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Estudios bíblicos

Sacando a la luz lo escondido

Shakespeare advertía que: “No hay crimen en el mundo que se oculte, aunque la tierra toda lo sepulte”. Y con la misma idea en mente, hay un proverbio chino que recomienda: “Si no quieres que se sepa, no lo hagas”. De hecho, la impunidad siempre ha generado un incremento del delito entre los individuos de las sociedades que son incapaces de descubrirlo, investigarlo y castigarlo como corresponde, pues: “Cuando no se ejecuta rápidamente la sentencia de un delito, el corazón del pueblo se llena de razones para hacer lo malo” (Eclesiastés 8:11). Una de las erróneas presunciones que ha propiciado esta inclinación es la engañosa creencia de que, si logramos ocultar nuestros actos censurables y vergonzosos, podremos evitar entonces el castigo que estos actos merecen. Puede que esta presunción sea válida en relación con la justicia de los hombres, pero definitivamente no lo es en lo que concierne a la justicia divina. No hay nada en absoluto que esté oculto a los ojos de Dios en virtud de su omniciencia: Señor, tú me examinas, tú me conoces. Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto; aun a la distancia me lees el pensamiento. Mis trajines y descansos los conoces; todos mis caminos te son familiares. No me llega aún la palabra a la lengua cuando tú, Señor, ya la sabes toda. Tu protección me envuelve por completo; me cubres con la palma de tu mano. Conocimiento tan maravilloso rebasa mi comprensión; tan sublime es que no puedo entenderlo” (Salmo 139:1-6) y su omnipresencia: ¿A dónde podría alejarme de tu Espíritu? ¿A dónde podría huir de tu presencia? Si subiera al cielo, allí estás tú; si tendiera mi lecho en el fondo del abismo, también estás allí. Si me elevara sobre las alas del alba, o me estableciera en los extremos del mar, aun allí tu mano me guiaría, ¡me sostendría tu mano derecha! Y, si dijera: «Que me oculten las tinieblas; que la luz se haga noche en torno mío», ni las tinieblas serían oscuras para ti, y aun la noche sería clara como el día. ¡Lo mismo son para ti las tinieblas que la luz!” (Salmo 139:7-12).

Por lo tanto, la afirmación de la epístola a los Hebreos en el sentido de que: “Ninguna cosa creada escapa a la vista de Dios. Todo está descubierto, expuesto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas” (Hebreos 4:13), debería ser atendida con presteza por todos los hombres; en primer lugar, en razón a que, al final de los tiempos, Dios manifestará toda obra escondida que hayamos logrado encubrir: “Vi también a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono. Se abrieron unos libros, y luego otro, que es el libro de la vida. Los muertos fueron juzgados según lo que habían hecho, conforme a lo que estaba escrito en los libros” (Apocalipsis 20:12), junto con las motivaciones e intenciones que se encuentran detrás de ellas: “Así sucederá el día en que, por medio de Jesucristo, Dios juzgará los secretos de toda persona, como lo declara mi evangelio” (Romanos 2:16); “Por lo tanto, no juzguen nada antes de tiempo; esperen hasta que venga el Señor. Él sacará a la luz lo que está oculto en la oscuridad y pondrá al descubierto las intenciones de cada corazón. Entonces cada uno recibirá de Dios la alabanza que le corresponda” (1 Corintios 4:5). Y en segundo lugar, pero igualmente importante, debido también a que Dios puede sacar todo esto a la luz tempranamente y hacerlo manifiesto cuando menos lo esperamos, pues: “Los pecados de algunos son evidentes antes de ser investigados, mientras que los pecados de otros se descubren después. De igual manera son evidentes las buenas obras, y si son malas, no podrán quedar ocultas” (1 Timoteo 5:24-25), quedando así sometidos a los señalamientos y el escarnio público. Por eso, un buen criterio para evaluar si lo que hacemos es correcto, es pensar en cómo reaccionaríamos si se hace público, pues como lo dijo sentenciosamente el Señor, ya sea para bien o para mal: “No hay nada encubierto que no llegue a revelarse, ni nada escondido que no llegue a conocerse” (Lucas 12:2).

Así lo pudieron comprobar diversos personajes bíblicos, desde el mismo Adán al tomar del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal: “… ─¿Y quién te ha dicho que estás desnudo? ─le preguntó Dios─. ¿Acaso has comido del fruto del árbol que yo te prohibí comer?” (Génesis 3:8-11), pasando por Caín al asesinar a su hermano Abel: “… ─¡Qué has hecho! ─exclamó el Señor─. Desde la tierra, la sangre de tu hermano reclama justicia. Por eso, ahora quedarás bajo la maldición de la tierra…” (Génesis 4:8-11); Judá, al recurrir a una prostituta sin saber que era su nuera Tamar, reclamando así su derecho a obtener descendencia por parte de la familia del patriarca: “… Como tres meses después, le informaron a Judá lo siguiente: ─Tu nuera Tamar se ha prostituido, y como resultado de sus andanzas ha quedado embarazada. ─¡Sáquenla y quémenla! ─exclamó Judá. Pero cuando la estaban sacando, ella mandó este mensaje a su suegro: «El dueño de estas prendas fue quien me embarazó. A ver si reconoce usted de quién son este sello, el cordón del sello, y este bastón». Judá los reconoció y declaró: «Su conducta es más justa que la mía, pues yo no la di por esposa a mi hijo Selá»…” (Génesis 38:12-26); Moisés, luego de matar a un egipcio que maltrataba a un hebreo: “…  Al día siguiente volvió a salir y, al ver que dos hebreos peleaban entre sí, le preguntó al culpable: ─¿Por qué golpeas a tu compañero? ─¿Y quién te nombró a ti gobernante y juez sobre nosotros? ─respondió aquel─. ¿Acaso piensas matarme a mí, como mataste al egipcio? Esto le causó temor a Moisés, pues pensó: «¡Ya se supo lo que hice!»” (Éxodo 2:11-14), Acán, al tomar en secreto del botín de guerra destinado a ser destruido: “Mañana por la mañana se presentarán por tribus… La tribu que yo señale por suertes presentará a sus clanes; el clan que el Señor señale presentará a sus familias; y la familia que el Señor señale presentará a sus varones… y la suerte cayó sobre Acán hijo de Carmí, nieto de Zabdí y bisnieto de Zera…” (Josué 7:14-25). Y, por supuesto, está el proverbial y culminante caso del rey David, en relación con su adulterio al tomar a Betsabé, la esposa de Urías: “»Pues bien, así dice el Señor: ‘Yo haré que el desastre que mereces surja de tu propia familia, y ante tus propios ojos tomaré a tus mujeres y se las daré a otro, el cual se acostará con ellas en pleno día. Lo que tú hiciste a escondidas, yo lo haré a plena luz, a la vista de todo Israel’»” (2 Samuel 12:11-12). Pero junto con estos, hay otros casos menos notorios pero igual de ilustrativos como el de Giezi, el criado del profeta Eliseo, recibiendo de Naamán y por debajo de cuerda, pagos no autorizados por los favores recibidos: “… Eliseo replicó: ─¿No estaba yo presente en espíritu cuando aquel hombre se bajó de su carro para recibirte? ¿Acaso es este el momento de recibir dinero y ropa, huertos y viñedos, ovejas y bueyes, criados y criadas? Ahora la lepra de Naamán se te pegará a ti y a tus descendientes para siempre…” (2 Reyes 5:24-27) y finalmente, Ananías y Safira en el Nuevo Testamento: “Un hombre llamado Ananías también vendió una propiedad y, en complicidad con su esposa Safira, se quedó con parte del dinero y puso el resto a disposición de los apóstoles. ─Ananías ─le reclamó Pedro─, ¿cómo es posible que Satanás haya llenado tu corazón para que le mintieras al Espíritu Santo y te quedaras con parte del dinero que recibiste por el terreno? ¿Acaso no era tuyo antes de venderlo? Y una vez vendido, ¿no estaba el dinero en tu poder? ¿Cómo se te ocurrió hacer esto? ¡No has mentido a los hombres, sino a Dios! Al oír estas palabras, Ananías cayó muerto. Y un gran temor se apoderó de todos los que se enteraron de lo sucedido…” (Hechos 5:1-11). Por eso, como lo afirma el Señor:“… el que practica la verdad se acerca a la luz, para que se vea claramente que ha hecho sus obras en obediencia a Dios»” (Juan 3:21)

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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