Continuando con la varias veces abordada reflexión sobre la paciencia como fruto del Espíritu Santo y una de las virtudes elogiadas en el creyente como señal de su madurez y sabiduría, Juan Zorrilla de San Martín decía que: “La paciencia es la fuerza del débil, la impaciencia, la debilidad del fuerte”. Y más allá de lo ya dicho sobre la paciencia como requisito necesario para lograr identificar el tiempo de Dios y ajustar nuestro tiempo al Suyo, debemos recordar que la paciencia no consiste en una espera pasiva, sino en un concepto dinámico con una gran riqueza de matices, incluyendo a la constancia, que es la acción de permanecer en provechosa actividad de manera diligente y sin desmayar, a pesar de no ver los resultados esperados en el corto plazo. Del mismo modo, la paciencia implica perseverancia, noción que enfatiza el empeño y la fuerza de voluntad para esforzarse y continuar aún en medio de las circunstancias adversas. Y finalmente, la paciencia en sentido estricto, que es la actitud por la cual no permitimos que la ansiedad nos domine en medio de la espera. En la Biblia la paciencia no es, pues, una espera ociosa, sino que presupone y va siempre acompañada por la constancia en las rutinas provechosas y productivas del día a día y también por la disposición de perseverar y mantenernos en ellas incluso cuando las circunstancias parecen jugar en contra y nos amenazan con el desánimo, pues, como lo dice puntual y claramente el autor sagrado: “Ustedes necesitan perseverar para que, después de haber cumplido la voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido” (Hebreos 10:36)
Paciencia, constancia y perseverancia
“Paciencia no significa esperar sentado a que las cosas pasen, sino esperar que con lo que hacemos obedientes, llegaran a pasar”
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