Publicación especial por el día de la mujer (Por Deisy Guzmán).
Tristemente, los casos sobre maltrato a las mujeres son noticia recurrente en nuestro país en los medios de comunicación, los cuales registran de forma repetida hechos con un denominador común: el maltrato físico, verbal, psicológico y hasta sexual en mujeres, sin importar su edad, su educación o su posición social. Este fenómeno es una realidad que se da primordialmente en el marco de las variadas relaciones con el sexo opuesto, ya sea conyugal, de amistad o de noviazgo indistintamente.
Ya desde la antigüedad los derechos de la mujer han venido siendo vulnerados al rotularlas sistemáticamente como el “sexo débil”, designación que parece promover y estimular el machismo que caracteriza a nuestra sociedad, reforzado a su vez por la actitud de algunas mujeres que, en actitud permisiva, manipulable y hasta masoquista, contribuyen con ello a este fenómeno. Por otra parte, el hecho de que un todavía mayoritario número de mujeres no aporten monetariamente al hogar propicia una atmósfera favorable al empoderamiento de su pareja y a los malos tratos de parte de ellos.
Éste es tal vez el caso típico en el cual se da esta situación, pero también se puede presentar en una condición de igualdad en el aspecto monetario e incluso cuando en el matrimonio la principal aportante es la mujer. Realmente no hay ningún tipo de relación entre personas de diferente sexo que esté por completo exenta de estos comportamientos que se pueden estar presentando a diario en nuestros propios hogares, con nuestras parejas, hijos, hermanos, jefes, etc.
Maltrato verbal, psicológico y físico
El maltrato, como muy bien lo dice la palabra, consiste en tratar mal a alguien, con conductas agresivas que incluyen tanto lo verbal: desprecio ofensivo, insultos y gritos; como lo físico. El maltrato causa, por tanto, heridas emocionales, psicológicas y físicas por igual. De hecho el abuso sexual es sólo una forma de maltrato físico entre muchas más, aunque suele ser el agravante más indignante y condenable entre todos los maltratos por el dolor y los sentimientos de tristeza, angustia, inseguridad, indignidad y humillación que genera.
En este orden de ideas, el maltrato puede ubicarse en cualquiera de estos dos niveles. El abuso verbal tiene que ver con las palabras y el tono con el que se dicen. Hay palabras que, sin ser necesariamente soeces, hieren, ofenden, denigran y degradan. Por eso, debemos establecer límites en nuestras conversaciones, no aceptando los comentarios lesivos que nos dirigen y evitando también los comentarios que maltratan a nuestro interlocutor y que pueden propiciar el escalamiento que desencadena situaciones de violencia física.
Hay que enfriar los ánimos cuando la conversación se acalora y degenera. Establecer límites como: “En estos términos no podemos continuar hablando”; “A los gritos no continuaré esta conversación”; o “No es posible esta conversación de esta manera, luego hablamos”, frases todas con las cuales podemos dar por terminada la conversación hasta reencauzarla en los términos mínimos de respeto mutuo que hagan de ella algo constructivo. Si esto no sucede, es mejor darla por terminada hasta nueva orden. De nosotras depende en gran medida establecer límites seguros a la conversación. Si no tenemos esto en cuenta los maltratos y abusos continuarán, pues nadie puede hacer por nosotras lo que nosotras debemos hacer. Si toleramos y hacemos la vista gorda al maltrato verbal en nuestras casas con nuestros cónyuges, hijos y demás, en cualquier momento este puede dar lugar al maltrato físico.
Además, en la medida en que no pongamos freno a este maltrato verbal, poco a poco se va dañando nuestra autoimagen o autoestima y socavando el respeto mutuo dando lugar a una atmósfera psicológicamente perjudicial caracterizada así por la Dra. Vanesa Fernández, psicóloga especialista en emociones: “es una violencia sorda, muda, invisible, manifestada en comportamientos repetitivos de carácter físico, verbal, activo o pasivo, que agrede a la estabilidad emocional de la víctima de manera continua y sistemática. Haciendo sufrir a la víctima mediante la intimidación o desvalorización aprovechando el amor o cariño que ésta siente hacia su agresor”.
Infortunadamente este es el panorama en la vida de muchas mujeres que aguantan día a día esta situación que raya ya en la costumbre y la resignación. Vidas llenas de maltratos y abusos que generan malestares y enfermedades físicas y acarrean para sus víctimas existencias grises, tristes y frustradas debido en parte a nuestra propia permisividad que se niega a poner correctivos, entre los cuales está, por supuesto, el interponer mecanismos legales que medien entre las partes en cualquier situación de maltrato, en especial el que tiene lugar en el contexto de la violencia intrafamiliar.
Corazones sanos y vidas cimentadas en Cristo
En este propósito es fundamental tener nuestras vidas centradas en Cristo y dirigidas por el Espíritu Santo. Tener a Dios como principal prioridad es esencial para que Él se manifieste a nosotros y llene todos nuestros vacíos emocionales de una manera en que nadie más lo puede hacer. La conversión a Cristo es un milagro con el potencial para revertir las situaciones de maltrato y transformarnos en mujeres plenas y felices. Cuando vivimos en la presencia del Señor, ni los problemas, ni el desamor y ni siquiera los maltratos pueden controlar y determinar el rumbo de nuestras vidas. Porque como muy bien lo dice la Biblia “ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor de Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor” Romanos 8:39. Al tener conciencia del amor de Dios y ceder a su influencia nos convertiremos en mujeres seguras, con corazones sanos, con nuestros tanques emocionales llenos y con paz interior. Los traumas y heridas producto del maltrato no son la última palabra, pues recursos como la oración, el ayuno y la consejería son herramientas disponibles para la mujer cristiana maltratada que le permiten combatir con ventaja situaciones difíciles como las descritas en este artículo, de las que ninguna de nosotras está exenta.
Cuando, como lo dicen las Escrituras, “estamos en Cristo” y pensamos con “la mente de Cristo” veremos los problemas en la perspectiva correcta bajo la guía del Espíritu Santo e instruidas por la Biblia, la Palabra de Dios. De este modo podremos avanzar en la superación de estas deformaciones de las relaciones a través del perdón, del reconocimiento y refuerzo de nuestra dignidad y consecuente autoestima y del establecimiento de normas y límites sanos en nuestras relaciones, en el marco de la vida comunitaria que la iglesia nos provee por medio de nuestra congregación local en la que podemos compartir y aprender más formas para batallar con estas situaciones. El consejo del apóstol cobra aquí vigencia: “Por último, fortalézcanse con el gran poder del Señor. Póngase toda la armadura de Dios para que puedan hacer frente a las artimañas del diablo. Porque nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestes. Por lo tanto, póngase toda la armadura de Dios para que cuando llegue el día malo puedan resistir hasta el fin con firmeza”. (Efesios 6:10-13).
Deja tu comentario