Los matrimonios mixtos, es decir aquellos en los que uno de los cónyuges es cristiano y el otro no, han constituido un problema para la fe del cónyuge creyente. Precisamente, a la luz de esas problemáticas, el apóstol Pablo da instrucciones en el capítulo 7 de su primera epístola a los Corintios entre las que sobresalen las siguientes: “… Si algún hermano tiene una esposa que no es creyente, y ella consiente en vivir con él, que no se divorcie de ella. Y, si una mujer tiene un esposo que no es creyente, y él consiente en vivir con ella, que no se divorcie de él. Porque el esposo no creyente ha sido santificado por la unión con su esposa, y la esposa no creyente ha sido santificada por la unión con su esposo creyente…” (1 Corintios 7:12-14). Por supuesto, la situación en estos casos no es igual para hombres y mujeres, pues aunque ambos tendrán que afrontar dificultades para honrar su fe como es debido en un matrimonio en que su contraparte no es creyente ꟷsobre todo en los hogares occidentales modernos más igualitariosꟷ, las mujeres tienen, no obstante, mayores dificultades en vista del papel asignado al hombre como cabeza responsable de la relación y la inevitable subordinación que ellas tendrán que manifestar a sus maridos. Por eso en este caso la mejor y más probada estrategia es la que la Biblia indica, extensiva también en algún grado a los varones: “Así mismo, esposas, sométanse a sus esposos, de modo que si algunos de ellos no creen en la palabra, puedan ser ganados más por el comportamiento de ustedes que por sus palabras, al observar su conducta íntegra y respetuosa” (1 Pedro 3:1-2)
El poder del testimonio silencioso
“No siempre el creyente puede influir en otros mediante lo que dice, pero siempre puede hacerlo mediante lo que hace en silencio”
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