La vida humana es en gran medida la suma de nuestras decisiones, con las cuales podemos sobreponernos a las circunstancias más desventajosas en las que podamos haber nacido y crecido o, por el contrario malograr poco a poco un futuro luminoso y esperanzador y cerrando una a una las posibilidades que en algún momento hayamos podido tener por delante. En este orden de ideas, la aceptación del evangelio mediante la fe y la conversión a Cristo es la Segunda Oportunidad por excelencia en la vida de todo ser humano, que renueva la esperanza en un futuro mejor, incluso para las vidas más estropeadas, estableciendo el punto de inflexión y quiebre en que nuestras vidas pueden cambiar drásticamente de rumbo y encauzarse en la senda correcta, sin importar cuanto hayamos andado ya en direcciones equivocadas. Así, pues, mientras haya vida y una voluntad dispuesta, nunca es tarde para suscribir de corazón la transformadora fe en Cristo que trae luz a los panoramas más sombríos, corrigiendo lo deficiente. Por eso, a partir de la Segunda oportunidad que el evangelio representa y la consecuente aceptación de él mediante la conversión a Cristo, todos los días se convierten en segundas oportunidades para reafirmar nuestro andar y hacer los ajustes del caso para mantener el rumbo sin desviarnos ni a la izquierda ni a la derecha, haciendo del “hoy” el día más importante de todos: “Por eso, Dios volvió a fijar un día, que es «hoy», cuando mucho después declaró por medio de David lo que ya se ha mencionado: «Si ustedes oyen hoy su voz, no endurezcan el corazón.»” (Hebreos 4:7)
Nuevo día, nueva oportunidad
“El evangelio no es sólo el ofrecimiento de una segunda oportunidad sino el ofrecimiento de una segunda oportunidad todos los días”
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