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Conferencias

Profecías cumplidas en Cristo

Un caso puntual de diseño inteligente

El tema de la profecía y su cumplimiento, si bien es un argumento contundente a favor de la veracidad e inspiración sobrenatural de la Biblia en general y del evangelio en particular, siendo, por tanto, un tema obligado de la defensa de la fe; puede no obstante llegar a ser demasiado vasto por la manera en que la profecía impregna y se halla presente a todo lo largo y ancho de la Biblia, por lo que al abordar el tema de la profecía y su cumplimiento debemos ser selectivos y delimitar con precisión su tratamiento y alcance, como se hizo en su momento en la conferencia sobre la profecía predictiva ya cumplida del Antiguo Testamento en la que, además de esta delimitación indicada en el título, únicamente nos ocupamos de las profecías más significativas y puntuales concernientes a los grandes imperios de la antigüedad con los que Israel tuvo relación. Tratamiento que, de cualquier modo, brindaba una asombrosa y solvente confirmación y respaldo a la afirmación de que la Biblia es de procedencia sobrenatural y fue inspirada por Dios, pues no se explica de otro modo el cumplimiento tan preciso de las profecías anunciadas y contenidas en ella acerca de estos grandes imperios.

Y si bien en este caso también hemos hecho una delimitación en el título, debemos estrechar más el alcance de esta delimitación, pues las profecías cumplidas en Cristo pueden llegar a ser un tema demasiado vasto para abordarlo en una conferencia, ya que Cristo es de manera abierta o velada el tema principal de la Biblia, pues lo que no tiene que ver con Él de manera directa, sí tiene que ver con Él de manera indirecta y todos los asuntos de la revelación giran de manera concéntrica alrededor de Él, así como los planetas del sistema solar giran, justamente, alrededor del sol. No en vano el Señor Jesucristo exhortó a los judíos de su tiempo diciéndoles: “Ustedes escudriñan las Escrituras, porque les parece que en ellas tienen la vida eterna; ¡y son ellas las que dan testimonio de mí!” (Juan 5:39 RVC). Así, pues, al examinar el testimonio profético que las Escrituras dan de Cristo, debemos identificar y clasificar estos testimonios para, acto seguido, escoger una de estas categorías únicamente y seleccionar en ella las profecías más relevantes para establecer el hecho de que la encarnación de Cristo como hombre y su ministerio terrenal es un ejemplo muy ilustrativo y representativo de “diseño inteligente”, es decir, de la presencia detrás de Cristo como personaje histórico, de una inteligencia superior, sabia y poderosa en grado superlativo dirigiéndolo todo, ante Quien no cabe más que rendirnos y postrarnos en adoración.

La cristología, rama de la teología encargada del estudio de Cristo, identifica y designa con el nombre de “profecías mesiánicas” los testimonios proféticos que las Escrituras ofrecen relativos a Cristo. Pero junto a las profecías mesiánicas encontramos los “tipos” o “tipologías” y las prefiguraciones de Cristo que no son propiamente profecías, pero que son de todos modos referentes importantes en el Antiguo Testamento que apuntan a Cristo. Comencemos por decir, entonces, que los tipos o tipologías son personajes históricos, objetos o acontecimientos destacados del Antiguo Testamento que “tipifican”, es decir que simbolizan o apuntan a algún aspecto de la vida de Cristo que en Él tienen su más cabal cumplimiento. Casi todos los personajes piadosos más admirados del Antiguo Testamento tipifican en mayor o menor grado y guardadas las debidas proporciones aspectos importantes del ministerio de Cristo, destacándose entre ellos Moisés y David, para mencionar solo a dos entre muchos.

Entre los objetos que tipifican a Cristo podemos señalar la serpiente de bronce o la roca de la que brotó milagrosamente agua en el desierto. Y entre los acontecimientos que tipifican a Cristo sobresale la pascua y el consecuente cordero pascual. A su vez, las prefiguraciones de Cristo tienen lugar en la figura del Ángel del Señor y las inquietantes descripciones que se hacen de Él que sugieren fuertemente que no es un ángel común, sino Dios mismo, o más exactamente el Hijo de Dios manifestándose a los hombres mucho tiempo antes de encarnarse como hombre de carne y hueso en la persona de Jesucristo. El misterioso personaje de Melquisedec se desempeña como “tipo” y como “prefiguración” de Cristo, aunque son un número minoritario los teólogos que le asignan esta última función, pues la mayoría lo ubica tan sólo entre los numerosos “tipos” que encontramos de Cristo en el Antiguo Testamento. Y aun descartando en esta conferencia la mención y tratamiento de los tipos y las prefiguraciones, debemos todavía aplicar un criterio selectivo a las muy numerosas profecías mesiánicas que se cumplen en Cristo y este criterio consiste en nuestro caso en escoger las más específicas, literales y detalladas, cuya comprobación sea, por lo mismo, ineludible en cuanto a establecer su cumplimiento o no, de un modo inequívoco.

Después de todo, Carl Sagan, científico mediático del siglo XX y reconocido ateo, sostenía que los cristianos tenemos un problema de imaginación desbordada, puesto que casi todas las profecías mesiánicas son vagas, ambiguas, imprecisas y abiertas al engaño, de modo que pueden ser interpretadas de muchas maneras y que, adicionalmente, esquivamos las más directas. Si bien estas acusaciones son discutibles, vamos de todos modos a darle algo de crédito al no esquivar precisamente las más directas y dejar de lado las que podrían considerarse más vagas, ambiguas e imprecisas a primera vista. No consideraremos, entonces, más allá de mencionarlas rápidamente de un modo más bien incidental, las profecías mesiánicas que se limitan a anunciar de muchas maneras la venida del mesías caracterizándolo ya sea como rey y caudillo militar, como sacerdote, o como un personaje sobrenatural con rasgos divinos, pues aunque en la perspectiva del Nuevo Testamento Cristo cumple en sí mismo todas estas expectativas múltiples, las más directas y susceptibles de verificación sin lugar a equívocos son las profecías que revelan aspectos específicos de su vida terrenal y, particularmente, las que lo caracterizan como un siervo sufriente, que son además las más contraintuitivas y chocantes para la mentalidad políticamente triunfalista que los judíos asociaban al mesías. Es dentro de este campo que seleccionaremos las profecías mesiánicas del caso cuyo cumplimiento abordaremos con más detenimiento en esta conferencia.

Apelaremos, entonces, en gran medida, aunque no de manera exclusiva, a porciones específicas extractadas de los salmos mesiánicos, que son los salmos que la tradición judía siempre ha considerado alusivos al mesías venidero y que, de paso, los dejan como culpables por no haber reconocido en Cristo el cumplimiento de todos estos anuncios proféticos tan literales y detallados. Pero antes de emprender este ejercicio es necesario hacer una precisión alrededor del pasaje bíblico conocido como “el protoevangelio” que encontramos en Génesis 3:15 y que dice: “Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la de ella; su simiente te aplastará la cabeza, pero tú le herirás el talón»”, pues muchos, de una manera que no deja de ser razonable, afirman ver aquí, en el primer anuncio mesiánico de la Biblia, una alusión exclusiva a Cristo, el único ser humano que, en virtud de su nacimiento virginal, debe su existencia únicamente a la simiente o “semilla” (es decir, óvulo) de la mujer sin participación de la “semilla” (es decir, semen) del varón. Si bien esto requiere interpretar la palabra hebrea zera‘, de una manera muy literal y restrictiva que muchos exégetas no comparten, no deja de ser una interpretación inquietante y llamativa.

Sea como fuere, el alcance de esta profecía se va estrechando al considerar que el mesías por medio del cual serían “… bendecidas todas las familias de la tierra” (Génesis 18:18) debía provenir de la descendencia de Abraham, más exactamente de su nieto Jacob que da nombre a la nación de Israel: “»Lo veo, pero no ahora; lo contemplo, pero no de cerca. Una estrella saldrá de Jacob; un cetro surgirá en Israel…” (Números 24:17) y de manera más precisa, de la tribu de Judá, pues: “El cetro no se apartará de Judá, ni de entre sus pies el bastón de mando, hasta que llegue el verdadero rey, quien merece la obediencia de los pueblos” (Génesis 49:10). Dentro de la tribu de Judá, es la familia de Isaí, padre del rey David, la descendencia real de la que surgiría el mesías: “Del tronco de Isaí brotará un retoño; un renuevo nacerá de sus raíces. El Espíritu del Señor reposará sobre él…” (Isaías 11:1). Cristo reúne todas estas condiciones, por supuesto, pero esto no lo identifica todavía a Él con exclusividad como el mesías, para lo cual debemos recurrir a profecías más específicas y detalladas.

Entre estas encontramos su lugar de nacimiento: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña entre los clanes de Judá, de ti saldrá el que gobernará a Israel…” (Miqueas 5:2). Esta profecía se cumplió contra todo pronóstico, pues para la época de su nacimiento, José y María, los padres del Señor Jesucristo, estaban radicados en Nazaret y no en su Belén natal y la circunstancia que los llevó a desplazarse brevemente a Belén fue el primer censo llevado a cabo por el gobernador romano Cirenio, como lo  narra Lucas en su evangelio, algo que ni el Señor Jesucristo ni sus padres pudieron prever ni llevar a cabo de manera premeditada por iniciativa propia, sino en contra de su voluntad, obligados por el decreto romano que establecía que todos fueran censados en su lugar de origen. Y por supuesto, tampoco estaba en su voluntad el cumplimiento de la profecía de Isaías acerca de su nacimiento virginal: “Por eso, el Señor mismo les dará una señal: La virgen concebirá y dará a luz un hijo y lo llamará Emanuel” (Isaías 7:14), de cuyo cumplimiento da cuenta así el evangelio de Mateo: El nacimiento de Jesucristo fue así: Su madre, María, estaba comprometida para casarse con José; pero, antes de unirse a él, resultó que estaba embarazada por el poder del Espíritu Santo… Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta: «La virgen concebirá y dará a luz un hijo y lo llamarán Emanuel» (que significa «Dios con nosotros»)” (Mateo 1:18, 22-23).

Tampoco podrían prever sus padres que, luego de su nacimiento, tuvieran que huir de Judea, en donde la vida de Cristo estaría en riesgo, pues el cruel y paranoico rey Herodes buscaba intensamente al niño para matarlo, por lo que, en obediencia a Dios, decidieron huir por un tiempo y establecerse brevemente en Egipto: “Cuando ya se habían ido, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». Así que se levantó cuando todavía era de noche, tomó al niño y a su madre y partió para Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes. De este modo se cumplió lo que el Señor había dicho por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo»” (Mateo 2:13-15). Profecía que hallamos en Oseas 11:1: “«Desde que Israel era niño, yo lo amé. De Egipto llamé a mi hijo”. Valga decir que la matanza de los inocentes, como se conoce a la masacre de niños de 2 años o menos llevada a cabo en Belén y sus alrededores por Herodes para tratar de eliminar al niño Jesús, también fue profetizada por el profeta Jeremías.

El ministerio público de Cristo, desarrollado de un modo fundamental en la injustamente menospreciada Galilea y no, como sería de esperarse, en la orgullosa Judea con su capital Jerusalén, también fue profetizado por Isaías: A pesar de todo, no habrá más penumbra para la que estuvo angustiada. En el pasado Dios humilló a la tierra de Zabulón y a la tierra de Neftalí; pero en el futuro honrará a Galilea de los gentiles, desde el Camino del Mar, al otro lado del Jordán. El pueblo que andaba en la oscuridad ha visto una gran luz; sobre los que vivían en tierra de sombra de muerte una luz ha resplandecido” (Isaías 9:1-2). Y esto también de manera providencial, pues: “Así que se levantó José, tomó al niño y a su madre, y regresó a la tierra de Israel. Pero al oír que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allá. Advertido por Dios en sueños, se retiró al distrito de Galilea y fue a vivir en un pueblo llamado Nazaret…” (Mateo 2:21-23). Ya en la vida adulta y el ministerio público del Señor en Judea, las hostilidades contra Él allí eran tan latentes e inminentes que decidió establecer definitivamente su “cuartel general” en Capernaúm, también en Galilea: Cuando Jesús oyó que habían encarcelado a Juan, regresó a Galilea. Partió de Nazaret y se fue a vivir a Capernaúm, que está junto al lago en la región de Zabulón y de Neftalí, para cumplir lo dicho por el profeta Isaías: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, desde el Camino del Mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles; el pueblo que habitaba en la oscuridad ha visto una gran luz; sobre los que vivían en tierra de sombra de muerte una luz ha resplandecido»” (Mateo 4:12-16).

Otro detalle sorprendente es que, descontando a sus discípulos y seguidores durante su ministerio que fueron una proporción minoritaria de la nación, el Antiguo Testamento predice su rechazo por la dirigencia judía y, finalmente, por la generalidad del pueblo que terminó pidiendo su crucifixión, en el clásico pasaje de Isaías 53: “Despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, habituado al sufrimiento. Todos evitaban mirarlo; fue despreciado y no lo estimamos” (Isaías 53:3), cuyo cumplimiento registra el apóstol Juan cuando dice: Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron” (Juan 1:1), animosidad hacia Él ratificada en el salmo 69:4: “Más que los cabellos de mi cabeza son los que me odian sin motivo; muchos son los enemigos gratuitos que se han propuesto destruirme” que es el citado por el propio Señor Jesús para explicar este rechazo: “El que me aborrece a mí también aborrece a mi Padre. Si yo no hubiera hecho entre ellos las obras que ningún otro antes ha realizado, no serían culpables de pecado. Pero ahora las han visto y, sin embargo, a mí y a mi Padre nos han aborrecido. Pero esto sucede para que se cumpla lo que está escrito en la Ley de ellos: ‘Me odiaron sin motivo’” (Juan 15:23-25).

Pasando ya a la semana de pasión, el Antiguo Testamento nos da un buen número de detalles relacionados con ella que pueden ser verificados sin dificultad. En primer lugar, su entrada triunfal en Jerusalén el domingo de ramos, anunciada así por el profeta: Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de alegría, hija de Jerusalén! Mira, tu rey viene hacia ti, justo, victorioso y humilde. Viene montado en un burro, en un burrito, cría de asna” (Zacarías 9:9) y cuyo cumplimiento recogen así los evangelios: Tomaron ramas de palma y salieron a recibirlo mientras gritaban a voz en cuello: ꟷ¡Hosanna! ꟷ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ꟷ¡Bendito el Rey de Israel! Jesús encontró un burrito y se montó en él, como dice la Escritura” (Juan 12:13-14). Puede argumentarse contra este cumplimiento que fue planificado de este modo por el Señor Jesucristo que, conociendo la profecía de Zacarías, se ciñó de manera premeditada a ella al planear su ingreso a Jerusalén en un burrito. Pero de cualquier modo, humanamente hablando, Jesucristo no podía haber preparado el recibimiento que le dio aquí el mismo pueblo que cinco días después estaría pidiendo que lo crucificaran.

Y si bien es cierto que el Señor Jesucristo estaba dolorosamente consciente de que sería traicionado: “Dicho esto, Jesús se angustió profundamente y afirmó: ꟷLes aseguro que uno de ustedes me va a traicionar” (Juan 13:21), no lo es que pudiera planificar también esta traición por parte de uno de sus discípulos más cercanos, tal como se profetizó en el Antiguo Testamento: “Hasta mi amigo cercano, en quien yo confiaba y que compartía el pan conmigo, se ha vuelto contra mí” (Salmo 41:9), descrita de forma más vívida un poco más adelante: “Si un enemigo me insultara, yo lo podría soportar; si un adversario me humillara, de él me podría yo esconder. Pero lo has hecho tú, un hombre como yo, mi compañero, mi mejor amigo, a quien me unía una bella amistad y con quien caminaba entre los adoradores en la casa de Dios” (Salmo 55:12-14), traición que, como es bien sabido, llevó a cabo Judas Iscariote: Judas Iscariote, uno de los doce, fue a los jefes de los sacerdotes para entregarles a Jesús… Todavía estaba hablando Jesús cuando apareció Judas, uno de los doce. Lo acompañaba una turba armada con espadas y palos, enviada por los jefes de los sacerdotes, los maestros de la Ley y los líderes religiosos. El traidor había dado esta contraseña: «Al que le dé un beso, ese es; arréstenlo y llévenselo bien asegurado». Tan pronto como llegó, Judas se acercó a Jesús y dijo: ꟷ¡Rabí! Y lo besó” (Marcos 14:10, 43-45).

En relación con esta traición, el precio también fue profetizado: Les dije: «Si les parece bien, páguenme mi salario; de lo contrario, quédense con él». Y me pagaron solo treinta piezas de plata” (Zacarías 11:12), que fue, efectivamente, el precio acordado: Uno de los doce, el que se llamaba Judas Iscariote, fue a los jefes de los sacerdotes. ꟷ¿Cuánto me dan y yo les entrego a Jesús? ꟷpropuso. Decidieron pagarle treinta monedas de plata. Y desde entonces Judas buscaba una oportunidad para entregarlo” (Mateo 26:14-16). Y para cerrar este punto, la destinación final de este dinero también estaba profetizada: Entonces el Señor me dijo: «¡Vaya precio con el que me han valorado! Entrega eso al alfarero». Así que tomé las treinta piezas de plata y se las di al alfarero del Templo del Señor” (Zacarías 11:13).

Y los dirigentes de la nación que habían crucificado al Señor, sin ser conscientes de ello, dieron cumplimiento a este anuncio: Cuando Judas, el que lo había traicionado, vio que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los jefes de los sacerdotes y a los líderes religiosos. ꟷHe pecado ꟷdijoꟷ, porque he entregado a la muerte a un inocente. ꟷ¿Y eso a nosotros qué nos importa? ꟷrespondieronꟷ. ¡Allá tú! Entonces Judas arrojó el dinero en el santuario y salió de allí. Luego fue y se ahorcó. Los jefes de los sacerdotes recogieron las monedas y dijeron: «La ley no permite echar esto al tesoro, porque es dinero pagado para derramar sangre». Así que resolvieron comprar con ese dinero un terreno conocido como Campo del Alfarero, para sepultar allí a los extranjeros. Por eso ha sido llamado Campo de Sangre hasta el día de hoy. Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías: «Tomaron las treinta monedas de plata, el precio que el pueblo de Israel había fijado, y con ellas compraron el campo del alfarero, como me ordenó el Señor»”.

En relación con el juicio al que el Señor fue sometido por las autoridades de su época, también encontramos profecías puntuales, como el hecho de que testificarían contra Él testigos falsos: “No me entregues al capricho de mis adversarios, pues contra mí se levantan testigos falsos que respiran violencia” (Salmo 27:12), como, en efecto sucedió: Pero no la encontraron, a pesar de que se presentaron muchos testigos falsos. Por fin se presentaron dos que declararon: ꟷEste hombre dijo: ‘Puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días’” (Mateo 26:60). Y la respuesta del Señor a estos testimonios también fue profetizada: “Maltratado y humillado, ni siquiera abrió su boca, como cordero fue llevado al matadero, como oveja que enmudece ante su trasquilador, ni siquiera abrió su boca” (Isaías 53:7), silencio del cual los evangelios también nos informan: “Poniéndose en pie, el sumo sacerdote dijo a Jesús: ꟷ¿No vas a responder? ¿Qué significan estas denuncias en tu contra? Pero Jesús se quedó callado…” (Mateo 26:62-63), actitud que se repite ante el gobernador Poncio Pilato: “Al ser acusado por los jefes de los sacerdotes y por los líderes religiosos, Jesús no contestó nada. ꟷ¿No oyes lo que declaran contra ti? ꟷdijo Pilato. Pero Jesús no contestó ni a una sola acusación, por lo que el gobernador se llenó de asombro” (Mateo 27:12-14).

Ya entrando en la recta final de la semana de pasión encontramos profecías detalladas como la de Isaías 50:6 que anuncian que sería golpeado y escupido y se burlarían de Él: “Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que me arrancaban la barba; ante las burlas y los escupitajos no escondí mi rostro”, cuyo exacto cumplimiento leemos en Marcos 14:65: Algunos comenzaron a escupirlo y, luego de vendarle sus ojos, le daban puñetazos. ꟷ¡Profetiza! ꟷgritaban. Los guardias también lo abofeteaban”, y en Juan 19:1-3: “Pilato tomó entonces a Jesús y mandó que lo azotaran. Los soldados, que habían trenzado una corona de espinas, se la pusieron a Jesús en la cabeza y lo vistieron con un manto color púrpura. ꟷ¡Viva el rey de los judíos! ꟷgritaban, mientras se acercaban para abofetearlo”. Algunas burlas son tan específicas que su cumplimiento es más asombroso aún: “Pero yo, gusano soy y no hombre; la gente se burla de mí, el pueblo me desprecia. Cuantos me ven se ríen de mí; lanzan insultos, meneando la cabeza: «Este confía en el Señor, ¡pues que el Señor lo ponga a salvo! Ya que en él se deleita, ¡que sea él quien lo libre!»” (Salmo 22:6-8), agravio concreto que le dirigieron al Señor en su momento: Los que pasaban meneaban la cabeza y blasfemaban contra él: ꟷTú que destruyes el Templo y en tres días lo reconstruyes, ¡sálvate a ti mismo! Si eres el Hijo de Dios, ¡baja de la cruz!… Él confía en Dios; pues que lo libre Dios ahora, si de veras lo quiere. ¿Acaso no dijo: ‘Yo soy el Hijo de Dios’?” (Mateo 27:39-40, 43).

Un detalle muy preciso alrededor de todo esto es la profecía de que sobre sus ropas se echarían suertes, pues la túnica del Señor era costosa, ya que era inconsútil o sin costuras: “Se repartieron entre ellos mi manto y sobre mi ropa echaron suertes” (Salmo 22:18). Marcos establece su cumplimiento: “Y lo crucificaron. Repartieron su ropa, echando suertes para ver qué le tocaría a cada uno” (Marcos 15:24) y Juan añade los detalles ya señalados al respecto: “Cuando los soldados crucificaron a Jesús, tomaron su manto y lo partieron en cuatro partes, una para cada uno de ellos. Tomaron también la túnica, la cual no tenía costura, sino que era de una sola pieza, tejida de arriba abajo” (Juan 19:23), razón por la cual, en vez de dañarla, echaron suertes sobre ella para ver quien se quedaría con ella.

Isaías 53 profetiza otros detalles desconcertantes, como por ejemplo el hecho de que moriría entre transgresores: “Por lo tanto, le daré un puesto entre los grandes y repartirá el botín con los fuertes, porque derramó su vida hasta la muerte y fue contado entre los transgresores…” (Isaías 53:12), como lo fueron los criminales al lado de quienes fue crucificado: Con él crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda” (Mateo 27:38). Pero a su vez, se profetizó que sería sepultado con los ricos, algo que sucedió contra todo pronóstico, pues los crucificados eran arrojados la mayoría de las veces a fosas comunes, no obstante lo cual: “Se le asignó un sepulcro con los malvados y con los ricos fue su muerte, aunque no cometió violencia alguna ni hubo engaño en su boca” (Isaías 53:9), siendo José de Arimatea el encargado de dar cumplimiento a esta profecía: “Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había convertido en discípulo de Jesús. Se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús y Pilato ordenó que se lo dieran. José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en un sepulcro nuevo de su propiedad, que había cavado en la roca. Luego hizo rodar una piedra grande a la entrada del sepulcro y se fue” (Mateo 27:57-60)

La muerte por crucifixión también fue implícitamente anunciada mucho tiempo antes de que éste se convirtiera en el medio de ejecución en el imperio romano para los delitos políticos, como aquel del cual el Señor fue acusado, pues de nuevo leemos en el salmo 22: “Como perros me han rodeado; me ha cercado una banda de malvados; me han traspasado las manos y los pies” (Salmo 22:16). Heridas en sus manos y pies, producto de su crucifixión, que el Señor exhibió ante el incrédulo Tomás: Luego dijo a Tomás: ꟷPon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe” (Juan 20:27). Otro detalle asombroso, contrario a lo acostumbrado, es la profecía que anuncia que sus huesos no serían quebrados: le protegerá todos los huesos y ni uno solo le quebrarán” (Salmo 34:20), algo que se llevaba a cabo habitualmente con los crucificados quebrando con un golpe de mazo sus piernas a la altura de las espinillas para acelerar su muerte, pero que no sucedió en el caso de Cristo por una circunstancia inusual, como lo es el hecho de que muriera muy rápido: “Pero cuando se acercaron a Jesús y vieron que ya estaba muerto, no quebraron sus piernas… Estas cosas sucedieron para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán ningún hueso»(Juan 19:33, 36). Finalmente, estando en la cruz vemos el cumplimiento de otras profecías, entre las que cabe destacar aquella que afirma que le darían hiel y vinagre: “En mi comida pusieron hiel; para calmar mi sed me dieron vinagre” (Salmo 69:21), algo que se hizo con Cristo de manera repetida: Allí dieron a Jesús vino mezclado con hiel; pero después de probarlo, se negó a beberlo… Al instante uno de ellos corrió en busca de una esponja. La empapó en vinagre, la puso en una vara y se la ofreció a Jesús para que bebiera” (Mateo 27:34, 48).

No hablaremos aquí de las profecías relacionadas con su resurrección y ascensión, que también fueron anunciadas en el Antiguo Testamento, pues los escépticos naturalistas y materialistas, con su sesgo inclinado a descartar a priori cualquier evento sobrenatural, siempre pondrán en duda el cumplimiento de estos dos hechos, así que poco se logra señalando las profecías que así lo anunciaron. Más bien, para cerrar este selectivo recuento y verificación de las profecías cumplidas en Cristo, conforme al título de la conferencia, hay que explicar con más precisión por qué estas profecías cumplidas son un ejemplo puntual de diseño inteligente. La teoría del diseño inteligente, por la que se pueden descartar dos de las únicas tres causas posibles a las que se puede reducir la ocurrencia de un hecho o evento cualquiera, a saber: azar, necesidad o diseño, nos dice que todo evento que reúna dos características simultáneas: complejidad y especificación, es por definición un evento diseñado por una inteligencia y no un producto del azar o la necesidad.

Y las profecías cumplidas acerca de Cristo muestran ambas características: la complejidad que implica la suma de los eventos señalados que se dieron en la vida de Cristo que hacen que, desde el punto de vista de la estadística, el hecho de que todos ellos se hayan dado tal y como fueron anunciados en la vida de una persona por simple azar (ya que la necesidad queda descartada de entrada, pues nadie argumentaría que todo sucedió así porque, debido a las leyes que operan en el mundo, no había ninguna otra manera en que pudiera suceder), es absolutamente improbable, si del azar se trata. Pero, además, la especificación tan precisa, clara y carente de la vaguedad, ambigüedad o imprecisión que Carl Sagan le endosaba a las profecías diciendo que la iglesia tenía mucha imaginación para interpretarlas y que, además, eludían la consideración de las más directas y difíciles de malinterpretar, es sorteada aquí encargándonos, justamente, de las más directas, literales y poco o nada susceptibles a los engaños o malentendidos.

Así que las profecías cumplidas acerca de Cristo también exhiben a su favor la suficiente especificación requerida por la teoría del diseño inteligente, por lo que si la vida y ministerio terrenal de Cristo pueden mostrar al mismo tiempo el elevado grado de complejidad y especificación que las profecías hechas siglos antes en relación con Él ponen en evidencia, es porque toda su vida y ministerio terrenal fue “diseñado”, por una inteligencia superior muy sabia y sobrenaturalmente poderosa. Diseño que, guardadas las obvias proporciones, se extiende también a la vida de todos y cada uno de los creyentes en Cristo, de tal modo que, para Dios, la vida de ningún ser humano en general y con mayor razón la de los creyentes en particular, es vana, contingente, dejada al azar, prescindible o carente de importancia, sino todo lo contrario: es única y diseñada con un propósito y final glorioso en mente: ser partícipes de la naturaleza divina.

Como epílogo creo conveniente citar la siguiente reflexión al respecto por parte de Gino Iafrancesco Villegas, que suscribo de lleno y no requiere comentarios adicionales: “Una de las cosas más satisfactorias es ver la vida del Señor Jesucristo ajustarse al molde de las profecías acerca del Mesías. Es un nutriente maravilloso de la fe… El preconocimiento divino había hecho que se escribiera, por así decirlo, una biografía antes de que aconteciera en el tiempo y en la historia… Estaban previstas sus obras y su ministerio… aún su precursor estaba previsto. Su muerte en detalles y su significado; su sepultura; y su resurrección; su ascensión y partida por un tiempo a ministrar en los cielos; y aún su regreso está previsto… En Jesús de Nazaret se cumplen pues las expectativas mesiánicas de los siglos pasados, todo en su debido orden, la parte del Cordero y la parte del León… La profecía y su cumplimiento son hechos ineludibles, vindicaciones que dejan sin excusa a los que tratan de eludir el hecho de que la historia estaba preparada para Cristo… He allí lo profetizado; solamente Jesucristo es Aquel! Las profecías lo presentan, la historia lo presenta, y lo que es más asombroso, Él mismo se presenta. Todas sus credenciales están en orden, y bienaventurado es aquel que no halle tropiezo en Él”.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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