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Perfección absoluta

“Dios no juzga por comparación, curvas o promedios. Quien desee ser aprobado por Él sin tener que creer en Cristo debe ser perfecto”

“Errar es humano” y “nadie es perfecto” reza la sabiduría popular. Por tanto, si Dios requiriera de nosotros la perfección para aprobarnos, estaríamos en serios problemas. Pero eso es exactamente lo que Dios pide de nosotros: “Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto” (Mateo 5:48). Es por eso que el intento de justificarnos delante de Él mediante buenas obras, religiosidad o actos de piedad, es un ejercicio inútil condenado al fracaso. Porque por mucho que logremos o creamos lograr al respecto, al final nadie da la talla, pues: “Así está escrito: «No hay un solo justo, ni siquiera uno. No hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios. Todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo!»” (Romanos 3:10-12), independiente del hecho de que, comparativamente hablando, pueda haber gente más o menos buena que otra, lo cual no impresiona a Dios ni nos hace merecedores de su favor, teniendo en cuenta su exigencia de absoluta perfección. Exigencia que sólo Cristo ha podido cumplir y que ninguno de nosotros podrá, entonces, cumplir al margen de Él. Es por eso que Dios establece que, para ser salvos y obtener su aprobación, debemos ser cobijados por Cristo mediante la fe, la confesión y el arrepentimiento de nuestros pecados, para ser hallados revestidos de Su justicia perfecta que Dios nos otorga por el simple hecho de rendirnos a Él arrepentidos y reconociendo que separados de Él nada podremos lograr por nuestros propios y siempre precarios y muy imperfectos méritos y esfuerzos.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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