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El anticristo

¿Personaje del pasado, del presente o del futuro?

La especulación alarmista sobre el futuro siempre ha sido una tendencia del pensamiento humano y en esto no hay diferencia entre creyentes o incrédulos por igual. Con mayor razón por cuanto las visiones ingenuamente optimistas sobre el futuro propias del pensamiento liberal del siglo XIX se vinieron al traste en el siglo XX con las dos guerras mundiales y todos los conflictos bélicos más o menos locales de la posguerra en esta “aldea global”, tanto durante la guerra fría como con posterioridad a ella. A raíz de esto es difícil encontrar hoy por hoy una visión optimista y consistente sobre el futuro, independiente de que se tengan o no en cuenta los peregrinos vaticinios sobre el fin del mundo de todo pelambre.

En el contexto de todos estos panoramas sombríos sobre el futuro la figura del anticristo revelada en la Biblia refuerza y alimenta estas visiones futuristas y pesimistas de nuestro mundo, constituyéndose con frecuencia en la espina dorsal alrededor de la cual se estructuran todos estos escenarios apocalípticos explotados muy bien por Hollywood en películas con mucho suspenso, muertes espectaculares y efectos visuales impecables, pero con muy poca documentación seria alrededor de este enigmático personaje bíblico. Las múltiples teorías de conspiración en boga, desde las que se derivan del polémico libro Los protocolos de los sabios de Sión que alimentaron el antisemitismo que culminó en el holocausto nazi, como las que tienen como protagonistas a los Illuminati, al club de los Bilderberg, a la masonería, e incluso al Opus Dei y al Vaticano; contribuyen a configurar el escenario adecuado a la manifestación de la también llamada “bestia” en el libro de Apocalipsis, que suele considerarse como otra manera de referirse al anticristo en cuestión y a su sistema de gobierno. Y como si no fuera suficiente, tecnologías ya disponibles como la posibilidad de insertar debajo de la piel pequeños chips con toda la información relevante de cada persona evocan la marca que el anticristo impondrá sobre toda la humanidad, ya sea en la mano o en la frente, para controlar toda transacción comercial o financiera, asociada a su vez a la famosa y temida cifra 666.

La identidad del anticristo

Pero cabe preguntarse ¿es el anticristo o la “bestia” del Apocalipsis tan sólo un nefasto, carismático y perverso personaje de la política mundial que conducirá al mundo a renegar masivamente de Dios, de Cristo y del cristianismo en los últimos tiempos? O es algo más que esto. Lo cierto es que, bíblicamente hablando, el término “anticristo” es exclusivo del apóstol Juan, aunque únicamente lo utiliza en dos de sus tres epístolas. En su evangelio está por completo ausente y en el Apocalipsis ‒tradicionalmente atribuido a este apóstol‒ prefiere el término ya mencionado de “la bestia”, característico de la literatura apocalíptica de carácter visionario y altamente simbólico. Los teólogos encuentran otras alusiones a este personaje en los escritos de Pablo, quien se refiere a él como “… el hombre de pecado, el destructor por naturaleza…”,o como el “… malvado, a quién el Señor Jesús derrocará con el soplo de su boca y destruirá con el esplendor de su venida” (2 Tesalonicenses 2:3-4, 8) y en el Antiguo Testamento, el libro del profeta Daniel parece hacer referencia a él de muchas maneras diferentes.

No puede, pues, negarse que el anticristo es un personaje que se opone a Cristo, suplantándolo de manera engañosa, apelando incluso a los milagros: “El malvado vendrá, por obra de Satanás, con toda clase de milagros, señales y prodigios falsos” (2 Tesalonicenses 2:9). Pero su oposición a Cristo será no sólo de carácter religioso sino también de carácter político, pues todo indica que el anticristo será un líder mundial en ambos campos de la cultura humana. Los teólogos han identificado a lo largo de la historia a un significativo número de personajes de la política mundial que, guardadas las obvias proporciones, lo tipifican y prefiguran de algún modo. Entre estos se destacan el rey seleúcida Antíoco Epífanes que profanó el templo de Jerusalén en el año 167 a. C. ofreciendo en su altar un cerdo en sacrificio, así como el emperador romano Nerón y el canciller alemán Adolfo Hitler. Y en el campo religioso podrían mencionarse todos los dirigentes espirituales que se han arrogado de manera atrevida y blasfema la identidad mesiánica del propio Jesucristo.

El anticristo en la iglesia

Sin embargo, dejando de lado los esfuerzos para descubrir la identidad precisa del anticristo, lo cierto es que el anticristo no es, como muchos lo creen, tan sólo un símbolo apocalíptico. Ni siquiera un perverso dirigente humano de los últimos tiempos, o una serie de destacadas personificaciones históricas de él con características muy definidas; sino que es también una perversa presencia espiritual que se manifiesta siempre de variadas formas dentro de la misma iglesia: “… así como ustedes oyeron que el anticristo vendría, muchos son los anticristos que han surgido ya… salieron de entre nosotros…” (1 Juan 2:18-19). Presencia espiritual que influye de manera falsa y maliciosa sobre quienes profesan el cristianismo llevándolos a desdibujar y distorsionar no sólo la plenitud divina de Cristo, auténtica y originaria, sino también la humana, integradas ambas de forma inseparable en su persona y en su mensaje. Así, el espíritu del anticristo ha infiltrado a la iglesia al no permitirle captar toda la dimensión reveladora y liberadora que existe en Cristo, con nefastas consecuencias para la práctica cristiana. De hecho, es la permanente posibilidad de la presencia del anticristo en la iglesia la que justifica la advertencia del apóstol: “… no crean a cualquiera que pretenda estar inspirado por el Espíritu, sino sométanlo a prueba…” (1 Juan 4:1).

En este orden de ideas, es el reconocimiento de Cristo en toda su plenitud liberadora divina y humana al mismo tiempo lo que distingue al verdadero creyente de quienes están siendo víctimas del espíritu del anticristo en la misma iglesia. Es así como los gnósticos cristianos de los primeros siglos de la iglesia fueron víctimas del espíritu del anticristo al negar a Cristo su humanidad. Y del mismo modo, la erudita teología liberal del siglo XIX aún vigente en el XXI fue infiltrada de lleno por el espíritu del anticristo al negar a Cristo su divinidad. El filósofo Nietzsche, reconocido y abierto detractor del cristianismo, autor de una obra titulada justamente El Anticristo fue por momentos, paradójicamente, alguien que denunció la presencia del anticristo en el seno de la iglesia, llegando a afirmar lo siguiente en relación con la vida cristiana, cuya moral atacaba: “Semejante vida es hoy aún posible, para ciertos hombres incluso necesaria: el cristianismo auténtico, originario, será posible siempre”, al punto que el teólogo católico Hans Küng se refirió de este modo a la ya mencionada obra de este atormentado filósofo alemán: “El Anticristo, evidentemente, es más anticristiano que antiCristo. Es una provocación para los cristianos, que puede ser saludable”.

A tal grado ha llegado la influencia del espíritu del anticristo en la iglesia actual que en los años 60 del siglo pasado un buen número de acreditados teólogos cristianos propuso una suerte de “ateísmo cristiano”. Ahora bien, es cierto que los cristianos fueron calificados de ateos por su oposición a los múltiples dioses o ídolos de las mitologías paganas y de las religiones de misterio, pero eso no significa de ningún modo que se opongan a la misma idea de Dios, como lo hace el ateísmo clásico. Por eso la expresión “ateísmo cristiano” propuesta por estos teólogos incurre de entrada en una contradicción de términos. De este modo, el movimiento de la “muerte de Dios” surgido en los años sesenta del siglo pasado se introdujo dentro de la misma iglesia dando lugar en ella a ese absurdo e insostenible “ateísmo cristiano” fomentado por preparados teólogos como Paul Van Buren y Thomas J. Altizer entre otros, que al promover estas ideas, propiciaron una apostasía en todos los cristianos que llegaron a prestar oído a sus descabelladas y presuntamente progresistas afirmaciones. Porque en el cristianismo tal como surge de los evangelios y los escritos del Nuevo Testamento las cosas son muy sencillas: Quien niega a Dios niega a Cristo y quien niega a Cristo niega a Dios. Por eso, quienes promueven en la iglesia algo de este estilo quedan expuestos como promotores del espíritu del anticristo, según lo sostiene textualmente el apóstol: “¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo no tiene al Padre; el que reconoce al Hijo tiene también al Padre. Permanezca en ustedes lo que han oído… y así ustedes permanecerán también en el Hijo y en el Padre” (1 Juan 2:22-24). Porque finalmente: “… todo profeta que no reconoce a Jesús, no es de Dios sino del anticristo” (1 Juan 4:3). De ahí que la iglesia deba bajarle un poco el tono a su especulación futurista sobre al anticristo para prestarle más atención a sus manifestaciones presentes dentro de la iglesia de hoy.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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