Ya desde la perspectiva humana, los aspectos sangrientos y crueles y la saña mostrada por sus verdugos en la pasión y ejecución de Cristo en la cruz se unen a la injusticia superlativa cometida contra Él con esta sentencia para hacer de la cruz un espectáculo bochornoso, aberrante y monstruoso, ante el cual la reacción más natural sería apartar la vista y bajar la cabeza profundamente conmovidos y sensiblemente dolidos. Pero además, desde la perspectiva divina y teniendo en cuenta que sobre Cristo estaban depositados los pecados de toda la humanidad y que Él estaba sustituyéndonos en el patíbulo de los condenados y aceptando sobre sí mismo el castigo que todos ellos merecían, para vindicar la justicia y el honor divinos insultados y mancillados con las desobediencias de sus criaturas, no causa extrañeza que el propio Padre, en medio del dolor indecible de ver a Su amado Hijo experimentando este horror y agonía, tuviera que apartar también la vista de Él en señal desaprobatoria hacia el pecado que Él cargaba en esos momentos, llevando a Cristo a clamar por el abandono de Su parte en el momento culminante de su sacrificio voluntario, asumido por amor a los hombres. Pero lo que no debemos olvidar es que el sacrificio de Cristo cumple de manera perfecta lo que los sacrificios levíticos del Antiguo Testamento tan sólo anunciaban y tipificaban, y que Dios finalmente aceptaba también con aprobación, y complacencia para tener acceso a Él y ser aceptados por Él finalmente. Por eso: “lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios” (Efesios 5:2)
Sacrificio de olor fragante
“Nuestra necesidad de aceptación sólo se alcanza en Dios y únicamente a través del sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz”
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