Perdón sin reservas

Hacer las cosas de manera vacilante y a medias puede ser peor que no hacerlas de ningún modo. El perdón, por ejemplo, o se brinda sin reservas o no es en lo absoluto verdadero perdón. El rey David pretendió perdonar a su hijo Absalón por haber asesinado a su medio hermano Amnón ‒primogénito de David concebido de Ajinoán, una de sus esposas‒ debido a que éste había violado a su vez a su hermana Tamar, hija, como Absalón, de David y Macá, otra de sus esposas y, como tal, también hermana media de Amnón: “Entonces el rey llamó a Joab y le dijo: ‒Estoy de acuerdo. Anda, haz que regrese el joven Absalón… Dicho esto, Joab emprendió la marcha a Guesur, y regresó a Jerusalén con Absalón. Pero el rey dio esta orden: «Que se retire a su casa, y que nunca me visite.» Por tanto, Absalón tuvo que irse a su casa sin presentarse ante el rey… Absalón vivió en Jerusalén durante dos años sin presentarse ante el rey. Un día, le pidió a Joab que fuera a ver al rey… ‒Te pedí que fueras a ver al rey y le preguntaras para qué he vuelto de Guesur. ¡Más me habría valido quedarme allá! Voy a presentarme ante el rey, y si soy culpable de algo, ¡que me mate!” (2 Samuel 14:21-32). Porque el perdón a medias, con reservas y prevenciones manifiestas hacia aquel a quien se está perdonando, genera en este último amarguras y resentimientos hacia quien dice haberlo perdonado, sin haberlo hecho realmente como Dios manda y como Él a su vez nos perdona a nosotros nuestros pecados, sin volver nunca a enrostrárnoslos ni restringirnos el acceso renovado a su trono de gracia.