Simpatizar con el evangelio es un buen punto de partida para llegar a la fe. Pero al mismo tiempo, ser un simpatizante no hace ninguna diferencia en cuanto a la fe y los beneficios que ella les reporta a los auténticos creyentes, pues el simpatizante no está en este sentido en mejor condición que cualquier incrédulo hostil y abiertamente opuesto al evangelio. En otras palabras, ser un simpatizante del evangelio puede ser algo bueno y necesario como etapa previa que lo conduzca a la conversión y a la fe; pero se convierte en algo muy engañoso y peligroso si se pretende permanecer en la condición de simpatizante de manera indefinida. Y lo malo es que en la iglesia siempre ha habido simpatizantes que piensan que esta condición ya hace de ellos cristianos auténticos, dando lugar a situaciones como la descrita con luminosa honestidad por Patrick Morley al confesar que su mayor obstáculo para convertirse en cristiano era pensar que ya lo era, pues su condición de simpatizante del evangelio así se lo hacía creer. Al igual que lo sucedido con el pueblo de Israel en su salida de Egipto: “Los israelitas partieron de Ramsés, en dirección a Sucot. Sin contar a las mujeres y a los niños, eran unos seiscientos mil hombres de a pie. Con ellos salió también gente de toda laya, y grandes manadas de ganado, tanto de ovejas como de vacas” (Éxodo 12:37-38), asimismo lo largo de la historia también la iglesia ha estado constituida por auténticos creyentes y “gente de toda laya” que simpatizan sinceramente con la causa del evangelio, pero que no forman en realidad parte de la iglesia en la que se encuentran.
Simpatizantes o creyentes
“Hay simpatizantes del evangelio a quienes esto los traiciona, pues no les alcanza para llegar a ser verdaderos creyentes”
Permanecer en la etapa de simpatía es como querer entrar al mar y asustarse con las pequeñas olas que llegan a la playa.
Debemos reafirmar nuestra simpatía con pasos de gigante- crédulo.