A lo largo de la historia humana, la mera existencia actual del pueblo de Israel, teniendo en cuenta el antisemitismo, las persecuciones sistemáticas y todos los intentos de exterminio de los que ha sido víctima a lo largo de la historia por parte de poderes imperiales de gran alcance; es una señal clara e incontrovertible de la realidad de Dios y de Su fidelidad a sus promesas, con mayor razón por el hecho de que, a pesar del pequeñísimo tamaño numérico que Israel tiene en términos porcentuales y proporcionales en relación con muchos otros pueblos y naciones desde los puntos de vista geográfico y poblacional; son, sin embargo, los “ciudadanos del mundo”, por su distribución a lo largo y ancho de la geografía global, además de ser los dueños de una enorme cantidad del dinero y los medios de producción de la economía mundial y de ser, como si no fuera suficiente, una de las naciones que más ha influido en el pensamiento y la cultura humana desde el punto de vista intelectual con su virtuosismo y erudición en todos los campos del arte y del saber y su desarrollo científico en todos los frentes, que hace hoy por hoy de esta muy pequeña nación una de las más benignas potencias mundiales, aun desde el punto de vista militar; circunstancia que llevó al profesor Luis López de Mesa a decir que, en el siglo XX, toda la actividad humana giraba alrededor de cuatro judíos: Karl Marx, Albert Einstein, Sigmund Freud y Jesús de Nazaret, por lo cual es muy razonable afirmar que, tanto para Israel como para la iglesia, ya sea individual o colectivamente: “… las dádivas de Dios son irrevocables, como lo es también su llamamiento” (Romanos 11:29)
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