Habiéndonos ya referido metafóricamente a la congruencia que debe existir entre ser y parecer en cuanto a “revestirnos” de tal manera que nuestras “vestiduras” o apariencia externa corresponda y refleje nuestra más auténtica condición interna, es decir lo que en realidad somos; debemos señalar nuevamente, sin embargo, la prioridad que ser tiene sobre tan solo parecer. Y si bien el cristiano debe, por tanto, concentrarse en ser antes que en parecer, este no es un asunto de disyuntivas mutuamente excluyentes, como si de elegir entre ambas se tratara, sino de prioridades nada más. Por eso, el cristiano le da más importancia a ser, pero no por eso le resta la debida importancia también a parecer. Y es que si somos, en efecto, hijos de Dios por la fe en Cristo, debemos con mayor razón comportarnos como tales y no aparentar infructuosamente comportarnos como tales para encubrir que realmente no lo somos, como lo denuncia el apóstol: “Aparentarán ser piadosos, pero su conducta desmentirá el poder de la piedad. ¡Con esa gente ni te metas!” (2 Timoteo 3:5). Porque en el evangelio la aprobación de Dios no excluye la aprobación humana, sino que la aprobación humana sigue por lo regular a la aprobación de Dios, como lo declara el libro de Proverbios: “así recibirás la aprobación y el aprecio de Dios y de la gente” (Proverbios 3:4 PDT), pero en ese orden, como lo declara Pablo, estableciendo el modelo que todos los creyentes debemos imitar: “En todo esto procuro conservar siempre limpia mi conciencia delante de Dios y de los hombres” (Hechos 24:16)
Ser y parecer
“Tratando tan sólo de ‘parecer’ no se puede llegar a ‘ser’, pero tampoco hay que conformarse con ‘ser’, sino también ‘parecer’"
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