¿Aliado o enemigo del cristianismo?
Lo primero que debo decir al abordar el tema del encabezado es que no pretendo hablar de manera especializada sobre él, en primer lugar, porque es un tema muy técnico, árido y difícil de seguir para el cristiano del común, plagado de sutilezas y conjeturas que no pueden al final demostrarse de manera concluyente, pero que siempre y casi de manera invariable, terminan tendiendo una sombra de duda sobre la veracidad y confiabilidad que la Biblia reclama para sí y que se ha establecido ya con suficiencia por medio de las investigaciones y conclusiones combinadas de las llamadas “ciencias bíblicas”, a tal grado que los creyentes que aceptamos la Biblia por lo que ella dice ser: la Palabra de Dios inspirada y revelada a los hombres, tenemos un solvente fundamento racional y objetivo para creerlo así, más allá de nuestros tratos y experiencias subjetivas en relación con Dios en la persona de Cristo.
La alta crítica es, de hecho, una disciplina íntimamente relacionada con la llamada “crítica textual” (también llamada “baja crítica”) que ha prestado un invaluable servicio al cristianismo al establecer científicamente la fidelidad e integridad textual de nuestras Biblias actuales en relación con los manuscritos originales que ya no poseemos, pero que se reflejan en las múltiples y muy numerosas copias manuscritas más antiguas que sí poseemos de ella, desde los rollos de papiro y de pergamino y los códices más completos que tenemos que recogen toda o buena parte de la extensión de su contenido, como por ejemplo los códices vaticano, sinaítico y alejandrino; pasando por rollos de libros completos como los encontrados en Qumrán, hasta los fragmentos más pequeños hallados de ella, entre los cuales se encuentra el famoso papiro Rylands o P52, el texto más antiguo hallado de los evangelios canónicos que contiene tan sólo la porción de Juan 18:31-33 y, por el anverso Juan 18:37-38, y que data de aproximadamente el año 125 d. C., es decir tan sólo unas décadas después de haberse escrito de la pluma del apóstol, lo que demuestra la rápida difusión y copia que se comenzó a hacer de los escritos del Nuevo Testamento.
Sin embargo, la alta crítica, a diferencia de su pariente, la crítica textual a secas o baja crítica, no parece haberle prestado un gran servicio al cristianismo, pues desde posturas en mayor o menor grado especulativas que parten de la forma y el tipo de composición del texto y características particulares como lo son las cuestiones literarias del estilo, la sintaxis y el vocabulario utilizado por sus autores, así como los contextos, situaciones y coyunturas sociales e históricas más o menos probables en que se habrían escrito los libros de la Biblia, procede con mucha frecuencia a cuestionar la autoría humana tradicional de ellos y a establecer también fechas mucho más tardías de composición de una manera que, por mucho que presuma de objetividad científica, no deja de sonar algo arbitraria e incluso malintencionada al obedecer a una agenda que parte de postulados no demostrados, como por ejemplo la creencia axiomática en la imposibilidad de los milagros en general en lo que se conoce como “naturalismo científico” y, en conexión con ello, la imposibilidad de la profecía predictiva capaz de anunciar eventos con precisión siglos antes de que tengan lugar, como la que exhibe la Biblia.
No es casual que la alta crítica sea una disciplina mayormente asociada con la cuestionable teología liberal que ya abordamos de manera panorámica en el podcast titulado “La teología liberal”, también publicado en nuestro canal, y aludida tangencialmente una vez más, pero con algo de extensión también, en nuestra conferencia de hace dos meses titulada: “La Biblia. ¿Un mito más entre otros?”. Y es ya de todos conocido el compromiso de la teología liberal con el naturalismo científico, al punto de hallarse prácticamente fuera de discusión; sesgo deshonesto que se pone en evidencia en muchas de sus conclusiones y revisionismos gratuitos emprendidos contra la Biblia a lo largo de su desarrollo, que cuenta ya, por cierto, con cerca de dos siglos de historia; muchas de las cuales han sido revaluadas y corregidas y han demostrado ser apresuradas y carecer del fundamento sólido que pretendían tener en su tiempo.
Por eso, si en algún momento decíamos en relación con la teología liberal que, desde la óptica del cristianismo con “amigos” como los teólogos liberales en general, en realidad no necesitaríamos enemigos (no olvidemos que un buen número de estos teólogos se declaran “cristianos”), pues más que exponentes del cristianismo, parecen más bien detractores de él infiltrados, cual caballo de Troya, dentro de las toldas cristianas para cuestionarlo o pervertirlo; así también tendríamos que decir que la alta crítica ꟷque es la punta de lanza de los teólogos liberalesꟷ, no sería más que “el abogado del diablo” que desde su aureola “científica” cuestiona sistemáticamente todas las afirmaciones históricas del cristianismo en relación con la Biblia, socavando así la fe de los fieles en la confiabilidad de las Escrituras para todos los propósitos de relacionarnos con Dios en los mejores términos y vivir de este modo la vida abundante que Cristo vino a traernos, haciendo de los cristianos y de la iglesia agentes de cambio social en su entorno, dignificando la condición humana y elevando los estándares en la calidad de vida de todos los hombres que acogen el evangelio de Cristo.
Por eso, dado que los teólogos liberales se han apropiado y arrogado para sí el rótulo de la erudición académica en temas bíblicos, presumiendo ser la avanzada más ilustrada y documentada en estos asuntos, haciendo sus pronunciamientos desde un pedestal de superioridad académica que por sí mismo debería acallar los cuestionamientos de la iglesia y de la teología conservadora, hay que decir antes que nada que la diferencia entre la teología conservadora y la liberal no es el mayor grado de erudición de la última en relación con la primera, sino los postulados de los que cada una de ellas parte, que en el caso de la teología conservadora consiste en la credibilidad que en principio, a raíz de nuestra experiencia de conversión a Cristo, nos merece la Biblia en cuanto a sus afirmaciones sobre su procedencia e inspiración divina, mientras que la teología liberal parte de la presunción de que la Biblia se equivoca y miente en cuanto a sus reivindicaciones y reclamos sobre la vida de los fieles, por el simple hecho de que defiende la posibilidad de los milagros en oposición al naturalismo científico con el que la teología liberal está comprometida.
Así, está claro ya que la diferencia entre los teólogos liberales y los conservadores no radica en el grado de erudición de los primeros por contraste con los últimos, pues en ambos lados hay erudición de sobra. Ni siquiera en que los primeros suscriban y recurran a la alta crítica, mientras que los últimos no, pues éstos también dominan en muchos casos esta disciplina, aunque no lleguen mediante ella a las mismas conclusiones que los primeros. La diferencia, pues, no es de conocimiento y estudio, sino de actitud, pues los eruditos liberales desvirtúan a la Biblia al someterla a la tiranía de la alta crítica, mientras que los eruditos conservadores se sirven de la crítica textual o baja crítica, así como también de la alta crítica, para ayudar a hacer más claro y comprensible a los lectores modernos el inspirado mensaje bíblico.
Podría, por eso, decirse que, en rigor, la doctrina de la inspiración divina de la Biblia es el punto de inflexión que distingue y marca los linderos que separan a las posturas teológicas cuestionablemente liberales de las posturas teológicas confiablemente conservadoras. En efecto, para los liberales la Biblia a lo sumo contiene palabra de Dios en una proporción indefinida, determinada, por supuesto, por ellos mismos; mientras que para la ortodoxia conservadora la Biblia es en su totalidad la palabra de Dios con absoluta exclusividad, al margen de que los individuos la reconozcan o no como tal. A medio camino entre ambas posturas se encuentra la neo-ortodoxia que aglutina a teólogos originalmente liberales que reaccionaron contra el liberalismo teológico en el que fueron educados y que postula entonces que la Biblia llega a ser palabra de Dios para el individuo a partir de su encuentro personal con Cristo en la experiencia de la conversión y no antes de ella, permitiendo, entonces, a los creyentes declarar con el apóstol Pablo que: “Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17).
Tal vez las dos conclusiones más conocidas producto del ejercicio de la alta crítica por parte de los teólogos liberales sea la hipótesis documentaria del alemán Julius Wellhausen, en el Antiguo Testamento, relativa a las fuentes utilizadas, la fecha de composición y la autoría del Pentateuco o el conjunto de los cinco primeros libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio; conocidos entre los judíos como “La Torah”; y en segundo lugar, el llamado “Documento Q” en el Nuevo Testamento en relación con la composición de los evangelios, que se encuentra en la base de lo que se conoce como “el problema sinóptico” por involucrar, a su vez, los llamados “evangelios sinópticos” que son: Mateo, Marcos y Lucas, problema resumido así por la Biblia de Estudio Baker: “expresión utilizada para explicar cómo Mateo, Marcos y Lucas coinciden y discrepan en tres áreas principales: contenido, redacción y orden”. Analicemos, entonces, la manera en que la alta crítica formula ambas teorías para tratar de entender un poco su metodología y comprender de paso las justificadas prevenciones que tenemos contra ella.
Comencemos por la hipótesis documentaria. Ésta hipótesis, basada en consideraciones casi exclusivamente literarias y que no dejan de sonar algo arbitrarias y pretensiosas ꟷque no vamos a relacionar aquí para no hacer demasiado extensa esta conferenciaꟷ, desestimó por completo la tradicional autoría mosaica (es decir, atribuida a Moisés) del Pentateuco o los cinco primeros libros de la Biblia, tal como ha sido sostenida históricamente por judíos y cristianos por igual, afirmada de muchas maneras explícitas en cuatro de estos cinco libros (con excepción del Génesis, que no lo menciona), que sostienen su autoría para numerosas porciones específicas de ellos, autoría aludida y afirmada también de forma implícita por prácticamente todo el resto de libros del Antiguo y del Nuevo Testamento por igual. En su lugar propuso cuatro fuentes diferentes que entrarían en su composición, identificadas cada una con una letra: J (la fuente Yahvista), E (la fuente Eloista), D (la fuente Deuteronomista) y P (la fuente Sacerdotal, de ‘priest’ en inglés), la más antigua de las cuales sería del siglo X antes de Cristo, más de dos siglos después de la muerte de Moisés.
En realidad, la alta crítica ha formulado en los últimos dos siglos muchas teorías diferentes que desestiman por igual y casi por completo la autoría de Moisés para el Pentateuco, proponiendo en su lugar una gama de fuentes literarias diferentes, con sus propios redactores e intereses de grupo, todas ellas datadas con gran posterioridad a Moisés y sin ninguna relación aparente con él, combinadas supuestamente de manera artificial y forzada para darle la forma final que conocemos. Entre todas éstas, la hipótesis documentaria de Wellhausen fue tan sólo la que llegó a tener más acogida entre los eruditos de la alta crítica, logrando una suerte de consenso entre ellos durante casi un siglo, hasta la década de los 60-70 en el siglo XX, en que los nuevos descubrimientos llevados a cabo por las ciencias bíblicas la dejaron cada vez más obsoleta y sin vigencia.
De hecho, al hacer un recuento panorámico de todas estas teorías tan variadas y su situación actual, Agustín Giménez González nos dice: “Hay cierto cansancio de tanta hipótesis indemostrable, subjetiva y estéril, y cierto desinterés por el proceso histórico de composición de los textos. Se ve la necesidad de… [buscar] más la teología del texto final que la de las fuentes. Se concibe el Pentateuco como una identidad compleja y viva, con todos sus componentes intrínsecamente unidos, y se rechaza la clasificación y despedazamiento de frases y palabras en tradiciones diversas. Hay más interés por recuperar el proceso de formación total del texto hasta su forma final madura, y encontrar el sentido de su unidad armónica”. Asimismo, la Biblia de Estudio Arqueológica concluye al respecto: “Actualmente, muchos eruditos han abandonado la Hipótesis Documental y concuerdan en que está basada en una comprensión deficiente de la literatura del Antiguo Cercano Oriente y que su contribución no es nada provechosa para nuestra comprensión del Pentateuco”.
La Biblia de Estudio Baker también se pronuncia de este modo sobre el particular: “… la falta de acuerdo entre los eruditos acerca de la datación y las características de las fuentes y el auge de otros enfoques literarios del texto tiene a muchos eruditos conservadores y liberales poniendo en cuestionamiento la precisión e incluso los beneficios interpretativos de las hipótesis de las fuentes [entre las que sobresale la hipótesis documentaria]. Además, si las observaciones literarias utilizadas para distinguir las fuentes pueden explicarse de otro modo, entonces la hipótesis documentaria se ve considerablemente debilitada”. Y es que, efectivamente, pueden explicarse de otro modo: el modo tradicional que asigna a Moisés un papel determinante, aunque no definitivo, en su redacción, composición y forma final.
Daniel J. Block recoge de manera muy comprensible los nuevos hallazgos de la lingüística, la antropología y la arqueología bíblicas que refuerzan la autoría esencial de Moisés en la redacción del Pentateuco. Dice él: “Las pruebas internas indican que Moisés guardaba un registro de las experiencias de Israel en el desierto… Además, muchas declaraciones del AT le atribuyen el Pentateuco a Moisés… y el Nuevo Testamento lo vincula íntimamente con la Torá”. En contra de la datación tardía de las fuentes hecha por la Hipótesis Documentaria, nos informa: “Varios aspectos adicionales del texto indican una fecha de composición más temprana: (1) Los nombres de los patriarcas y muchas de sus actividades tiene más sentido en un entorno correspondiente al segundo milenio a. C.; (2) Las narraciones indican un profundo conocimiento de Egipto; (3) las palabras tomadas del idioma egipcio aparecen con más frecuencia en el Pentateuco que en cualquier otro lugar del AT; (4) el nombre Moisés sugiere un contexto histórico egipcio; (5) el panorama general de la narrativa es ajeno a Canaán; (6) las divisiones del año son egipcias; la flora y la fauna son egipcias y sinaíticas; (7) en algunos casos, la geografía refleja una perspectiva extranjera [como la que tendría un egipcio de la tierra de Canaán]… (8) arcaísmos en el lenguaje”.
Ahora bien, la atribución de su autoría fundamental a Moisés no excluye la labor de un editor o editores posteriores que le dieron su forma final, como lo reconocen y declaran sin dificultad los eruditos conservadores. La Biblia de Estudio Baker lo plantea así, de manera muy plausible: “Que Moisés es responsable de al menos partes del Pentateuco lo sugieren las referencias a su explícita actividad literaria reflejada en la propia narración… cuando no se halla también implícita en diversas fórmulas literarias como ‘el Señor habló a Moisés’… La autoría mosaica recibe apoyo de los libros históricos, que utilizan términos como ‘el libro de la ley de Moisés’ en diversas formas y referencias en la historia preexílica… así como en la historia postexílica… Las mismas expresiones son utilizadas por los autores del NT… que incluso se refieren al Pentateuco simplemente con el nombre de ‘Moisés’… Aun con estos ejemplos, en ninguna parte del texto se dice explícitamente que Moisés sea el responsable de toda la compilación del Pentateuco o que lo escribiera de su puño y letra. Más bien, varios factores apuntan a una mano posterior: Se menciona la muerte y el entierro de Moisés… se habla de la conquista de Canaán como algo pasado y hay indicios de que nombres de personas y lugares fueron actualizados y explicados para las generaciones posteriores… Basándose en estos factores, es razonable creer que el Pentateuco sufrió alteraciones editoriales a medida que se conservaba en la vida judía y tomó su forma definitiva después de la muerte de Moisés”.
Por último y de manera concluyente Daniel J. Block sostiene: “Solo podemos especular en cuanto al momento preciso en que el Pentateuco adquirió su forma actual (Deuteronomio sugiere una fecha posterior a la muerte de Moisés), pero es probable que, cuando David organizó el sistema de adoración en el templo, el contenido de la Torá ya estuviera establecido”. Y esto es un tiempo muy anterior al que la Hipótesis Documentaria defiende y, por lo mismo, mucho más cercano a Moisés. Como vemos, esta hipótesis que muchos teólogos liberales y eruditos de la alta crítica defendieron con dogmatismo, no ha pasado de ser una hipótesis más bien peregrina que poco o nada ha aportado a la comprensión de la formación final del Pentateuco tal y como lo tenemos hoy en nuestras Biblias actuales y que sí socavó durante un tiempo de forma gratuita la credibilidad y confiabilidad de las Escrituras para quienes le dieron crédito, como lo sigue haciendo en general con la autoría tradicional y las fechas de composición de prácticamente todos los libros de la Biblia.
Sin embargo, por cuestión de espacio, no podemos dejar expuesta esta cuestionable metodología, demasiado escéptica y con compromisos ideológicos previos no declarados, para decir lo menos, sino a través de estos dos ejemplos, el segundo de los cuales es el hipotético “Documento Q” en relación con la composición de los evangelios. Esta hipótesis plantea, en contra del testimonio histórico de la iglesia en el sentido de que Mateo fue el primer evangelio en ser escrito, que el primero fue en realidad el de Marcos, que es el más corto, y del que Mateo y Lucas tomarían material común para sus propios evangelios, reelaborándolo y reordenándolo conforme a sus propios intereses en relación con sus particulares destinatarios originales, lo que explicaría las similitudes entre ellos y también sus diferencias en relación con la versión más escueta de estos mismos hechos llevada a cabo por Marcos. Y para explicar el material de Mateo y Lucas que no se encuentra en Marcos, postularían una fuente o documento hipotético llamado “Q” (de la palabra alemana Quelle, que significa “fuente”), del cual ambos también habrían tomado el resto del material común que se encuentra en ellos, pero no en Marcos.
En realidad, esta hipótesis es plausible y no obra en principio en contra de la confiabilidad de los evangelios en su conjunto, como sí lo hacía la hipótesis documentaria. Sin embargo, llama aquí la atención la manera en que minimiza, pasa por alto y descarta sin suficiente fundamento el carácter explicativo de otras hipótesis que podrían honrar la prioridad que Mateo tendría, dando así mayor credibilidad al testimonio histórico de la iglesia a favor de esto último. Y también menoscaba el valor que cada evangelio tendría como fuente independiente de los mismos hechos, de los que cada uno de ellos daría un testimonio de primera mano, mediado por el papel que la tradición oral ha desempeñado desde tiempos ancestrales en las sociedades del medio oriente como la cultura semita, de la que el judaísmo es tal vez su más representativa expresión.
De hecho Lucas, el único de los evangelistas que no fue testigo directo de los hechos narrados, nos informa en el prólogo de su evangelio (Lucas 1:1-4 y también en el del libro de los Hechos que se le atribuye: Hechos 1:1-3) que, para compensar esta limitación, él emprendió una investigación metódica entre los testigos presenciales de los hechos narrados, investigación que suena muy pobre si se limitó simplemente a citar y combinar dos fuentes documentales distintas que ya se hallaban en circulación, como serían el hipotético “documento Q” y el evangelio de Marcos. Porque si bien Lucas le concede la debida importancia al testimonio apostólico, también da a entender que emprendió una esmerada investigación por su cuenta, tal vez comisionado por el apóstol Pablo con quien estuvo íntimamente relacionado y quien tampoco fue testigo directo de los hechos, apoyado en su formación como médico familiarizado con las técnicas investigativas y también en las que eran propias de los fariseos e intérpretes de la ley de los que Pablo formaba parte.
No se trata de negar, pues, las conexiones evidentes entre Mateo, Marcos y Lucas, sino en no circunscribirlas rígidamente a esta hipótesis. Como lo dice J. M. Martín Moreno: “El mayor argumento contra la existencia real de Q es su carácter hipotético y reconstructivo. Muchos investigadores prefieren agotar las posibilidades de explicación del problema sinóptico a través de contactos literarios mutuos entre los textos que de hecho poseemos, antes de recurrir a un documento hipotético. En la medida en que se puedan explicar los datos mediante una dependencia directa de Lucas respecto a Mateo [honrando en este caso la prioridad histórica que la iglesia le ha atribuido al evangelio de Mateo], la hipótesis de Q es innecesaria”. Es tanto así que adoptar la hipótesis del “documento Q” de manera dogmática, como la dan por sentada hoy muchos eruditos de la alta crítica ꟷde manera muy similar a como sucedió con la “Hipótesis Documentaria”ꟷ, genera a veces más problemas y preguntas sin respuesta de las que resuelve. Además, la importancia y exactitud en la transmisión de los hechos mediante la tradición recogida de manera oral antes de ser puesta por escrito entre los judíos, es menospreciada por esta hipótesis que afirma la existencia escrita del “documento Q”, negando así la posibilidad de que tanto Mateo, como Marcos y Lucas le deban más a las tradiciones orales que convergen entre sí de lo que están dispuestos a reconocer.
En este sentido, la Biblia de Estudio Arqueológica nos dice: “Las historias de la vida y del ministerio de Jesús circularon extensamente durante el primer siglo, formando un cuerpo de tradición oral. Sin duda, todos los evangelistas se inspiraron en esta corriente común de tradición al escribir sus evangelios…” concediendo al mismo tiempo que: “… Aunque el papel de la tradición oral común no debería ser subestimado, parece probable que los evangelios sinópticos comparten algún tipo de relación literaria y los posteriores autores de los evangelios usaron una o más de las escrituras tempranas como una fuente para sus obras”, bajándole el tono y matizando así el poder explicativo de la hipótesis del “documento Q” y abriéndose a otras posibles relaciones diferentes entre los sinópticos que den mejor cuenta de su complejidad en lo que tiene que ver con similitudes, diferencias y material original de cada uno de ellos.
El carácter altamente especulativo de esta hipótesis puede apreciarse en el hecho de que sus proponentes no sólo hablan de esta fuente hipotética, cuya existencia no ha podido hasta ahora ser demostrada, sino que pretenden poder reconstruirla por completo a partir de los evangelios de Mateo y de Lucas y, no contentos con ello, pasan a hablar enseguida de la “teología” que se reflejaría en el “documento Q”. Pero, como lo dice de nuevo J. M. Martín Moreno: “Para poder hablar de una teología de Q, habría que probar antes que Q existió como documento”, algo que hasta ahora no se ha logrado, no obstante lo cual sigue diciéndonos: “La investigación moderna pretende haber llegado a reconstruir el documento Q… pero la investigación no se ha detenido allí. Una vez reconstruido el tenor literal del documento, ha pretendido aplicarle la crítica literaria, distinguiendo en ese hipotético documento estratos literarios pertenecientes a las distintas fases de su redacción”, y no contentos con este ejercicio cada vez más especulativo: “a partir de los textos se ha pretendido deducir un contexto verosímil”, imaginando y postulando la existencia de una “comunidad Q” que habría redactado y divulgado el “documento Q”, sin tener en cuenta que: “precisamente, la comunidad de Q imaginada a partir de los textos, es un tipo del que no tenemos ninguna información… y que, por tanto no recibe ninguna confirmación en los otros escritos evangélicos”.
La Biblia de Estudio Arqueológica es concluyente al decir: “la mera existencia de «Q» es puramente hipotética y muy debatida, y se han propuesto explicaciones alternativas para la historia de la escritura de los evangelios sinópticos. No todos los eruditos del Nuevo Testamento creen en la originalidad de Marcos, y algunos insisten que se le debe prestar más atención al hecho de que Mateo fue un testigo ocular de muchos de los acontecimientos que él documentó”. Como complemento de lo anterior, la Biblia de Estudio Baker dice: “Muchos eruditos opinan que no hay una solución viable al problema sinóptico. Simplemente no tenemos suficiente información para descifrar cómo se relacionan entre sí”. Pero sea como fuere, la prioridad cronológica del evangelio de Marcos no es la única ni necesariamente la mejor opción y aún en el caso de que se adopte esta postura, de ella no se sigue de manera imprescindible la supuesta existencia del “documento Q”.
La Biblia de Estudio Baker nos informa al respecto: “Otros defensores de la prioridad de Marcos han eliminado la necesidad de una fuente Q sugiriendo que Marcos fue escrito primero, seguido de Mateo y luego de Lucas, que utilizó tanto a Marcos como a Mateo como fuentes literarias”. Asimismo, continúa diciendo: “La hipótesis de los dos evangelios… sugiere que Mateo se escribió primero, Lucas utilizó a Mateo y Marcos a Mateo y Lucas. Esta teoría explica fácilmente los ‘acuerdos menores’ entre Mateo y Lucas… Cualquiera de los puntos de vista es viable; la cuestión principal es cuál es el más probable”.
No sobra decir que la hipótesis del “documento Q” puede también terminar, sin proponérselo expresamente, dando apoyo indirecto a otras hipótesis más descabelladas y mayormente indemostrables, como la relativa al llamado “Mateo arameo” que, en contra de toda la evidencia disponible, sostiene que Mateo se escribió originalmente en arameo y no en griego, como lo establece todo el material textual antiguo hoy disponible del Nuevo Testamento. E incluso se puede terminar utilizando para validar la mayor confiabilidad de uno de los evangelios apócrifos: el evangelio de Tomás, por encima de los cuatro evangelios canónicos, como lo pretenden, en contravía a la abrumadora mayoría de eruditos, los teólogos que conforman el cuestionable y mediático grupo conocido como el “seminario Jesús” que ataca de manera directa y frontal la veracidad de Mateo, Marcos, Lucas y Juan para atribuírsela arbitrariamente a este tardío evangelio gnóstico.
Con todo lo anterior, no quiero dar la impresión de que todo es malo con la alta crítica, pues a pesar de la crítica que a su vez hemos emprendido contra ella, debemos estar de acuerdo con Thomas R. Schreiner cuando dice: “es importante reconocer que el surgimiento de la crítica histórica también ha resultado beneficioso para la iglesia… Los beneficios de ese análisis son numerosos. Ha esclarecido el significado de términos oscuros. El descubrimiento de los rollos del Mar Muerto arrojó luz sobre el trasfondo del NT. El estudio del Antiguo Cercano Oriente y del mundo grecorromano permitió aclarar hasta qué punto las Escrituras eran similares o no a los documentos producidos por las culturas circundantes. La crítica histórica también ha demostrado que algunos puntos de vista tradicionales no se podían sostener”.
Sin embargo, añade luego: “Si bien la crítica histórica benefició a la iglesia, también ocasionó problemas. Muchos eruditos se empaparon de la filosofía de la ilustración que se difundió en Europa en los siglos XVIII y XIX. Su cosmovisión filosófica se disfrazaba de crítica histórica… Este importante sesgo de la filosofía naturalista se enmascara con frecuencia bajo el nombre de «historia con objetividad». La crítica histórica esperaba éxito donde la ortodoxia había fallado… Pero con la llegada del posmodernismo, la mayoría de los eruditos considera que aquella perspectiva es demasiado ingenua. Además, la evolución de la crítica histórica muestra que no logró coincidencia sobre «los resultados seguros de la erudición». Por el contrario, en el campo de la crítica histórica, se presenta hoy un conjunto confuso de perspectivas y opiniones, muchas de ellas contradictorias”.
Esta cautelosa evaluación se ve reforzada por el hecho de que: “Los «resultados seguros» que pretenden alcanzar los eruditos de una generación son, con frecuencia, vigorosamente cuestionados por la generación siguiente. Por supuesto, los evangélicos debemos estar dispuestos a aceptar correcciones [pero]… Por otro lado, debemos ser sabios y cuidadosos, y rechazar la tentación de abrazar la última moda del saber solo porque es actual”, teniendo presente que, como lo complementa Gary Habermas: “A menudo, los expertos ya han desacreditado por completo los temas que los medios de comunicación suelen presentar como desafíos recientes y osados en contra de la fe cristiana”. El carácter anticristiano de muchos medios de comunicación continúa dándole así despliegue y extendiendo la vigencia a planteamientos en contra de la Biblia que ya están revaluados, desacreditados y superados por los especialistas, por lo que los cristianos estamos obligados a examinar su información de manera crítica y con beneficio de inventario, pues si bien no debemos ignorarlos, ya que pueden ser útiles para la mejor comprensión de la Biblia; no deben tampoco aceptarse a ojo cerrado sin haber esperado hasta que se haya decantado su impacto inicial y hayan superado la crítica que se les haya formulado a través del tiempo
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