El simple hecho de que todas las religiones reclamen exclusividad de un modo u otro, prueba que no todas pueden estar en lo correcto y que desde la lógica y la razón, no es cierto que todas ellas conduzcan a Dios, como lo piensan hoy muchos de manera ingenua e ignorante, apoyados para esto en el “pensamiento políticamente correcto” con su santo grial de la inclusión a toda costa y sin criterio. Porque por más que los relativismos, pluralismos y multiculturalismos modernos declaren que no existe la verdad absoluta, todos estamos muy prestos a abandonar esta postura cuando la opinión de los demás difiere o es contraria a la nuestra y se quiere, además, imponer por la fuerza sobre la nuestra. O para no ir tan lejos, reconocemos tácitamente que sí existen verdades absolutas cuando coincidimos en que, la traición de un amigo donde y como quiera que se dé, o la violación o el abuso sexual de los niños es algo malo sin importar las circunstancias. En este orden de ideas, sólo puede existir un Dios verdadero y todos los demás son ídolos que buscan suplantarlo. Y ese único Dios verdadero dio suficientes pruebas de Su veracidad al encarnarse como hombre en Jesucristo, cumpliendo en sí mismo todas las profecías que se hicieron sobre él, confirmando su identidad con sus milagros y su victoria final sobre la muerte, algo que ninguna otra religión puede ostentar con el fundamento objetivo que el cristianismo posee y que brinda todo el respaldo a las palabras del Señor: “Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado” (Juan 17:3)
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