La ignorancia es algo inevitable en relación con los asuntos acerca de los cuales no tenemos ─ya sea temporal o permanentemente─ ni los medios ni la capacidad para llegar a conocerlos, entre los cuales encontramos aquellos que Dios se ha reservado para sí en contraste con los que sí ha decidido revelarnos, pues: “»El Señor nuestro Dios tiene secretos que nadie conoce. No se nos pedirá cuenta de ellos. Sin embargo, nosotros y nuestros hijos somos responsables por siempre de todo lo que se nos ha revelado, a fin de que obedezcamos todas las condiciones de estas instrucciones” (Deuteronomio 29:29 NTV). Al fin y al cabo, por mucho que la ciencia avance, siempre habrá asuntos que ignora, pues: “Nadie sabe qué rumbo toma el viento, ni cómo se forma el niño en el vientre de la madre, ni cómo hizo Dios todas las cosas” (Eclesiastés 11:5). El propio Señor Jesucristo se dirigió a sus discípulos de este modo en su momento: “Tendría que decirles muchas cosas más, pero no podrían entenderlas ahora” (Juan 16:12 BLPH). Sin embargo, la ignorancia es inexcusable respecto de aquellas cosas que podemos conocer y que, por lo tanto, estamos obligados a indagar e inquirir: “Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa” (Romanos 1:20). La ignorancia nunca podrá ser, entonces, un pretexto o justificación válida para nuestros errores y faltas. Por eso: “No permitas que tus labios te hagan pecar, ni digas delante del ángel que lo hiciste por ignorancia. ¿Para qué provocar que Dios se enoje por tus palabras, y que destruya todo lo que has hecho?” (Eclesiastés 5:6 RVC), puesto que la ignorancia es ya en sí misma una equivocación: “─Pues ustedes se equivocan por ignorar las Escrituras y el poder de Dios ─les dijo Jesús─” (Mateo 22:29 NBV); “Jesús les dijo: — Ustedes están en esto muy equivocados al no conocer las Escrituras ni tener idea del poder de Dios” (Marcos 12:24 BLPH), como lo hacía la secta de los saduceos al tener en cuenta únicamente el Pentateuco o los cinco primeros libros de la Biblia e ignorar a conciencia todos los demás.
En efecto, siempre que la Biblia se refiere a alguien como “ignorante” no lo hace simplemente para describir el bajo nivel de conocimiento del individuo, sino para formular una denuncia de la cual el acusado es directamente responsable al optar voluntariamente por esta censurable condición, ya sea a título individual o colectivo: “Porque el desvío de los ignorantes los matará, Y la prosperidad de los necios los echará a perder” (Proverbios 1:32 RVR60), como lo leemos en las reprensiones dirigidas por Dios contra Su pueblo en el Antiguo Testamento: “¿Así pagan ustedes al Señor, Oh pueblo insensato e ignorante? ¿No es Él tu Padre que te compró? Él te hizo y te estableció” (Deuteronomio 32:6 NBLA); “Porque mi pueblo es necio, no me conocieron; son hijos ignorantes y no son entendidos; sabios para hacer el mal, pero hacer el bien no supieron” (Jeremías 4:22 RVR60); y en contra de sus centinelas en particular: “Todos los que vigilan a mi pueblo son ciegos e ignorantes; todos ellos son como perros mudos, que ni ladrar pueden: siempre somnolientos y echados, ¡les encanta dormir!” (Isaías 56:10 RVC). Así lo reitera el Nuevo Testamento en relación con los paganos, quienes: “A causa de la ignorancia que los domina y por la dureza de su corazón… tienen oscurecido el entendimiento y están alejados de la vida que proviene de Dios” (Efesios 4:18); incluyendo entre ellos con especialidad a todos lo que hoy por hoy se mofan con sarcasmo blasfemo de la revelación bíblica y la doctrina de la creación contenida en ella, a quienes Pedro se refiere diciendo: “… quieren ignorar que hace mucho tiempo con la palabra de Dios se creó el cielo, y la tierra fue creada a partir del agua y se mantiene por el agua” (2 Pedro 3:5). En el mejor de los casos la ignorancia sólo puede esgrimirse como un atenuante, pues: “»El siervo que conoce la voluntad de su señor, y no se prepara para cumplirla, recibirá muchos golpes. En cambio, el que no la conoce y hace algo que merezca castigo recibirá pocos golpes. A todo el que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y al que se le ha confiado mucho, se le pedirá aún más” (Lucas 12:47-48).
Atenuante señalado por Pedro a los dirigentes judíos que estuvieron a la cabeza del pueblo en la crucifixión del Señor: “»Ahora bien, hermanos, yo sé que ustedes y sus dirigentes actuaron así por ignorancia” (Hechos 3:17); y que Pablo también menciona en su caso: “Anteriormente, yo era un blasfemo, un perseguidor y un insolente; pero Dios tuvo misericordia de mí porque yo era un incrédulo y actuaba con ignorancia” (1 Timoteo 1:13). Ignorancia que lo único que logra es mitigar en algo la severidad del castigo merecido, pero que no nos eximirá de ningún modo de ser castigados. El hecho de que en el Antiguo Testamento se llevaran a cabo sacrificios expiatorios por los pecados cometidos por ignorancia confirma lo dicho, tanto a nivel individual: “Deberá presentar al sacerdote un carnero sin defecto de los rebaños, o lo que el sacerdote estime que debe ser su ofrenda de expiación, y éste hará la expiación por el pecado que cometió por ignorancia, y el pecado le será perdonado” (Levítico 5:18 RVC); como colectivo: “si el pecado se cometió por ignorancia de la congregación, y sin ninguna intención, toda la congregación me ofrecerá, conforme a la ley, un novillo como holocausto en olor grato, junto con su ofrenda y su libación, y un macho cabrío como expiación” (Números 15:24). Expiación que se llevaba a cabo con temor y temblor por el sumo sacerdote en el día más sagrado, solemne y grave del año: el llamado Yom Kipur: “Pero en la segunda parte entra únicamente el sumo sacerdote, y solo una vez al año, provisto siempre de sangre que ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia cometidos por el pueblo” (Hebreos 9:7). Porque finalmente, la Biblia es clara al afirmar que la revelación del evangelio de Cristo está ya a la vista de todos y no puede ser ignorada impunemente por nadie, como lo sostuvo el apóstol Pablo ante el rey Agripa, quien, por cierto, no lo contradijo: “El rey está familiarizado con estas cosas… Estoy convencido de que nada de esto ignora, porque no sucedió en un rincón” (Hechos 26:26), y esta circunstancia nos deja sin excusa y debería conducirnos a todos, sin más dilación, a obrar en consecuencia. Después de todo: “… Dios pasó por alto aquellos tiempos de tal ignorancia, pero ahora manda a todos, en todas partes, que se arrepientan” (Hechos 17:30), colocando sobre nosotros la obligación de rendirnos a Cristo y dejar atrás el estilo de vida que caracterizó los tiempos de la ignorancia: “Como hijos obedientes, no se amolden a los malos deseos que tenían antes, cuando vivían en la ignorancia” (1 Pedro 1:14).
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