Dios otorgó al ser humano dominio sobre la naturaleza. Un dominio que ejercemos mediante la cultura, por la cual tomamos los recursos que Dios nos brinda en la naturaleza virgen y mediante el trabajo y la técnica los transformamos, aprovechando su potencial oculto para elevar nuestra calidad de vida y aportando así un muy significativo valor agregado a lo que Dios nos ofrece en la naturaleza. Pero al hacerlo debemos tener en cuenta que a la naturaleza hay que respetarla en todo este proceso y no explotarla abusando de ella, rindiéndonos entonces a ella y no levantándonos contra ella en nombre de una cultura desarrollada sin restricción alguna, salida del curso y el cauce prudente y sensato que la naturaleza le señala, como lo hace, por ejemplo, la ideología de género que pretende justificar la elección de un rol de género contrario al sexo con el que la naturaleza nos dotó. Y si esto es así en relación con la naturaleza, con mayor razón debe serlo en relación con Dios, el Creador de la naturaleza. Por eso, paradójicamente, la única manera de triunfar al ser confrontados por Dios es rindiéndonos a Él sin reservas en la persona de Cristo. Sólo así podremos sobrevivir al encuentro y salir de él fortalecidos con el poder de Dios para hacer lo correcto, obedeciéndolo en todo y cosechando todos los beneficios que esto nos reporta a nosotros y a la sociedad de la que formamos parte. Por lo tanto: “Solamente al Señor tu Dios debes seguir y rendir culto. Cumple sus mandamientos y obedécelo; sírvele y permanece fiel a él” (Deuteronomio 13:4)
Obediencia y dominio, rendición y victoria
“Si a la naturaleza no se la vence sino obedeciéndola, pues con más razón para salir triunfantes ante Dios hay que rendirse a Él”
Deja tu comentario