El cristianismo, a diferencia del judaísmo y muchas otras religiones de la historia, no demanda ya sacrificios cruentos, pues el de Cristo es el único necesario y suficiente para todos los efectos. Sin embargo, sí exige sacrificios en el sentido de tomar decisiones difíciles por las que debemos sacrificar proyectos, aspiraciones y afectos muy queridos a nuestros corazones y voluntades debido a que no se ajustan a la moral bíblica y no encajan además en el propósito particular de Dios para nuestras vidas conforme al aporte que estamos llamados a hacer a la causa de su reino. Ahora bien, no es usual que estos sacrificios alcancen el dramatismo que tuvo la decisión de Abraham de sacrificar a su propio hijo Isaac en obediencia a Dios, quien lo estaba probando para determinar que tan claras tenía sus lealtades a estas alturas de su vida, una vez logrado lo cual desistió en el acto de continuar con esta exigencia, pues: “Ahora sé que temes a Dios, porque ni siquiera te has negado a darme a tu único hijo” (Génesis 22:12). Sin embargo, eventualmente y por causa de nuestra lealtad a Dios podemos vernos confrontados con decisiones de este estilo que, sin involucrar ya sacrificios cruentos, sí son difíciles y dolorosas al exigir de nosotros el sacrificio y la renuncia, si no a la vida en sentido absoluto, si por lo menos a toda una opción de vida en particular con sus respectivos afectos y relaciones, como lo planteó en su momento el Señor Jesucristo: “«Si alguno viene a mí y no sacrifica el amor a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun a su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:26)
Los sacrificios de la fe
5 junio, 2022
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“El cristianismo exalta la vida como algo sagrado, pero advirtiéndonos que existen cosas por las que vale la pena sacrificarla”
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Sobre el autor
Arturo Rojas
Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.
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