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La crisis de la responsabilidad

La noción de responsabilidad, tan cara al cristianismo bíblico, se encuentra en crisis. Una crisis a la que C. S. Lewis hizo referencia en uno de sus libros que lleva el sugestivo título La abolición del hombre, diciendo: “Hacemos hombres sin pecho y esperamos de ellos virtud y carácter emprendedor… Castramos y pedimos a los eunucos que fructifiquen”. Una crisis que en principio obedece al desbalance generado en las sociedades totalitarias en las que se imponen deberes sin garantizar derechos, o las sociedades liberales en que, por el contrario, se reclaman derechos sin exigir deberes. Un síntoma gráfico de esta crisis es el generalizado lamento por el estado del mundo que le vamos a dejar a nuestros hijos, sin reparar primero en qué clase de hijos le vamos a dejar al mundo. Porque la noción misma de responsabilidad indica la obligación que alguien tiene de responder o dar cuenta de sus actos, justificándolos por medio de razones válidas con arreglo a un sistema de valores generalmente aceptado. La responsabilidad es inseparable de nuestra condición humana con sus inherentes individualidades de tipo personal. Es decir que sólo la persona ꟷen este caso, la persona humanaꟷ puede ser responsable, siendo entonces el hombre: “el único ser que es libre en el sentido de deliberación, decisión y responsabilidad” (Paul Tillich).

Los cristianos, llamados y dotados por Dios para afirmar y reivindicar la condición personal de los individuos en un mundo en gran medida despersonalizado, deben ser, entonces, un ejemplo de responsabilidad. Ésta es, de hecho, nuestra gloria que nos emparenta con Dios mismo. Ya lo dijo también el Dr. Alfonso Ropero de manera puntual: “El cristianismo es un ejercicio de responsabilidad. Se distingue el verdadero del falso precisamente en su grado de responsabilidad”. Y el ejercicio de la responsabilidad consiste, entonces, en balancear adecuadamente privilegios y responsabilidades o, en otras palabras, derechos y deberes. Las sociedades totalitarias coartan las libertades necesarias para ejercer nuestras responsabilidades personales, mientras que en las sociedades liberales, también llamadas “sociedades de derecho”, se exigen cada vez más derechos a la par que se eluden los deberes enfatizando ya no lo que debemos hacer, sino lo que podemos hacer, sin restricciones ni cortapisas de ningún tipo.

El libertinaje propio de las sociedades liberales une fuerzas con los determinismos y fatalismos presuntamente científicos para, desde ambos extremos del espectro, socavar nuestra responsabilidad en las sociedades modernas. El primero de ellos: el libertinaje, pretende transgredir impunemente los linderos de la moralidad defendida, tanto por el cristianismo como por las múltiples filosofías moralistas a lo largo de la historia, en nombre de reivindicaciones tan confusas, ambiguas y equívocas como el llamado “derecho a elegir”, o el “derecho sobre su propio cuerpo” reclamado, por ejemplo, por las defensoras del aborto provocado, como si un embrión en desarrollo no fuera ya otro cuerpo con sus propios derechos, como lo es el más elemental de todos: el derecho a la vida. Y si esto no fuera suficiente, se invocan derechos todavía más ambiguos y engañosos como el “derecho al libre desarrollo de la personalidad” para justificar todo tipo de prácticas, ya no sólo inmorales, sino totalmente descabelladas y autodestructivas, como las fomentadas por la ideología de género en relación con el ejercicio de la sexualidad y la completamente artificial existencia de una variedad de géneros diferentes a los clásicos géneros masculino y femenino ligados al sexo biológico con el que hemos nacido. Ya lo denunció Edward J. Young: “En la psicología moderna… El alma debería ser libre para desarrollarse y expresarse… Limitaciones y restricciones como las que impone una autoridad absoluta, deben ser abandonadas, si se quiere lograr cualquier desarrollo de la personalidad”

Y desde la ciencia ganan fuerza teorías como el darwinismo social y la sociobiología para decirnos que, en realidad, no somos responsables de nuestros actos, pues al final de cuentas no somos nosotros o nuestras voluntades las que deciden, sino fuerzas internas o externas ajenas a ella que nos programan y empujan a ciertas conductas o acciones específicas a las que no podemos resistirnos, ya sea que operen desde la misma biología y la genética con la peregrina teoría del “gen egoísta” del ateo Richard Dawkins que plantea que en realidad nunca tomamos decisiones libres y responsables, pues tan solo somos “idiotas útiles” al servicio de nuestros genes y sus fríos e inescrupulosos propósitos de supervivencia evolutiva, o fuerzas que operan a través de los estímulos del entorno y nuestras respuestas condicionadas a ellos, como lo promulgan las escuelas conductistas de la psicología, al punto que ya no somos culpables de nada, sino únicamente víctimas de nuestras circunstancias.

Por este camino, los criminales no son ya culpables de lo que hacen, sino las sociedades que dieron lugar al entorno en el que no les habría quedado más alternativa que delinquir, y el castigo es por completo sustituido, por lo menos sobre el papel, por la resocialización, otro de los “derechos” que tendría el criminal, víctima de una sociedad que lo ha marginado y arrojado al delito. Y si bien es cierto que todos estamos tan interconectados e interrelacionados de tal manera en el seno de la comunidad que muchas de nuestras culpas pueden ser, en efecto, socialmente compartidas, también lo es que, como lo estableció y concluyó el psiquiatra judío Víctor Frankl, sobreviviente de los campos de concentración nazis, luego de darse a la tarea de estudiar científicamente la conducta humana en el “laboratorio vivo” constituido por un campo de concentración: “Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias para decidir su propio camino”. Declaración respaldada también por Charles Swindoll al decir: “La actitud es más importante que el pasado, la educación, el dinero, las circunstancias, y lo que otros piensen, digan o hagan… todos los días estamos en posibilidad de elegir que actitud adoptaremos. No podemos cambiar nuestro pasado… modificar la conducta de quienes nos rodean… evitar lo inevitable. La única cuerda que podemos pulsar es la que tenemos a nuestro alcance, y esa es la actitud”.

El rabino Harold Kushner llama asimismo nuestra atención al hecho de que: “Todo adulto, por desdichada que haya sido su infancia o por mucho que lo limiten sus hábitos, es libre de decidir el rumbo de su vida. Decir que Hitler, o que cualquier criminal, no eligieron el camino del mal sino que fueron víctimas de su crianza equivale a anular la moralidad y todo debate sobre el bien y el mal. Semejante punto de vista no explica por qué otras personas en circunstancias similares no se convirtieron en un Hitler. Peor aún, decir: ‘No es su culpa; no era libre de elegir’, es despojar a la persona de su humanidad…”. La Biblia provee el balance adecuado para asumir nuestras responsabilidades personales y comunitarias sin sobrecargarnos con las responsabilidades de los demás, llegando a eximirlos de ellas, cuando nos instruye de este modo: “Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo…”, pero haciendo la siguiente salvedad tres versículos después: “Que cada uno cargue con su propia responsabilidad” (Gálatas 6:2, 5). De no tener en cuenta este balance, puede sucedernos aquello que la sunamita lamentó con estas palabras: “… Mis hermanos se enfadaron contra mí, y me obligaron a cuidar las viñas; ¡y mi propia viña descuidé!” (Cantares 1:6). En este orden de ideas, el profeta ya había revelado que: “… ningún hijo cargará con la culpa de su padre, ni ningún padre con la del hijo: al justo se le pagará con justicia y al malvado se le pagará con maldad” (Ezequiel 18:20), agregando luego la esperanzadora declaración en el sentido que: “… la maldad del impío no le será motivo de tropiezo si se convierte…” (Ezequiel 33:12).

No deja de ser refrescante leer que, incluso un defensor y promotor de la ideología de género como Darrell Yates Rist, confundador de la Alianza Gay y Lesbiana contra la difamación, se rebela contra las teorías deterministas de causalidad de la homosexualidad, ya sean biológicas o medioambientales, aplaudidas por muchos activistas homosexuales por sus efectos para moldear la opinión pública en favor de la aceptación del presunto carácter inexorable y, si se quiere, “natural” de la conducta homosexual, diciendo: “Los periodistas se apoderaron triunfantes de la renovada presunción de que los humanos ya no somos tan responsables de nuestra opción sexual como de cualquier otra cosa que decidamos hacer… me parece una cobardía renunciar a nuestra responsabilidad individual sobre la construcción de nuestros deseos sexuales… Es más honesto y valeroso, un acto de libertad absoluta, rechazar la conveniencia de la mentira e insistir, en cambio, en el derecho a realizarnos afectivamente; sea cual sea la dirección en que nos empujen nuestras necesidades, por muy contrario que sea a la norma social”, aunque utilice luego esta idea para justificar su elección voluntaria de la conducta homosexual bajo la falsa presunción de que todos somos esencialmente bisexuales, volcándose así al otro extremo ya señalado del libertinaje en nombre de nuestros supuestos derechos.  

Desde la óptica bíblica el asunto se reduce finalmente a saber si estamos eludiendo infructuosamente nuestra responsabilidad lavándonos las manos como Pilato: “Cuando Pilato vio que no conseguía nada, sino que más bien se estaba formando un tumulto, pidió agua y se lavó las manos delante de la gente. ꟷSoy inocente de la sangre de este hombre ꟷdijoꟷ. ¡Allá ustedes!” (Mateo 27:24), o la estamos salvando sacudiendo el polvo de nuestros pies, como lo hacían los apóstoles en el cumplimiento de su deber en obediencia a la instrucción del Señor: “Si no los reciben bien, al salir… sacúdanse el polvo de los pies como un testimonio contra sus habitantes” (Lucas 9:5). Porque hoy tanto como ayer mantiene plena vigencia lo revelado por Dios al fratricida Caín, a favor de la responsabilidad: “Si hicieras lo bueno, podrías andar con la frente en alto, pero si haces lo malo, el pecado te acecha, como una fiera lista para atraparte. No obstante, tú puedes dominarlo.»” (Génesis 4:7).

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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