Ya hemos establecido que el fruto del Espíritu refleja el carácter de Cristo en el creyente, guardadas siempre las obvias proporciones entre la perfección de Cristo y nuestras inevitables imperfecciones y defectos de carácter actuales. Pero el carácter no se define en términos de cualidades presentes en la personalidad de alguien que se manifiestan de manera fragmentaria, intermitente u ocasional en el tiempo, pues de ser así, por elogiables que puedan ser esas cualidades cada vez que se manifiestan en el mejor de los casos, el hecho de que sean fragmentarias y ocasionales configura más bien una personalidad inconstante, voluble y cambiante, carente, por lo mismo, de credibilidad y poco o nada digna de confianza. Y si bien ningún creyente, ni siquiera los mejores y más comprometidos, elogiados, consagrados y dignos de ser admirados e imitados a lo largo de la historia de la iglesia, manifiesta tampoco todas las nueve cualidades que conforman el fruto del Espíritu Santo en su vida de manera constante y al ciento por ciento, sin lapsus de ningún tipo; sí lo hacen, sin embargo, de una manera en que puede confiarse en ellos y saber lo que podemos esperar de ellos, pues la perseverancia que, mal que bien, muestran al respecto es la que moldea en ellos ese carácter confiable y digno de imitar que Dios aprueba y fomenta entre Su pueblo mediante Su influencia sutil en ellos, en la medida en que seamos dóciles a la guía del Espíritu Santo en nosotros, pues: “¡En esto consiste la perseverancia de los santos, los cuales obedecen los mandamientos de Dios y se mantienen fieles a Jesús!” (Apocalipsis 14:12)
El cemento de la perseverancia
“Si el fruto del Espíritu Santo fuera como los ladrillos que construyen el carácter cristiano, la perseverancia sería el cemento”
Deja tu comentario