Si bien Pablo admitía que ni él ni nadie diferente a Cristo podría pretender ser perfecto actualmente en el sentido absoluto que esta palabra evoca en primera instancia, acto seguido nos revela un aspecto en el que podemos, sin embargo, ser perfectos a pesar de todo, como lo da a entender al decir: “Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante,sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús. Así que, ¡escuchen los perfectos! Todos debemos tener este modo de pensar. Y si en algo piensan de forma diferente, Dios les hará ver esto también” (Filipenses 3:13-15). Y es que el adjetivo griego teleios que se traduce al español como “perfecto”, en el griego tiene dos matices o significados diferentes con los que Pablo juega en este pasaje, refiriéndose con este término, en primer lugar, a la perfección absoluta en el versículo 12, condición que en el pasaje que hemos citado admite que ni siquiera él lo ha logrado, sino que se limita más bien a mantenerse avanzando hacia esta meta para afirmar enseguida que existe un sentido en el que ya hay, actualmente, personas perfectas entre sus lectores, en cuanto a que han alcanzado ya la “perfección” o madurez necesaria en la fe para, al igual que él, admitir y confesar su imposibilidad de alcanzar la perfección absoluta en este tiempo y esforzarse simplemente por seguir avanzando hacia la meta, actitud madura que es, justamente, la que refleja la madurez ya alcanzada por ellos.
Perfección o madurez
“La gente madura se distingue porque nunca piensa haber alcanzado la madurez suficiente que Dios espera y requiere de nosotros”
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