El sistema capitalista y comunista son, en su orden, las utopías propias del pensamiento de derecha con su énfasis en las libertades individuales y del de izquierda con su énfasis en el bien común. Y son utopías porque ninguno logra alcanzar el fin perseguido, pues el capitalismo degenera en el llamado “neoliberalismo” o “capitalismo salvaje” que fomenta las injusticias sociales por las que las minorías ricas y poderosas se enriquecen aún más mediante la explotación de las mayorías cada vez más empobrecidas y desprotegidas; y el comunismo, al pretender nivelar a todos con rasero para garantizar un bienestar mínimo y un nivel de vida decoroso para todos los miembros de la sociedad −acumulando de paso la riqueza en favor de la burocracia estatal y los funcionarios del partido único de gobierno− elimina las necesarias libertades individuales que sirven de cualquier modo como un legítimo estímulo y acicate para el progreso de los individuos y de la sociedad en general. En la Biblia las parábolas de los talentos y las minas tienen como trasfondo un contexto de libertad económica como el que define al capitalismo, pero la descripción del reino de Dios establecido en la tierra por Cristo en su segunda venida tiene muchos puntos de contacto con la utopía comunista. Sea como fuere, ambos sistemas de izquierda o de derecha seguirán arrastrando sus propias culpas si marginan a Dios del cuadro y no lo colocan en el centro de sus consideraciones, pues el evangelio nos informa, con sugestivo simbolismo, que: “Con él crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda” (Marcos 15:27)
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