El humanismo secular o ateo tiene buenas intenciones sobre el papel, pero en la práctica es muy ingenuo e idealista, pues presume que el hombre es bueno por naturaleza y apuesta, entonces, por la humanidad y su felicidad, apoyado fundamentalmente en el naturalismo, en la ciencia y en el racionalismo, rechazando cualquier fundamentación religiosa, espiritual o metafísica para su comprensión del mundo y para la construcción de una ética y un sistema de valores que propenda por el bienestar del hombre y la sociedad en todos los frentes. Un sistema en el que la libertad, la igualdad y la solidaridad jueguen un papel central y determinante. Como tal, el humanismo secular no pasa de ser otra de las utopías de la historia humana condenadas a derrumbarse estruendosamente más temprano que tarde, por pretender establecer las condiciones ideales del reino de Dios en la tierra, ignorando, prescindiendo y hasta renegando del Rey, que es el único que podrá establecerlo en su momento. Y este Rey no es otro que Jesucristo, como se nos revela en el Apocalipsis sin ninguna ambigüedad: “En su manto y sobre el muslo lleva escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Apocalipsis 19:16). Un rey que, para el establecimiento final de Su reino ya resolvió en el pasado, mediante la redención llevada a cabo en la cruz, el principal obstáculo para lograrlo con éxito: la condición caída del ser humano que estropea siempre de un modo u otro sus mejores logros, como quien borra al final con el codo lo que escribió con la mano, que es justo el punto ciego que el humanismo será incapaz de resolver
Las utopías humanas
“El humanismo secular es bien intencionado pero iluso y contradictorio al querer establecer el Reino negando entretanto al Rey”
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