La aspiración a la prosperidad y a la seguridad económica como una de las legítimas metas y aspiraciones de la vida humana en este tiempo suele pasar por alto que no hay prosperidad económica que valga o compense cuando la salud de la persona se halla comprometida de manera significativa y limitante, por lo que la prosperidad verdadera pasa en primera instancia por el disfrute de una buena salud como una de las bendiciones que Dios otorga a los suyos, incluyendo la eventual sanidad milagrosa o la fortaleza para sobrellevar con dignidad una enfermedad crónica. Pero, asimismo, una buena salud también depende en gran medida de una buena condición anímica y espiritual que se caracterice por el cultivo de una alegre actitud ante la vida y una buena relación con Dios y con los demás en los mejores términos posibles, como lo dice el apóstol: “Querido hermano, oro para que te vaya bien en todos tus asuntos y goces de buena salud, así como prosperas espiritualmente” (3 Juan 1:2). La progresión correcta de la prosperidad integral es, entonces, prosperidad espiritual, salud y provisión económica, en ese orden de prioridad. Orden que, de modificarse o invertirse corre el riesgo de pervertirse y conducirnos a un desbalanceado e insatisfactorio remedo de prosperidad que no satisface ni permanece. Es por eso que una de las bendiciones últimas y terminantes que disfrutaremos es la salud: “y corría por el centro de la calle principal de la ciudad. A cada lado del río estaba el árbol de la vida, que produce doce cosechas al año, una por mes; y las hojas del árbol son para la salud de las naciones” (Apocalipsis 22:2)
Salud integral
“La salud es resultado de la prosperidad espiritual que anticipa la sanidad integral y absoluta que un día disfrutaremos”
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