Asociada a la idea de creación ex nihilo, es decir, de la nada, propia y exclusiva del cristianismo, encontramos la noción del fiat divino, palabra en latín con la que se designa el acto por el cual Dios crea ipso facto, es decir, en el acto, mediante el Verbo expresado, aquello que expresa o pronuncia, a la manera de una orden irresistible que se cumple de manera inmediata con la creación efectiva de lo ordenado. El salmista recoge esta idea con precisión al declarar: “porque él habló, y todo fue creado; dio una orden, y todo quedó firme” (Salmo 33:9). Uno de los más destacados fiat divinos por los cuales Dios crea mediante el Verbo o la Palabra es el llamado fiat lux: “Y dijo Dios: «¡Que exista la luz!» Y la luz llegó a existir” (Génesis 1:3). Y lo es con mayor razón en la actualidad por las inevitables asociaciones que se pueden hacer entre el fiat lux con las descripciones científicas surgidas en el contexto de la teoría del Big Bang y el papel determinante que ellas asignan a la luz desde un comienzo. Una luz que en el relato del Génesis no puede proceder de las fuentes naturales y cotidianas de luz que conocemos: el sol y la luna, creados con posterioridad al fiat lux. Sea como fuere, el fiat divino no es otro que El Verbo, la Palabra o el Hijo de Dios que “En el principio ya existía… estaba con Dios, y… era Dios” (Juan 1:1) en lo que la teología llama “El Verbo inmanente” y que, cuando finalmente es pronunciado por Dios, por decirlo así, de manera audible, se transforma en lo que la teología llama “El Verbo expresado” respecto del cual el filósofo luterano danés Sören Kierkegaard dijera con acierto: “Dios no piensa, Él crea”
El fiat lux
“El poder de Dios está inexorablemente vinculado a Su Palabra, de donde Su Palabra es una orden irresistible que crea lo que pronuncia”
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