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El ego, grandeza o perdición

“El ego de la gente talentosa puede ser su grandeza o su perdición dependiendo de si lo dominan o se dejan dominar por él”

El ego está, más que nunca, de moda, gracias al movimiento de autoayuda y autosuperación que ha invadido a Occidente, incluyendo algunos sectores de la iglesia en donde se ha infiltrado, haciéndose pasar como uno de los aspectos propios de la vida cristiana. La sobredimensionada “autoestima” ha terminado promoviendo la idea de que toda palabra, idea o pensamiento que conlleve la exaltación del ego, es siempre buena, constructiva y recomendable. Bajo esta creencia se afirma que toda expresión hablada debe ser “positiva”, entendiendo por “positivo” todo lo que enaltezca el “yo” y contribuya así, supuestamente, a la realización de la persona. De este modo la vida ha llegado a convertirse en una exigencia de derechos que consideramos privativos, intransferibles e inherentes a nuestro “yo”, al punto que las oraciones de muchos no son más que el velado reclamo que le hacemos a Dios para que nos dé todo lo que creemos que nos corresponde, como si estuviera obligado y no tuviera más opción. Pero el ego, siendo necesario, debe ser mantenido a raya sin dejar que domine nuestra vida, demandando siempre más de manera insaciable, como le sucedió al ángel Luzbel, llevándolo a caer de su privilegiada condición para convertirse en Satanás, como lo revelan las Escrituras: “…»‘Eras un modelo de perfección, lleno de sabiduría y de hermosura perfecta. … Desde el día en que fuiste creado tu conducta fue irreprochable, hasta que la maldad halló cabida en ti… A causa de tu hermosura te llenaste de orgullo. A causa de tu esplendor, corrompiste tu sabiduría…” (Ezequiel 28:12-19)

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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