Los nombres personales con los que nos identificamos tienen más importancia de la que en un principio les asignamos. En la Biblia los nombres se asignaban a las personas teniendo en cuenta alguna circunstancia puntual y significativa de su vida, como en el caso de los 12 hijos de Raquel y Lea que dieron origen a las 12 tribus de Israel, como cuando la por entonces estéril Raquel pudo darle hijos a Jacob a través de su criada Bilhá: “Y Raquel exclamó: «¡Dios me ha hecho justicia! ¡Escuchó mi plegaria y me ha dado un hijo!» Por eso Raquel le puso por nombre Dan” (Génesis 30:6), pues su nombre en efecto significaba “él hizo justicia”, de la raíz hebrea que significa “gobernar” o “juzgar” y no es extraño que la tribu de Dan sea anunciada como una tribu que juzga a Israel en la bendición de Jacob sobre sus hijos: “Dan hará justicia en su pueblo, como una de las tribus de Israel” (Génesis 49:16), siendo Sansón, tal vez el más conocido de los jueces de Israel, de la tribu de Dan. No siempre las personas se ajustaron al significado de sus nombres pues, por ejemplo, Jacob, cuyo nombre significaba “suplantador” en alusión a sus estratagemas y engaños para suplantar a Esaú, su hermano mayor, experimentó en Peniel un cambio tan drástico que ameritó que Dios cambiara su nombre por el de Israel que significa “él lucha con Dios” a raíz de la angustiosa noche que pasó en oración porfiando y pidiéndole a Dios con insistencia su bendición ante su inminente encuentro con su hermano Esaú, estableciendo así que un cambio de nombre en la Biblia implicaba un cambio en el carácter de su portador
Los nombres en la Biblia
“Los nombres en la Biblia no son arbitrarios, sino una expresión de las circunstancias y el carácter actual o esperado de la persona que lo ostenta”
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