La prueba suprema de la fe del patriarca Abraham fue la orden que Dios le dio de sacrificar a su hijo Isaac: “Pasado cierto tiempo, Dios puso a prueba a Abraham y le dijo: ꟷ¡Abraham! ꟷAquí estoy ꟷrespondió.Y Dios le ordenó: ꟷToma a tu hijo, el único que tienes y al que tanto amas, y ve a la región de Moria. Una vez allí, ofrécelo como holocausto en el monte que yo te indicaré. Abraham se levantó de madrugada y ensilló su asno. También cortó leña para el holocausto y, junto con dos de sus criados y su hijo Isaac, se encaminó hacia el lugar que Dios le había indicado” (Génesis 22:1-3). La fe del patriarca, real pero inmadura en un principio, había ido madurando y alcanzado ya el punto en que la lucha interna y angustiosa que esta orden de seguro pudo haber despertado en su interior no lo hizo, sin embargo, vacilar de la obediencia a este mandato, sino que emprendió camino para cumplirla sin que el dolor que le generaba fuera el que dictara sus actos. Desde la perspectiva del patriarca el panorama era muy sombrío y desesperanzador, pues él no estaba al tanto de la decisión de Dios de detener el sacrificio de Isaac en el último momento, para proveer un carnero en su lugar ꟷcarnero que tipifica y prefigura el sacrificio de Cristo por nuestros pecadosꟷ, por lo que, como lo dice el apóstol Pablo: “Cuando ya no había esperanza, Abraham creyó y tuvo esperanza, y así vino a ser «padre de muchas naciones», conforme a lo que Dios le había dicho…” (Romanos 4:18 DHH), dándonos así un ejemplo a seguir que podemos adaptar, entonces, a nuestras circunstancias particulares
La prueba suprema de Abraham
“La prueba suprema de la madurez de nuestra fe es la disposición a obedecer y esperar en Dios cuando el camino parece cerrado a la esperanza”
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