Entre todos los beneficios de la fe, ya sean temporales o eternos, el principal y definitivo es la contemplación directa de Dios. Esto explica por qué los místicos medievales hicieron de la búsqueda del summum bonum (el “sumo bien” o el “bien supremo”) la razón de sus vidas, convencidos de alcanzarlo en la llamada “visión beatífica” que consiste en ver a Dios de una manera tan directa e inmediata que no habría ningún otro bien en este mundo que pudiera compararse con esto, constituyéndose entonces la visión de Dios en la fuente final de la felicidad absoluta e incomparable del ser humano. Y aunque por lo pronto y de manera literal y plena esto no es posible ni siquiera para los creyentes, la visión beatífica será una realidad en el reino de Dios establecido por Cristo en Su segunda venida al final de los tiempos. Mientras tanto, la visión de Dios será necesariamente fragmentaria, fugaz e imperfecta de modo que, por lo pronto, en las Escrituras ver a Dios significa, más que verlo literalmente; conocerlo de manera personal y cultivar consciente y esforzadamente el trato y la comunión íntima con Él en la oración fundamentada en Su Palabra, la Biblia. Así, en relación con Dios “ver” indica conocimiento íntimo y estrecho más que tener de Él una imagen visual perfecta y fiel. Por eso Pablo pasa de la visión imperfecta que hoy tenemos, al conocimiento perfecto y cara a cara que los creyentes tendremos de Dios en su momento, de modo que: “Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido” (1 Corintios 13:12)
La visión beatífica
“Ver a Dios será un día una realidad para todos los creyentes que alcanzarán así el propósito y la meta final de sus vidas”
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