Además de las culpas que debemos admitir y afrontar por nuestros pecados conscientes y concretos, los vínculos y las relaciones entre nosotros en el seno de la sociedad nos llevan a tener que asumir y compartir también culpas vagas e imprecisas, de las cuales no éramos conscientes en su momento ni estaban en nuestros cálculos, como la de David por causa de la masacre llevada a cabo por Saúl con los sacerdotes de Nob por el simple hecho de haberlo ayudado, sin saber que David había caído en desgracia ante Saúl cuando lo hicieron. Si bien el culpable directo y el autor intelectual de esta masacre era Saúl y sus hombres, cuando fue informado de ello por Abiatar, el único sobreviviente, hijo de Ajímelec: “David respondió: ꟷYa desde aquel día, cuando vi a Doeg en Nob, sabía yo que él le avisaría a Saúl. Yo tengo la culpa de que hayan muerto todos tus parientes” (1 Samuel 22:22). Por lo tanto, debemos aprender a distinguir entre nuestras culpas directas de las que tenemos que dar cuenta a Dios y a los directamente afectados, mediante la confesión, el arrepentimiento, la petición de perdón y la eventual restitución; de las culpas indirectas que no podíamos prever y que no obedecen propiamente a nada malo que hayamos hecho, sino a la complejidad de la vida y las circunstancias, pues estas últimas pueden llegar a agobiarnos y a quitarnos la paz y requieren tratamiento especial para poder vivir con ellas, como por ejemplo la llamada “culpa del sobreviviente” por la que alguien se siente culpable por haber sobrevivido a un evento en el que todos sus compañeros fallecieron
Yo tengo la culpa
"La vida es tan compleja que hay episodios en que tenemos que cargar la culpa de acciones de las que, sin embargo, no somos directamente responsables”
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