¿Escapismo y fuente de conflictos?
Uno de los argumentos indirectos esgrimidos en contra del cristianismo por sus habituales detractores es el que se le dirige a la religión en general en el sentido de que ella es, cualquiera que sea la forma que asuma, una fuente histórica de conflictos y el origen de una buena proporción de las guerras humanas y, adicionalmente, un escapismo cobarde que exime a las personas de asumir sus responsabilidades en este mundo. En realidad, estos dos argumentos ameritarían respuestas separadas para cada uno de ellos, por lo que para incluirlos a los dos en una sola conferencia es necesario una labor de síntesis que confío nos permita ver el cuadro completo, así en el proceso debamos omitir algunos aspectos de cualquier modo relevantes en la consideración de estos dos señalamientos dirigidos en contra del cristianismo. Nos ocuparemos, entonces, de manera alternada, de ambas acusaciones, comenzando en primer lugar por la acusación de ser, si no la principal, sí una de las principales fuentes de conflicto, violencia y guerras a lo largo de la historia para terminar con su presunta condición de ser un escapismo de la realidad que nos ha tocado vivir.
Y debemos comenzar por decir que el primer y tal vez principal error de estos ataques indirectos en contra del cristianismo es presumir que todas las religiones son iguales y que todo lo que pueda decirse de la religión en general, se aplica por igual a cada una de ellas en particular, incluyendo, por supuesto, al cristianismo. Porque si bien es cierto que todas las religiones tienen elementos comunes que son, precisamente, los que permiten designar a cada una de ellas como tales, también lo es que existen entre todas ellas diferencias muy marcadas en contenidos, cosmovisiones y actitudes ante Dios y ante la vida que no nos permiten meterlas a todas sin más en el mismo costal para todos los propósitos. De hecho, el fenómeno religioso es tan complejo que existen hoy por hoy toda una gama ya reconocida de ciencias de la religión para estudiarlo, tales como la historia de las religiones, la sociología de la religión y la psicología de la religión cuyos análisis, contenidos y conclusiones alrededor del hecho religioso convergen y se sintetizan en la más reciente disciplina descriptiva alrededor de la religión, la llamada fenomenología de la religión, encargada de identificar tanto sus rasgos comunes que permiten catalogarlas a todas ellas como religiones legítimas, como sus diferencias de forma que nos facultan, a su vez, para agruparlas en diferentes tipologías. Sin hablar de la reflexión crítica y normativa sobre la religión emprendida también por la filosofía de la religión.
La anterior reseña sobre las diversas formas de abordar el estudio de la religión pone de manifiesto que las acusaciones ligeras y fáciles dirigidas en contra del cristianismo mediante los cuestionamientos emprendidos contra la religión en general, es un enfoque muy simplista e ignorante que pretende verlo todo en blanco y negro, sin considerar todos los matices presentes en la realidad, que ni siquiera los acusadores de oficio del cristianismo pueden dejar de ver, como lo reconoce incidentalmente el mismo Richard Dawkins, líder indiscutido de los nuevos ateos, tan activos todos ellos en sus ataques contra Dios y la religión, al afirmar que: “Incluso la religión afable y moderada ayuda a proporcionar el clima de fe en el que florece el extremismo de forma natural”. Así, aun en su desmesurado, acalorado y descalificador ataque contra la religión señalándola, de manera sesgada y tendenciosa, como la mayor causa de todos los males de la historia humana que, por lo mismo, deberíamos erradicar del todo de la cultura para poder vivir de forma civilizada y en paz; este emblemático ateo logra tener un momento la cabeza fría para reconocer de manera sobria y lúcida que no todas las manifestaciones religiosas tienen las características extremistas que él atribuye en principio a la religión en general.
Ahora bien, debemos reconocerle a él a su vez que incluso el cristianismo bien entendido y vivido, por tanto, de una manera afable y moderada ꟷsin que esto obre necesariamente en contra del compromiso y dosificada pasión requerida por Cristo de nosotros sus seguidoresꟷ, es caldo de cultivo en el que puede germinar el extremismo fanático. Pero lo que Dawkins no logra ver es que cuando esto sucede en las toldas cristianas, no es gracias al cristianismo sino a pesar de él, algo que, por cierto, diferencia también al cristianismo del islamismo en el que sus expresiones extremistas y fanáticas son gracias al islam y no a pesar de él. De hecho, esto sucede en cualquier causa humana, sea ésta formalmente religiosa o no. Veamos el ateísmo, por ejemplo, que es la causa en la que milita Dawkins. Las ideologías ateas modernas en todas sus formas -tales como el nazismo apoyado en el ateísmo de Nietzsche y su doctrina sustituta del superhombre o raza superior, o el comunismo apoyado en el ateísmo de Marx-, ejecutaron masivamente y de lejos en sólo el siglo XX a muchas más personas que a las que dieron muerte las guerras religiosas, las cruzadas o la Inquisición a lo largo de toda la historia humana. Así, pues, es claro que también el ateísmo no tan afable y moderado de Dawkins es susceptible de fanatizarse hasta el extremo, con el agravante de que en la doctrina atea no hay salvaguardas, como en la cristiana, que lo condenen y restrinjan pues, como lo dijo Dostoievski “Si Dios no existe, todo está permitido”.
Por otra parte, la visión simplista de estos detractores de la religión y del cristianismo como la más representativa de ellas, no distingue ni tiene en cuenta aquello sobre lo cual el teólogo Hans Küng llamaba nuestra atención con estas palabras: “El rechazo de la religión en general guarda relación con el rechazo de la religión institucionalizada, el rechazo del cristianismo con el rechazo de la cristiandad, el rechazo de Dios con el rechazo de la Iglesia”. En efecto, muchos de los que rechazan la noción de religión, la doctrina cristiana y la realidad de Dios, rara vez son conscientes, -ya sea por falta de capacidad, disposición o deseo-, de que sus prevenciones y críticas más o menos justificadas no tienen en realidad por objeto a aquellas, sino a la religión institucionalizada, a la cristiandad y a la Iglesia. Por eso la actitud religiosa como tal, el cristianismo como la verdadera religión y Dios como la realidad en que ambos se fundamentan están más allá y por encima de estas críticas.
Muchos de los más incisivos e inteligentes críticos de la religión y del cristianismo no pueden evitar en sus momentos de mayor perspicacia hablar incidentalmente a favor de ambos, aun a su pesar. El judío marxista Herbert Marcuse, por ejemplo, en contravía con la valoración típicamente marxista de la religión como el alienante “opio del pueblo” habla a favor de ella de este modo, denunciando de paso la tesis del también judío y ateo Sigmund Freud que calificaba a la religión como una “ilusión” meramente, así como la cruzada de representativos sectores de la ciencia por eliminarla: “Donde la religión conserva todavía las incomprometidas aspiraciones a favor de la paz y la felicidad, sus «ilusiones» tienen todavía un valor verdadero mayor que la ciencia, que trabaja por su eliminación”. Por eso, en la medida en que el cristianismo no comprometa sus inherentes y legítimas aspiraciones a favor de la paz y la felicidad auténticas, sigue siendo no solamente válido, sino también imprescindible, pues es muy difícil, por no decir imposible, aspirar a establecer la paz y la felicidad sin el concurso de la religión, constituyéndose este empeño en una ilusión aún mayor y más ingenua que la que pretenden los enemigos del cristianismo al combatir y trabajar para eliminar a la religión de nuestro horizonte vital, con el cristianismo a la cabeza; pues de insistir en ello, este intento elimina a su más grande aliado en este propósito, ya que la ciencia por sí sola nunca alcanzará el poder de convocatoria que la religión tiene en pro de la paz y la felicidad, pese a sus múltiples enfrentamientos y salidas en falso a lo largo de la historia. Porque el establecimiento final de la felicidad del género humano siempre será uno de los propósitos primordiales que Dios nos revela en su Palabra.
Y es que puede parecer muy seductora e inspiradora, más por su belleza estética que por la veracidad de sus contenidos, la letra de la canción Imagine de John Lennon que dice: “Imagina que no hay Cielo, es fácil si lo intentas. Sin infierno bajo nosotros, encima de nosotros, solo el cielo… Nada por lo que matar o morir, ni tampoco religión. Imagina a todo el mundo, viviendo la vida en paz”. Pero esta visión romántica e irreal en contra de la religión y sus contenidos tradicionales adolece de flagrantes inconsistencias que hacen de ella un ejercicio estéril condenado al fracaso al describir un ideal totalmente ficticio y alejado de la realidad. Y no debido a que no responda a aspiraciones que forman parte de los anhelos legítimos de la humanidad por los que vale la pena vivir, sino por la condición que plantea para lograr dichas aspiraciones, que no es otra que la exclusión de la religión del cuadro, a la que asocia con la muerte violenta que se pretende erradicar de este idílico panorama, acusándola tácitamente como la causante de aquella. Porque sin dejar de reconocer una vez más que la religión ha brindado pretexto para el fanatismo de los que están siempre dispuestos a imponer sus ideas por la fuerza y a matar por ellas si es el caso, lo cierto es que es la religión -y el cristianismo de manera particular- la que más ha contribuido a recrear en el mundo de forma concreta y palpable las condiciones que Lennon nos invita a imaginar excluyendo al cristianismo del panorama. De hecho, el cuadro que pinta Lennon no se puede alcanzar bajo la sombra del ateísmo. Y esto no hay que imaginarlo, pues el siglo XX nos permitió ver con claridad una muestra de sociedades moldeadas por el ateísmo, con el balance ya antes señalado.
Ni siquiera los llamados “filósofos de la sospecha”, es decir los tres ateos más insignes de la modernidad: Nietzsche, Marx y Freud, pudieron tapar el sol con la mano para dejar de ver los beneficios que de cualquier modo la religión brinda a la sociedad, destacándose el cristianismo entre todas ellas. Freud, para quien la religión sería no sólo una ilusión, sino una patología o neurosis colectiva condenada a desaparecer o que habría que dejar atrás dijo, no obstante, que: “La religión… ha creado una concepción del Universo incomparablemente lógica y concreta, la cual, aunque resquebrajada ya, subsiste aún hoy en día”. Y Carlos Marx, que caracterizó a la religión negativamente como el “opio del pueblo” y, en cabeza de sus discípulos Lenin y compañía, procuró con bastante éxito eliminarla de la sociedad comunista excluyendo a Dios de ella en favor del culto al partido político único, tuvo también que declarar que: “La miseria religiosa es a la vez ‘expresión’ de una verdadera miseria y la ‘protesta’ contra la verdadera miseria”. Así, pues, no todo era negativo para Marx en la religión. En buena hora él estuvo dispuesto a reconocerle un valor positivo. Un valor de protesta contra la miseria humana. Lo cual nos recuerda que el Señor Jesucristo comisionó a los suyos para que protestaran solemnemente contra los que se negaran a recibir el evangelio, como advertencia contra la injusticia a la que seguirían contribuyendo y la miseria que les podría sobrevenir a causa de su negativa, de modo que pudieran salvar su responsabilidad al respecto y estar en condiciones de declarar con el apóstol: “Por tanto, hoy les declaro que soy inocente de la sangre de todos” (Hechos 20:26)
En cuanto a su potencial escapista ꟷa la manera de las drogas narcóticas o alucinógenasꟷ, para huir de la realidad y de nuestras responsabilidades históricas y sociales concretas en el propósito de mejorar el mundo en el que, de cualquier modo, nos encontramos; esta acusación no se aplica a todas las religiones, sino a un grupo particular de ellas: las religiones del Lejano Oriente con su misticismo y su búsqueda de la interioridad, sin querer luego retornar de ella. No por nada Harvey Cox diagnosticaba que: “Las experiencias con las drogas devaluaron la credibilidad de cualquier forma de religión occidental, y consiguieron que la cosmovisión religiosa oriental se convirtiera… en la única interpretación creíble”. Ahora bien, el conocimiento de nuestra propia interioridad es necesario y recomendable en la práctica cristiana, como un medio para algo más. Pero son las religiones orientales las que promueven este tipo de experiencias como un fin en sí mismo, al punto de ser catalogadas como “religiones de la interioridad” en una de las más acertadas tipologías elaboradas por las ciencias de la religión.
Sin embargo, en el cristianismo este tipo de experiencias no son la finalidad, con todo y ser un aspecto importante de la vida cristiana. Por contraste, en las religiones orientales son tan centrales que terminan transformándose en escapismos para huir de las responsabilidades que tenemos para con la sociedad en general, conforme al llamado recibido de Dios en el evangelio. Llamado ignorado en las religiones orientales, concentradas como están en experiencias místicas de unión y fusión con la divinidad como quiera que se la conciba. Tal vez esto explique por qué el auge de las religiones orientales en el occidente cristiano coincide con el de las drogas psicoactivas y alucinógenas, pues éstas, al igual que aquellas, buscan alcanzar estados de conciencia artificialmente alterados que al final no son más que escapismos para eludir sus responsabilidades en el mundo. De hecho, las causas de fondo por las que la Biblia condena el abuso de las bebidas embriagantes y, por extensión, el consumo voluntario de sustancias narcóticas y alucinógenas es que generan estos mencionados estados alterados de conciencia que hacen las veces de escapismos para rehuir nuestras responsabilidades para con Dios y con el prójimo. Escapismos de los, valga decirlo, la iglesia también es víctima cuando pretende aislarse del mundo de manera absoluta.
En un sentido similar, el matemático y ateo Bertrand Russell ya había planteado una tesis suscrita tácita o expresamente por todos los ateos de la modernidad y de hoy al decir: “A mi entender, la religión se basa, principalmente, en el miedo”. Una visión negativa de la religión que no puede, sin embargo, generalizarse. Porque su apreciación tal vez tenga algún fundamento si observamos muchas de las prácticas religiosas paganas de la historia o aún la de algunos sectores populares, supersticiosos, ignorantes y crédulos de la cristiandad en cualquiera de sus ramas (mayoritaria, aunque no exclusivamente, en el catolicismo popular). Pero si bien es cierto que en el cristianismo el llamado “temor de Dios” desempeña un papel importante, es el amor a Dios y la confianza en Él, los que desempeñan siempre el papel principal en el marco de la fe cristiana. Sea como fuere, la postura de Russell ha sido suscrita por un buen número de intelectuales reticentes a Dios y a la religión, de modo que para un amplio sector de ellos la religión, siempre con el cristianismo a la cabeza, sería, en efecto, nada más que un mecanismo de defensa o una “muleta” diseñada por el ser humano para lidiar con el miedo o el temor que le produciría su entorno incierto y en muchos casos amenazante, ante el cual se sentiría existencialmente desamparado y a merced de él.
Así, pues, el ser humano se habría inventado a Dios o a los dioses para tener a quien apelar personalmente en medio de su desamparo existencial. De este modo apaciguaría sustancialmente el miedo que le produciría su entorno reduciéndolo a niveles manejables, llevándonos de nuevo al argumento de la religión como un escapismo. Argumento que, repetimos, no se aplica al cristianismo, en el que el amor a Dios y la confianza en Él desempeñan el papel más importante, por encima del “temor de Dios”. Así, en el cristianismo la fe basada en el temor es disfuncional y patológica y contraria a sus planteamientos doctrinales, por lo que los cristianos que ostentan este tipo de fe no son representativos de la auténtica fe bíblica neotestamentaria. Por eso, habría que aclarar también que el cristianismo rechaza por igual esta concepción caricaturizada de la religión en general y del cristianismo en particular que le endosa, de forma atenuada, la condición de “escapismo” mediante la figura de la religión como una muleta en la cual apoyarse para poder desenvolverse en la vida, sin perjuicio del reconocimiento de nuestra condición frágil y finita y nuestra correspondiente, indiscutible y más que lógica dependencia de Dios, pues el cristianismo no es de ningún modo un “consuelo de perdedores”, sino todo lo contrario: un potenciador que hace fructificar lo mejor del ser humano en formas no imaginadas mientras mantiene a raya reduciendo a su mínima expresión sus malas inclinaciones.
Además, el esfuerzo por suprimir a la religión no tiene en cuenta lo que mencionábamos al hablar del cristianismo y su papel en la cultura, citando al poeta alemán Emanuel Geibel cuando decía que: “Si a la fe se le cierra la puerta, salta como superstición por la ventana; si expulsáis a los dioses, vienen los fantasmas”. Y vienen sin que estemos ya en condiciones de ejercer ningún tipo de regulación sobre ellos, como la que la solo la religión puede ejercer. Ya lo dijo el teólogo Paul Tillich al sostener que si el secularismo lograra eliminar toda expresión religiosa formal e institucional del campo de la experiencia humana, la actitud y la fe religiosa volverían a abrirse paso a través de cualquier otro frente de la cultura humana al no poder ser sofocadas de forma absoluta por ningún medio. En la misma línea, el Dr, Antonio Cruz nos advertía: “Si nos desprendemos de Dios… nada nos garantiza que se vaya a cerrar también la fábrica de los ídolos”. Es decir que si, en efecto, lográramos eliminar a la religión, la “cura” termina siendo peor que la enfermedad. Porque es un hecho innegable que la creencia en Dios propia del cristianismo ilustrado y desmitificador ha ayudado de manera determinante a mantener bajo control la fábrica de los ídolos, o lo que el mismo ateo Carl Sagan llamó El mundo y sus demonios en el título de uno de sus libros. La solución no es, entonces, eliminar la religión junto con el cristianismo, sino depurar a este último de sus equivocadas y fanáticas expresiones e interpretaciones para que siga ejerciendo su saludable y necesario control sobre la fábrica de los ídolos.
La diatriba estridente en contra de las religiones y del cristianismo como la más representativa de ellas carece, pues, de fundamento y no procede de una visión sobria y desapasionada de las cosas, sino de visiones superficiales y simplistas apoyadas en caricaturas y estereotipos basados en sus peores versiones, que son las que ameritarían la acusación dirigida contra la religión de ser la causante de la ignorancia, la superstición y el fanatismo violento de los pueblos que la suscriben. Porque en relación con el cristianismo, es un hecho histórico reconocido incluso por sus detractores más ilustrados que éste ha dado miles de ejemplos, con nombres y apellidos, de personas que, además de vivir su fe plenamente, han contribuido decisivamente al progreso de la humanidad. Que personajes como Copérnico, Kepler, Mendel o Pascal, no son de ningún modo accidentes dentro del cristianismo, entre muchos otros cristianos de su estatura intelectual y reconocimiento universal. La historia y la experiencia cristiana en general echan por tierra el cliché que afirma que cuanto más pendientes nos encontremos del más allá, menos nos preocupamos del más acá, pues como se lo preguntaba en su momento Javier Mahillo: “El hecho de creer firmemente en la existencia de nuestro espíritu personal y de que hemos sido creados para vivir eternamente una vida feliz y dichosa en el cielo ¿no puede ser, precisamente, un estímulo que nos anime a trabajar en este mundo para hacerle la vida más agradable a los demás en todos los campos: científico, artístico, deportivo, médico, etc.? ¿No podríamos acabar, de una vez por todas, con la dicotomía que nos obliga a escoger entre esta vida y la otra?”.
Al fin y al cabo, el cristiano saludable no opta por la fe en Dios porque le tenga miedo a la vida, sino todo lo contrario, porque desea vivirla a plenitud, pero de manera responsable y sensata y no de manera desaforada y a la postre, autodestructiva, cínica y trágica; pues el cristiano ve la inevitable muerte como el final de un periodo. Un periodo de prueba y el comienzo de otro mucho más interesante, y eso es precisamente lo que le da fuerzas para no tomarse las cosas tan a pecho y tan a la tremenda en este mundo, bajándole el tono y colocando en su justo lugar y proporción, tanto a la tristeza y el dolor que acompañan las desgracias y pérdidas de esta vida, como a la euforia que acompaña a los triunfos, las ganancias y las alegrías que ella pueda también depararnos. No por nada C. S. Lewis reiteraba con estas palabras y con pleno conocimiento de causa lo ya dicho: “… los cristianos que más hicieron por este mundo fueron justamente aquellos que más pensaban en el mundo que viene… Apunta al Cielo, y tendrás la tierra ‘de añadidura’”, afirmación que echa por tierra la falsa disyuntiva de tener que escoger entre lo uno y lo otro, como lo plantean quienes acusan a la religión cristiana de ser un escapismo más entre muchos.
Porque volviendo, para terminar, con las diversas tipologías establecidas para la religión por las ciencias que la estudian y que distinguen acertadamente entre religiones nacionales y religiones universales, entre religiones predominantemente proféticas y religiones predominantemente místicas y, sobre todo, entre religiones de la naturaleza, religiones de la interioridad y religiones de la historia; el cristianismo se alza como la más representativa de estas últimas, al incorporar de la manera más equilibrada, íntegra y armónica en su cosmovisión todos los pasos previos: la preocupación, el respeto y el cuidado de la naturaleza propio de las primitivas religiones de la naturaleza; el viaje y conocimiento de nuestra interioridad propio de las religiones de la interioridad del Lejano Oriente y finalmente, el retorno a la realidad desde esa interioridad iluminada para asumir nuestro compromiso responsable con la historia, mediante la actividad cultural humana, para tratar de hacer de éste siempre un mundo mejor. Las críticas a la religión se aplican más bien a las religiones primitivas de la naturaleza que la mitifican y deifican y no permiten, por lo tanto, estudiarla para comprender las leyes que rigen su funcionamiento, con su potencial para mejorar la calidad de la vida humana, actividad a la que consideran un tabú y una profanación. O a las religiones de la interioridad que se desentienden de las cosas de este mundo para refugiarse y establecerse, de manera escapista, en las practicas místicas dirigidas a cultivar esa interioridad meramente. Pero no al cristianismo sano que incorpora y supera todas estas etapas para poder asumir de la mejor forma su responsabilidad en la historia.
De hecho, los beneficios que el cristianismo bíblico, o lo que se designa mejor como judeocristianismo, ha traído al mundo son innegables y tan numerosos que ameritan otra conferencia para poder enumerarlos tan sólo de manera resumida. Pero podemos ilustrarlos brevemente con la anécdota referida por el economista francés Charles Gave que lo expone muy bien. Cuenta él que cuando era estudiante en la ciudad de Tolosa al suroeste de Francia, en el centro de la ciudad se iniciaron unos importantes trabajos de excavación que pusieron al descubierto unos conductos muy antiguos cuyo propósito nadie conocía. En consecuencia, se decidió de manera ligera destruirlos. El resultado de esta decisión fue que pocas horas después las cavas del centro de la ciudad se inundaron. Fue así como se descubrió que los antiguos romanos habían construido canalizaciones para drenar las aguas estancadas, en vista de que la ciudad había sido construida sobre terrenos cenagosos. Dos mil años más tarde, las canalizaciones seguían cumpliendo su función, aunque todos ignoraban su existencia. A raíz de ello Gave concluye: “la religión cristiana es para nuestra civilización más o menos el equivalente de los sistemas de drenaje construidos por los romanos en Tolosa; aparentemente, ya nadie quiere reconocer su importancia, pero si se ignora, si se destruye, como se destruyeron las canalizaciones de Tolosa, Europa se anegará y quedará sumergida bajo las aguas”. En efecto, el cimiento de la civilización occidental es auténticamente cristiano y volverle la espalda al cristianismo es garantizar el derrumbamiento de esta civilización. Una razón más para desestimar y no suscribir las críticas y ataques dirigidos al cristianismo mediadas por las críticas y ataques contra la religión elaboradas por los nuevos ateos, en favor de un secularismo absoluto que supuestamente daría lugar a un mundo mejor, un sofisma que no se sostiene por ningún lado cuando se lo analiza con cabeza fría y se le mira con el debido detenimiento y objetividad.
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