Las razones por las cuales Dios miró con agrado a Abel, pero no así a Caín, generando resentimiento y envidia de este último hacia el primero, pueden parecer misteriosas y hasta arbitrarias, pero una lectura cuidadosa del texto nos indica que no fue así, como podemos apreciarlo enseguida: “Tiempo después, Caín presentó al Señor una ofrenda del fruto de la tierra. Abel también presentó al Señor lo mejor de su rebaño, es decir, los primogénitos con su grasa. Y el Señor miró con agrado a Abel y a su ofrenda, pero no miró así a Caín ni a su ofrenda. Por eso Caín se enfureció y andaba cabizbajo” (Génesis 4:3-5). Caín, en efecto, presentó, por lo que puede leerse entre líneas, una ofrenda del fruto de la tierra descuidada y sin esmero, como quien cumple y nada más, por contraste con el esmero y prolijidad de Abel que presentó lo primero, es decir lo mejor de su rebaño. Pero, además de este detalle que explica el agrado de Dios con Abel y su desagrado con Caín; también puede inferirse que, en vista de la caída, la ofrenda de un animal por parte de Abel era la más procedente, pues a partir de entonces los sacrificios cruentos de animales cobraron mayor importancia que las ofrendas de la cosecha, por la manera en que evocaban la necesidad de un sacrificio con derramamiento de sangre de una víctima que nos representara y sustituyera, único medio para expiar nuestros pecados hasta el definitivo sacrificio de Cristo por todos ellos en el evangelio, algo que de seguro tanto Caín como Abel debían saber, pero que el primero de ellos desestimó, mientras que el segundo si lo tuvo en cuenta como debería
Lo mejor de su rebaño
“Por lo general y salvo excepciones, ofrecer a Dios lo mejor implica también darle lo primero y no nuestros mermados restos por simple formalidad”
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