En el cristianismo el nombre del juego es amor. Por eso, a la hora de demostrar sus verdades, bondades y aciertos, la actitud adecuada es una de las cosas más fundamentales para lograrlo. Debemos, por tanto, recordar que en el cristianismo el amor, el respeto y la consideración hacia nuestro prójimo puede lograr más que el mejor de los argumentos expuesto sin amor, con la actitud incorrecta. No podemos olvidar que nuestro objetivo no es ganar discusiones, sino ganar a las personas para Cristo y en este propósito el amor es el recurso más eficaz para desmontar prevenciones y doblegar resistencias. El mismo amor ágape que Dios nos ha manifestado a nosotros con su paciencia, bondad y generosidad inmerecidas y que nosotros debemos extender también a los demás. Un amor que, como ya hemos señalado no se puede confundir ni reducir al afecto, la amistad, ni el romance, pues sin oponerse ni negar ninguna de estas otras formas concretas que el amor adquiere, las abarca a todas y las eleva a su mayor, más sublime, sensata y provechosa expresión. Un amor que “… cubre multitud de pecados” (1 Pedro 4:8) y que debe distinguir a los creyentes, pues: “De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros»” (Juan 13:35), conforme a la descripción que el apóstol hace de él: “El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:4-7)
El nombre del juego es amor
“El amor y el servicio generosos son la mejor credencial del creyente y la motivación correcta de toda evangelización eficaz”
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