Cuando Jacob se trasladó de Siquén a Betel por temor a las represalias de sus habitantes debido a la matanza llevada a cabo por sus hijos allí, tomó la siguiente determinación para toda la familia: “Entonces Jacob dijo a su familia y a quienes lo acompañaban: «Desháganse de todos los dioses extraños que tengan con ustedes, purifíquense y cámbiense de ropa. Vámonos a Betel. Allí construiré un altar al Dios que me socorrió cuando estaba yo en peligro, y que me ha acompañado en mi camino». Así que le entregaron a Jacob todos los dioses extraños que tenían, junto con los aretes que llevaban en las orejas, y Jacob los enterró a la sombra de la encina que estaba cerca de Siquén” (Génesis 35:2-4). Y es que pretender seguir a Dios mientras conservamos de forma consciente y deliberada reductos de nuestra vida en los que son los ídolos los que ejercen dominio y a quienes ofrecemos nuestras lealtades, es algo que Dios no tolera y que denuncia de muchas maneras en las Escrituras, entre las cuales encontramos la expresión “doble ánimo” utilizada en Santiago 1:8 como la causa de la inconstancia, inestabilidad e indecisión que caracteriza a quienes lo padecen. Y a ésta se une en el Antiguo Testamento la gráfica expresión “corazón dividido” de Oseas 10:2 que conduce a un compromiso tibio con Dios como el de la iglesia de Laodicea en Apocalipsis 3:15-16 contra la que Dios dirige duros pronunciamientos afirmando que es incluso preferible ser frío a ser tibio al respecto, concluyendo con la advertencia categórica del Señor en los evangelios en el sentido de que es imposible servir a dos señores
El doble ánimo
“Si decidimos seguir a Dios yendo a donde Él nos lo indique, no podemos hacerlo llevando con nosotros dioses extraños que no hayamos desechado”
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