honestidad y una limpia conciencia, sin tratar de engañarlos ni negarles lo que se merecen, es una posibilidad que está al alcance de todos los hombres y de los creyentes en particular que, con base en ello, pueden apelar a Dios esperando de Él que en su momento: “Hará que tu justicia resplandezca como el alba; tu justa causa, como el sol de mediodía” (Salmo 37:6)
Júzgame conforme a mi justicia
"Si bien es cierto que nadie es justo en sentido absoluto, podemos acudir a Dios apelando a nuestra justicia en nuestro trato con nuestros semejantes”
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