Jacob se caracterizó en la primera mitad de su vida, antes de su encuentro con Dios en Betel, por ser un tramposo que en su intención de suplantar a su hermano mayor y obtener todos los privilegios de la primogenitura, actúo bajo el cuestionable consejo de su madre que lo favorecía sobre su hermano, para arrebatar de manera fríamente calculada la primogenitura a su impulsivo y despreocupado hermano mayor que no supo valorarla como debía, y mediante engaños logró también que su padre ciego pronunciara sobre él la bendición que correspondía a Esaú. Huyendo de él y poco después de su encuentro con Dios que transformó su carácter drásticamente para bien, encontró la horma de su zapato en su tío Labán, hermano de su madre Rebeca y padre de Lea y Raquel, sus dos esposas, quien le cobró con creces todos sus engaños pasados, pues para lograr que su sobrino le sirviera de manera indefinida y el mayor tiempo posible sin paga, no sólo lo engañó al hacerle trabajar siete años por su hija mayor Lea utilizando como pretexto la costumbre de no entregar en casamiento a la hija menor antes que a la mayor, cuando Jacob creía estar trabajando por Raquel, la menor, que era con quien en verdad quería casarse; sino que después de esto le cambiaba continuamente las condiciones de trabajo inicialmente acordadas para que Jacob no pudiera enriquecerse e independizarse: “No obstante él me ha engañado y me ha cambiado el salario muchas veces” (Génesis 31:7), algo que debemos tener en cuenta para que no nos pase a nosotros
La horma de su zapato
“Quien hace del engaño un recurso habitual en sus tratos con los demás debe prepararse para ser, a su vez, engañado por otros en el curso de su vida”
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