La llamada “comunión de los santos” en el credo niceno, una de las doctrinas fundamentales de nuestra fe, y en la que estamos llamados a participar en el seno de la iglesia a través de alguna de las muchas congregaciones cristianas de sana doctrina extendidas por el mundo, no carece de problemas, al punto que Dietrich Bonhoeffer decía que una señal de la madurez cristiana era, justamente, no renegar ni apartarse de esta comunión, cuando la fuerza de los hechos nos obligaba a dejar de idealizarla y nos llevaba más bien a decepcionarnos de muchos modos de ella, continuando a pesar de todo nuestra vinculación y participación en ella sin creernos mejores que ella, concluyendo que esta desilusión es, incluso, deseable y necesaria, pues: “sólo la comunidad que, consciente de sus tareas, no sucumbe a la gran decepción, comienza a ser lo que Dios quiere, y alcanza por la fe la promesa que le fue hecha…”. Esta paradójica dualidad de la iglesia, constituida por seres humanos ya redimidos, pero todavía muy imperfectos y falibles, y que nos pueden defraudar y a quienes podemos defraudar nosotros de maneras insospechadas, llevó también a Carlos Díaz a declarar respecto de la iglesia: “Qué discutible eres, Iglesia, y sin embargo cuánto te quiero. Cuánto me has hecho sufrir, y sin embargo cuánto te debo…”. Y puesto que en la Biblia se nos exhorta a que: “No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca” (Hebreos 10:25), debemos, pues, obedecer confiando en que el balance al final será favorable
La comunión de los santos
“La fuerza de la iglesia no radica sólo en la comunión con Cristo sino en la comunión con los hermanos que Cristo hace posible”
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