El cemento de todas las virtudes
Existe una actividad muy especial que la Biblia atribuye a los auténticos cristianos. La perseverancia, que halla ocasión de manifestarse precisamente cuando las circunstancias son adversas. La expresión “fe de carbonero” suele ser peyorativa, pues se usa para designar una fe ciega y no razonada, pero aun así la fe de carbonero puede contener algo rescatable por cuanto implica también perseverar en lo que se cree, sin prestar atención a aquellas circunstancias adversas que puedan atentar contra la fe. Existe, pues, algún mérito en la fe de carbonero, no en el sentido de cerrarse a las razones, sino de no claudicar en lo que se cree aún en medio de la adversidad. Podría decirse que, en este último sentido, la fe cristiana si debe ser una fe de carbonero, o mejor, una fe que persevera en medio de la oposición. Algo a tomar en cuenta, pues si bien el llamado “fruto del Espíritu Santo”, describe las virtudes que definen y distinguen el carácter del cristiano, no podemos olvidar que la perseverancia es algo así como el “cemento” que une todas esas virtudes de manera que no sean algo fragmentario u ocasional que se desvanezca con facilidad, sino que, por el contrario, perduren en el tiempo, afirmándose aún más a medida que éste transcurre. La perseverancia está íntimamente ligada, tanto a la paciencia como fruto del Espíritu en nuestras vidas: “En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad” (Gálatas 5:22); “Por tanto, hermanos, tengan paciencia hasta la venida del Señor. Miren cómo espera el agricultor a que la tierra dé su precioso fruto y con qué paciencia aguarda las temporadas de lluvia. Así también ustedes, manténganse firmes y aguarden con paciencia la venida del Señor, que ya se acerca” (Santiago 5:7-8); como a la constancia: “Y la constancia debe llevar a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada” (Santiago 1:4). Sin embargo, no es un sinónimo de ellas, pues posee un matiz diferente que amerita para sí un tratamiento aparte.
Es así como la perseverancia recibe un especial énfasis en la vida cristiana: “Cuando se disolvió la asamblea, muchos judíos y prosélitos fieles acompañaron a Pablo y a Bernabé, los cuales en su conversación con ellos les instaron a perseverar en la gracia de Dios” (Hechos 13:43) “Él dará vida eterna a los que, perseverando en las buenas obras, buscan gloria, honor e inmortalidad” (Romanos 2:7); “Ustedes necesitan perseverar para que, después de haber cumplido la voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido… Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 10:36; 12:1); “Pero quien se fija atentamente en la ley perfecta que da libertad, y persevera en ella, no olvidando lo que ha oído, sino haciéndolo, recibirá bendición al practicarla” (Santiago 1:25). En especial en lo que tiene que ver con las épocas y lugares en que la fe sufre persecución, como sucederá de forma particularmente intensa en los últimos tiempos: “Y serán odiados de todos por causa de Mi nombre, pero el que persevere hasta el fin, ese será salvo… Pero el que persevere hasta el fin, ese será salvo” (Mateo 10:22; 24:13); “Conozco tus obras, tu duro trabajo y tu perseverancia. Sé que no puedes soportar a los malvados, y que has puesto a prueba a los que dicen ser apóstoles, pero no lo son; y has descubierto que son falsos. Has perseverado y sufrido por mi nombre, sin desanimarte… Conozco tus obras, tu amor y tu fe, tu servicio y tu perseverancia, y sé que tus últimas obras son más abundantes que las primeras… El que deba ser llevado cautivo, a la cautividad irá. El que deba morir a espada, a filo de espada morirá. ¡En esto consisten la perseverancia y la fidelidad de los santos!”… ¡En esto consiste la perseverancia de los santos, los cuales obedecen los mandamientos de Dios y se mantienen fieles a Jesús!” (Apocalipsis 2:2-3, 19; 13:10; 14:12). Valga decir que la diligencia para hacer sin dilación lo que se debe hacer es, por igual, una habitual acompañante de la perseverancia: “Nunca dejen de ser diligentes; antes bien, sirvan al Señor con el fervor que da el Espíritu” (Romanos 12:11). Porque la perseverancia es, de manera puntual, la fuerza de voluntad para continuar adelante aun en circunstancias adversas y el celo en el cumplimiento del deber, cualidades ambas que deben caracterizar al auténtico cristiano para no ser menos que nuestro adversario.
Adversario a quien Hugh Latimer se refirió así: “El diablo. Es el predicador más diligente… por lo tanto, vosotros, prelados que no predicáis, aprended del diablo: sed diligentes en vuestro oficio… Si no habéis de aprender de Dios, ni de los buenos hombres a ser diligentes en vuestro llamado, aprended del diablo”, de modo que podamos, mediante nuestra perseverancia, contrarrestar sus artimañas: “para que Satanás no se aproveche de nosotros, pues no ignoramos sus artimañas” (2 Corintios 2:11). En especial en actividades tales como la oración: “Estén ustedes preparados, orando en todo tiempo, para que puedan escapar de todas estas cosas que van a suceder y para que puedan presentarse delante del Hijo del hombre” (Lucas 21:36); “Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hechos 1:14 RVR60); “Oren en el Espíritu en todo momento, con peticiones y ruegos. Manténganse alerta y perseveren en oración por todos los santos” (Efesios 6:18); “Dedíquense a la oración: perseveren en ella con agradecimiento” (Colosenses 4:2); y en la divulgación y predicación del evangelio, a tal grado que los apóstoles hicieron arreglos para no descuidar estas dos cruciales actividades cristianas y concentrar todos sus esfuerzos en ellas: “Así que los doce reunieron a toda la comunidad de discípulos y les dijeron: «No está bien que nosotros los apóstoles descuidemos el ministerio de la palabra de Dios para servir las mesas. Hermanos, escojan de entre ustedes a siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu y de sabiduría, para encargarles esta responsabilidad. Así nosotros nos dedicaremos de lleno a la oración y al ministerio de la palabra»”. (Hechos 6:2-4). Después de todo el Señor nos reveló en la parábola del sembrador que la iglesia victoriosa está formada por aquellos que: “… oyen la palabra… la retienen; y como perseveran, producen una buena cosecha” (Lucas 8:15). Sin embargo, la llamada “perseverancia de los santos” no hace referencia propiamente a una virtud heroica atribuible de suyo, con exclusividad, a la fortaleza del creyente, como si fuera un mérito que sólo unos pocos especialmente dotados pueden alcanzar; sino que es una virtud que procede de la fortaleza otorgada por Dios a los suyos y del ejercicio de ella por parte de éstos. La perseverancia es, pues, una dotación de la gracia divina. Es Dios quien nos otorga la fortaleza para perseverar, de donde si lo hacemos así, es únicamente porque Dios nos preserva para ello, y cuyo éxito final está entonces garantizado para todo auténtico creyente.
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