Decía John Stott que: “Sería necio buscar la unidad a expensas de la verdad”. Advertencia oportuna, pues la unidad a expensas de la verdad es lo que parecen pretender proyectos actuales de alcance global, impulsados por iniciativas tales como el ecumenismo que afirma que “la doctrina divide, mientras que el amor une”, como si la doctrina fuera la villana de la ecuación, o el universalismo que afirma que todas las religiones conducen a Dios y que al final todos nos salvaremos. Porque, si bien es cierto que Cristo vino a promover la fraternidad de todo el género humano por encima de diferencias nacionales, culturales, étnicas e incluso ideológicas sobre la base de la reconciliación por él provista; esta unidad fraternal de todos los seres humanos no es posible si no se apoya en la verdad revelada en el evangelio. Por eso, al hablar de unidad la Biblia implica una común y veraz base doctrinal, como la que poseen todas las denominaciones protestantes en torno a los lemas de la Reforma y en un marco más amplio la poseen también las tres grandes ramas de la cristiandad a saber: católicos, ortodoxos y protestantes, sin perjuicio de las diferencias entre ellas que nos separan desde el punto de vista institucional y que justifican un respetuoso diálogo religioso interinstitucional, en obediencia a las palabras del apóstol: “Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz.Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también fueron llamados a una sola esperanza; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos y por medio de todos y en todos” (Efesios 4:3-6)
La unidad cristiana
“La unidad que Dios desea para su iglesia sólo se alcanza a partir de una verdad doctrinal básica vivida y reconocida por todos”
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