Decía Thomas C. Oden que: “La gracia… es el poder motivador de la vida cristiana”. En este orden de ideas y en honor a la verdad, por mucho que en el cristianismo se pondere y exalte la gracia, nunca será demasiado, pues ésta siempre sobreabunda de tal modo que desborda y excede de lejos nuestras más optimistas e imaginativas previsiones y expectativas, como lo revela el Nuevo Testamento: “Pero la transgresión de Adán no puede compararse con la gracia de Dios. Pues, si por la transgresión de un solo hombre murieron todos, ¡cuánto más el don que vino por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, abundó para todos!…Pues, si por la transgresión de un solo hombre reinó la muerte, con mayor razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia reinarán en vida por medio de un solo hombre, Jesucristo… En lo que atañe a la ley, esta intervino para que aumentara la transgresión. Pero, allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia, a fin de que, así como reinó el pecado en la muerte, reine también la gracia que nos trae justificación y vida eterna por medio de Jesucristo nuestro Señor” (Romanos 5:15-21); “Además, en las oraciones de ellos por ustedes, expresarán el afecto que les tienen por la sobreabundante gracia que ustedes han recibido de Dios” (2 Corintios 9:14); “Pero la gracia de nuestro Señor se derramó sobre mí con abundancia, junto con la fe y el amor que hay en Cristo Jesús” (1 Timoteo 1:14), sorprendiéndonos a tal punto que Doug Wilson exclamó: “La gracia es incontrolable. La gracia lo conmueve todo. La gracia rompe los diques. La gracia desordena el cabello. La gracia no es dócil”. Y es que la gracia se revela tan omnipresente como Dios mismo, la fuente de toda gracia: “… Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables” (1 Pedro 5:10).
Así, encontramos la gracia en primer lugar en el origen y el sustento de la vida en todas sus variadas formas en lo que la teología designa como “gracia común”, pues beneficia a todos sin tener en cuenta mérito alguno: “para que sean hijos de su Padre que está en el cielo. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos… »Por eso les digo: No se preocupen por su vida, qué comerán o beberán; ni por su cuerpo, cómo se vestirán. ¿No tiene la vida más valor que la comida, y el cuerpo más que la ropa? Fíjense en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en graneros; sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas? ¿Quién de ustedes, por mucho que se preocupe, puede añadir una sola hora al curso de su vida? »¿Y por qué se preocupan por la ropa? Observen cómo crecen los lirios del campo. No trabajan ni hilan; sin embargo, les digo que ni siquiera Salomón, con todo su esplendor, se vestía como uno de ellos. Si así viste Dios a la hierba que hoy está en el campo y mañana es arrojada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, gente de poca fe?” (Mateo 5:45; 6:25-30). Y por supuesto, ocupa el papel más determinante en la vida cristiana, pues es en virtud de ella que llegamos a ser salvos: “… Más bien, como ellos, creemos que somos salvos por la gracia de nuestro Señor Jesús” (Hechos 15:11); “pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó” (Romanos 3:24); “a fin de que, así como reinó el pecado en la muerte, reine también la gracia que nos trae justificación y vida eterna por medio de Jesucristo nuestro Señor” (Romanos 5:21). Y no es para menos, pues, como bien lo aclara el autor sagrado: “Y, si es por gracia, ya no es por obras; porque en tal caso la gracia ya no sería gracia” (Romanos 11:6); pues Dios: “nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados! Y en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales, para mostrar en los tiempos venideros la incomparable riqueza de su gracia, que por su bondad derramó sobre nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios” (Efesios 2:5-8).
Adicionalmente, mediante ella rompemos el dominio del pecado sobre nuestra vida: “Así el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, porque ya no están bajo la ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6:14); recibimos de Dios dones inmerecidos para su provechoso ejercicio en la vida práctica: “Tenemos dones diferentes, según la gracia que se nos ha dado…” (Romanos 12:6); “Pero a cada uno de nosotros se nos ha dado gracia en la medida en que Cristo ha repartido los dones” (Efesios 4:7); “Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando fielmente la gracia de Dios en sus diversas formas” (1 Pedro 4:10); así como el sustento necesario y los recursos para vivir digna y decorosamente y, de paso, conceder a otros la gracia que nosotros mismos hemos recibido con suficiencia: “… de gracia recibieron, den de gracia” (Mateo 10:8 NBLA); con la confianza en que: “… Dios puede hacer que toda gracia abunde para ustedes, de manera que siempre, en toda circunstancia, tengan todo lo necesario, y toda buena obra abunde en ustedes… Ustedes serán enriquecidos en todo sentido para que en toda ocasión puedan ser generosos, y para que por medio de nosotros la generosidad de ustedes resulte en acciones de gracias a Dios” (2 Corintios 9:8, 11), de tal manera que aun en circunstancias difíciles y adversas la gracia siempre baste para sostenernos: “pero él me dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo” (2 Corintios 12:9); “Así que tú, hijo mío, fortalécete por la gracia que tenemos en Cristo Jesús” (2 Timoteo 2:1).
Sin embargo, es en Jesucristo en quien la gracia de Dios se manifiesta a los hombres de manera superlativa y sin restricciones: “Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad… De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia, pues la ley fue dada por medio de Moisés, mientras que la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo” (Juan 1:14, 16-17), facultándonos para acceder sin antesalas al trono de la gracia: “Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos” (Hebreos 4:16), razón por la cual en la Trinidad divina la gracia es referida a Él de manera particular: “… Que la gracia de nuestro Señor Jesús sea con ustedes” (Romanos 16:20); “Siempre doy gracias a Dios por ustedes, pues él, en Cristo Jesús, les ha dado su gracia… Que la gracia del Señor Jesús sea con ustedes” (1 Corintios 1:4; 16:23); “Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes” (2 Corintios 13:14). El apóstol Pablo, beneficiario como el que más de la gracia, nos advierte para que no la menospreciemos ni recibamos en vano dejándola pasar de largo y desechándola neciamente para optar por cualquier forma de justificación por obras: “Nosotros, colaboradores de Dios, les rogamos que no reciban su gracia en vano” (2 Corintios 6:1); “No desecho la gracia de Dios. Si la justicia se obtuviera mediante la ley, Cristo habría muerto en vano»… Aquellos de entre ustedes que tratan de ser justificados por la ley han roto con Cristo; han caído de la gracia” (Gálatas 2:21; 5:4), o pretendiendo abusar impunemente de ella: “¿Qué concluiremos? ¿Vamos a persistir en el pecado para que la gracia abunde?… Entonces, ¿qué? ¿Vamos a pecar porque no estamos ya bajo la ley, sino bajo la gracia? ¡De ninguna manera!” (Romanos 6:1, 15). Él mismo constituyó un ejemplo de alguien que valoró la gracia y se entregó de lleno a ella para descubrir todo lo que puede hacer en nosotros: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia que él me concedió no fue infructuosa. Al contrario, he trabajado con más tesón que todos ellos, aunque no yo sino la gracia de Dios que está conmigo” (1 Corintios 15:10), marcando así la pauta para que los creyentes de todos los tiempos también podamos decir lo mismo con profunda gratitud y humilde satisfacción.
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